“El campo”, así planteado, único y total, inanimado, neutro y deshistorizado, ha operado como la institución fundante de nuestro país desde sus orígenes. La supeditación de todos “los campos” posibles a la ubicua y fértil figura de un campo en singular, es una sinécdoque que solapa la construcción hegemónica que se ha desplegado sobre el suelo argentino y que obtura la posibilidad de pensar por fuera del esquema del agronegocio sin enfrentarse a la incertidumbre por el derrumbe de la productividad nacional.
En “El campo como alternativa infernal. Pasado y presente de una matriz productiva ¿sin escapatoria?”, la doctora en Historia, docente e investigadora de Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y el CONICET, Cecilia Gárgano, se sumerge en los saberes y las marcas vivientes de la agricultura dominante para intentar dilucidar cómo fue posible instalar como ineluctable sostén económico a una dinámica de explotación agrícola que multiplica el extractivismo, el deterioro de la salud y la desigualdad social.
¿Por qué, con todos los daños que conocemos, esta matriz productiva hegemónica e intensiva en agrotóxicos sigue siendo el único patrón de acumulación posible?, se pregunta la historiadora y docente.
-¿Cómo y en qué contexto se gesta ‘El campo como alternativa infernal’?
-El libro retoma algunos trabajos que empecé a desarrollar hace una década, durante mi doctorado. Tenían como eje la situación del sector rural durante la última dictadura, particularmente, la producción de conocimiento científico desde el Estado, con foco en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Esa indagación me llevó a recorrer distintos lugares de Argentina en un trabajo de campo e inevitablemente me terminó conectando con las transformaciones rurales que serían el germen de las que terminarían consolidándose durante la década del noventa. El libro reúne esas investigaciones y otras desarrolladas en los últimos años y traza un recorrido histórico yendo hacia atrás y hacia adelante.
-¿En qué momento se empiezan a sentar las bases del modelo que se cuestiona en el texto?
-Argentina está marcada por un destino asociado a la exportación agropecuaria desde sus orígenes, desde su inserción al mercado mundial. Yo elegí arrancar desde la década del sesenta, porque en ese momento se instala un paquete tecnológico particular, vinculado a la utilización de insumos químicos, de concentración de capitales y de consolidación de una visión de esto que se va a considerar “el campo”. La realidad es que hay muchos campos en el país, la mayoría de ellos invisibilizados, y el libro se pregunta por esta construcción hegemónica. Como origen, podemos remontarnos a la Conquista del Desierto, aunque mi perspectiva es más contemporánea. Esta construcción del campo como un bloque esconde todas las otras formas de producir, de relacionarse con la tierra y, cuando miramos los mecanismos que la sostienen como destino inexorable para la argentina, aparecen las intervenciones estatales de regulación y desregulación, y la producción de conocimiento científico.
-¿Cuáles son los momentos históricos decisivos y cómo se apuntala esta matriz de agronegocio?
-Es imposible no mirar algunos quiebres de nuestra historia reciente; los sesenta y la dictadura aparecen como mojones importantísimos. Los noventa también. De hecho, no sólo el agronegocio, sino cualquier extractivismo, está montado sobre un aparato jurídico y regulatorio liberalizado, que, no casualmente, se consolida en esos años y que se viene heredando a pesar de los cambios de gobiernos como una política de Estado cada vez más afianzada. A tal punto es así, que si miramos cuáles son los futuros que se nos proponen, muchas veces tienen que ver con intensificar este esquema. Las voces críticas son silenciadas --las científicas y las de la población organizada--, porque intentan poner en cuestión los límites del modelo. Es inevitable pensar en los intereses en juego, tanto de las clases dominantes locales como de la articulación con poderes económicos internacionales. En un mercado donde quienes ganan con el agronegocio, a nivel mundial, son unas pocas empresas muy concentradas.
“Las voces críticas son silenciadas --las científicas y las de la población organizada--, porque intentan poner en cuestión los límites del modelo. Es inevitable pensar en los intereses en juego: tanto de las clases dominantes locales como de la articulación con poderes económicos internacionales”
-El libro hace uso de la categoría analítica “alternativa infernal” para explicar la forma en que se plantea este modelo. ¿De qué se trata este concepto?
-Es una noción de dos autores franceses: Isabelle Stenger (filósofa) y Philippe Pignarre (historiador). Llaman así a situaciones que se nos presentan sin historia, como naturales y en forma de falsas encrucijadas; en estos planteos no es posible elegir, porque cualquiera de las dos opciones que se proponen nos llevan a otra encrucijada. En este caso, yo la uso para pensar el campo argentino, porque existe una dicotomía instalada que por un lado postula la profundización de esta matriz productiva, intensiva en agrotóxicos –con todos los daños socioeconómicos, ambientales, de éxodo rural y de concentración de la riqueza que sabemos que conlleva– y por el otro sugiere una crisis estructural; un “caernos del mapa”. Esa es una alternativa infernal. Y si bien no hay una receta para salir de este dilema, el libro trata de pensar los mecanismos que lo construyeron a lo largo de la historia y recorre algunas narrativas surgidas desde las poblaciones afectadas, un movimiento potente que pone en disputa lo común, las formas de producir y de habitar la tierra. Hay que poner en discusión qué estamos produciendo.
-También aparecen las ideas de “desnaturalizar” y “repolitizar”, como estrategias críticas…
-Sí, desnaturalizar tiene que ver con devolverle la historia a esto que se nos aparece como dado; a todo lo que vimos repetirse de forma sistemática en los últimos años: incendios forestales en humedales de Corrientes, en el delta del Paraná, las inundaciones, las sequías, y también los reclamos del tipo sanitario, que en general son exhibidos como eventos excepcionales, como malos usos de buenas prácticas agrícolas. Pero la verdad es que están en todos lados. Entonces, recuperar la historia, descubrir cuáles son los mecanismos que intervienen, qué rol juega el Estado, los saberes, el empresariado, saca la condición de natural, de evento aislado y da cuenta de algo estructural, propio de la matriz. Repolitizar, va orientado a volver a poner en discusión preguntas que ya parecen cerradas. ¿Qué producimos? ¿Qué comemos? ¿De quién es la tierra? Ese es un poco el ejercicio. Es intentar operar un contra movimiento frente a dos operaciones del capitalismo extractivista: la de homogeneizarlo todo –que en nuestro país se ve en la repetición de un mismo paisaje, un monocultivo sojero que aplana la biodiversidad, las economías regionales y las formas de vida con sus sujetos sociales–, y la de fragmentar y encapsular problemáticas como si fueran diversas cuando en realidad son comunes, colectivas y estructurales.