Hoy a las 18:30, en el Espacio Cultural Universitario (ECU; San Martín 750, Rosario), se presenta El Parasimpático, del poeta Edgardo Dobry, que obtuvo el premio Ciudad de Barcelona en Literatura Castellana. Para esta ocasión, regresa a su ciudad natal el autor rosarino y dialogará con su par, el poeta y profesor Martín Prieto, quien dirige el Centro de Estudios de Literatura Argentina de la Universidad Nacional de Rosario. El libro se publicó en 2021 por Club Editor en Barcelona, ciudad en cuya universidad Dobry es profesor. Traductor de poesía, además de seis libros de poemas es autor de libros de ensayos críticos sobre poesía, entre ellos uno sobre Leopoldo Lugones. De Lugones decía Borges que escribía con todo el diccionario; de Dobry -y como elogio- diríase que escribe con todo el canon de la poesía española y argentina, de Quevedo a Samoilovich.
Es una gran noticia, y la buena nueva es que el proyecto de una poesía realista de alta gama ("objetivista", por usar la vieja denominación) no está muerto. A lo sumo -merced a un truco del lábil sistema nervioso aludido en el título del libro- pudo haber fingido ese estado. Goza de tan buena salud como uno de esos gatos que no sólo miran atentos a cada detalle del entorno, sino que juegan con cada cosa que atrae su atención. Es lúdico el realismo de Dobry: un realismo lúdico digamos, por si hiciera falta una categoría más.
Esta poesía jugadora y juguetona hace intertexto con la saga de Lugones a los pájaros, cuando se cruza en el exilio con unas cotorras bullangueras que de pronto configuran el motivo perfecto para su arte poética, la cual combina ecos modernistas y vanguardistas con la misma plasticidad que aquel modelo literario del siglo veinte. Le juega a favor un océano de distancia, lejos de las impresentabilidades políticas de ese escritor nacional.
Cercanas en su memoria están las cosas de Rosario sobre las que hace foco esta poesía: un Messi no mencionado ("El astro y el cielo"), un crack de Central Córdoba, un padre y una madre evocados con humor exquisito. Tanto en su "Meditación en la muerte del Trinche Carlovich" como en "El réquiem" que cierra el libro, la poesía funeraria se aleja del tono grave que caracteriza su tradición para dar cauce a lo cómico: un humor que va desgranando a cada estrofa sabrosas anécdotas familiares o entre amigos, rarezas que caracterizaron al muerto cuando vivía y que contadas con gracia pueden obrar (como en una buena charla de velorio) la magia de revivirlo en el recuerdo, por un ratito más. Los recursos cultos de la poesía medida del Siglo de Oro funcionan como herramientas con las que trabajar una materia cotidiana. El yo no se explaya: apenas si exhala algún que otro oportuno suspiro filosófico. La imagen poética es la protagonista, y se engalana de dinamismo y novedad. El lenguaje recorre una paleta amplísima, desde la pirotecnia del barroco hasta la parquedad de estos versos que dialogan con "Sin llaves y a oscuras" de Fabián Casas: "La muerte debe ser como cuando/ se corta la luz de golpe pero esta vez/ ni siquiera a tientas vas a encontrar las sillas". ("Mañana de verano. Barcelona, 1").
Una nostalgia lírica se alterna con la chispa de la imagen ultraísta, o imagista, en un ir y venir que relativiza a ambas: "¿En qué desperdiciamos el otoño? / ¿O era un verano ya demente/ ahogado en fiebre roja?" ("La tarde sin cabeza"); "La tarde se abraza de las chimeneas/ para dejarse caer sobre la playa/ y nadie se abraza como supimos" ("Día de fiesta"). El poema-manifiesto del imagismo que empezó todo, aquella famosa nota en la heladera por William Carlos Williams, es conectado en un pase virtuoso con Juan José Saer -pope del objetivismo en prosa- fingiendo una demencia o un equívoco de comedia que confunde ciruelas con cerezas (véase: "Un puñado de nugae, 6: Caso y categoría").
La pandemia pasa como una contingencia más, otra excusa para el verso espléndido: "Dice que es mejor quedarse adentro, / en frasco de ingrávida perduración" ("Día aprovechado"). Y ya desde el epígrafe por María Zambrano, poeta y filósofa española de la Generación del '27, se perfila una capacidad para el epigrama sentencioso que da forma a la reflexión sobre el propio procedimiento y sobre el sentido del quehacer. "La desolación ha venido de la filosofía y el consuelo de la poesía", escribía Zambrano. Y Dobry: "La voz hay que tenerla y sostenerla/ para al menos persistir en la paciencia: / existe en su, aunque mínima, distancia/ respecto de un nivel de tierra", escribe en el poema "Troquel". Esta declaración justifica la idea de una poesía al ras de las cosas, sin altitudes que para su cosmovisión son ilusorias, acaso risibles.
Por eso los versos más resplandecientes de este libro -en cuyo título esdrújulo, cortado con guión, resuena el prosaísmo cómico de aquella obra rosarina y precursora que fue El sicópata, de Francisco Gandolfo- son los más cómicos, los más populares, los que sin renunciar a la perfección de la forma medida se hacen eco de la leyenda, la modestia o el ridículo. Y en eso es también barroco hasta la médula este poeta contemporáneo y atemporal. Poeta que lee en lo real la poesía que la vida y la historia producen con el azar de sus apellidos o topónimos, Dobry desliza esta concisa autobiografía ancestral de una línea, apunte entre paréntesis al pie del obituario de un ídolo: "Carlovich era hijo de un plomero de Zagreb. / (Mi padre, de un almacenero de Kishinev)".