Arte por deporte
Habrá quien piense que los deportes son una forma de arte, pero aún así, difícilmente logre trazar un paralelo entre cuadros de grandes maestros y disciplinas como el baloncesto, el futbol, el rugby. Salvo que esa persona sea LJ Rader, un neoyorkino de 32 años que creció en Westchester apoyando a los Knicks, a los Yankees, a los Giants, y que hoy día hace olas en redes como Instagram con su cuenta Art But Make It Sports (algo así como “Arte, pero hazlo deporte” en castellano). Se trata de un proyecto modesto pero no carente de esfuerzo, donde Rader presenta dos imágenes: de un lado, una pintura de Edgar Degas o una escultura de Auguste Rodin; del otro, fotos tomadas a deportistas en plena actividad que, por su postura, recuerdan –y mucho– a las obras de los citados artistas. “Siempre quise estudiar historia del arte”, comparte su deseo insatisfecho el muchacho de memoria privilegiada, que logra parejas tan insólitas como atinadas. Ejemplos hay a montones: el mariscal de campo de Jacksonville Mike Glennon pareciéndose a L'Etudiant (1919), de Amedeo Modigliani; jugadores de fútbol americano de los Buffalo Bills y los Arizona Cardinals en pleno salto que se asemejan a una pieza de bailarinas de Antonio Canova; y siguen los casos. “Muchas veces es simplemente ver algo y reconocer un cuadro o un tema de obras de arte a las que he estado expuesto en el pasado. No puedo explicar necesariamente cómo sucede”, ofrece quien se percibe como un apreciador amateur de pintura y escultura. Dice además que le saca un poco de quicio que la mayoría de memes sobre deporte generalmente sean ramplones, que no se trate de ir más allá. Como sea, su idea está rindiendo frutos en forma de reconocimiento de miles y miles de seguidores; incluidos algunos atletas y ligas deportivas “que siguen e interactúan con mi cuenta. Siempre es divertido leer sus opiniones, que aporten su enfoque a la opinión general”.
Miedo al monstruo
Una exposición en Taiwán atrae multitudes para disgusto de grupos religiosos que, indignados, demandan su pronta cancelación. Intentona que, por fortuna, no ha surtido efecto: el Museo de Arte de Tainan, en la costa suroeste de Taiwán, sigue recibiendo a muchísimos espectadores que se deleitan viendo saltar a tres vampiros chinos en tamaño humano. Estas esculturas mecanizadas son, a decir de visitantes que arriban con la esperanza de estremecerse, la frutilla de un postre siniestramente encantador: la muestra en curso, después de todo, se titulada Fantasmas e infiernos, y aborda el inframundo asiático a través del arte y la historia. Centrada básicamente en leyendas de China, Tailandia y Japón, la exposición presenta monstruos y fantasmas de la tradición oral, el teatro, la literatura, la pintura, el cine o el cómic, invitando a descubrir representaciones infernales y –menos mal– rituales de protección. En el día de la inauguración, por caso, regalaron a algunos presentes un amuleto contra la mala suerte. Vale decir que buena parte de los objetos exhibidos son préstamo del Musée du Quai Branly parisino, tal cual confirma la directora del Tainan, Lin Yu-chun, sorprendida aún por el rotundo éxito de la propuesta. Asigna el suceso a la pandemia, que dio protagonismo a discusiones sobre la muerte y, claro, a qué viene después de estirar a pata. “Los fantasmas occidentales suenen tener aires más austeros que los de estas latitudes”, comenta Lin, y pone un ejemplo tailandés: el de Krasue, demonio femenino sin cuerpo, con vísceras que cuelgan de su cabeza flotante.
Ni un pelo de tontos
“A medida que las altas temperaturas alcanzan niveles peligrosos en Gran Bretaña estas semanas, una cadena de cines ofrece protección contra el sol a un grupo potencialmente vulnerable: los pelirrojos”, informa el Washington Post acerca de una peculiar oferta durante la emergencia que se vive en varios países del Viejo Continente, donde azota una ola de calor terrible que castiga además a Francia, España, Portugal. En Gran Bretaña, los Showcase Cinemas han invitado entonces a pelirrojos a encontrar resguardo con techo, aire acondicionado y, claro, película “en los días más calurosos de nuestra historia”. Y en miras de que “distintas investigaciones científicas han encontrado que las personas con piel pálida, pecas y cabello rojo tienen más riesgo de desarrollar cáncer de piel frente al sol”, acorde al mencionado rotativo, que igualmente destaca que “el calor de esta escala es peligroso para cualquiera”. De hecho, es un recordatorio, acorde a expertos en cambio climático, de que la cosa irá a peor en un futuro si no se trabaja seriamente para combatir la crisis medioambiental. “Dado que los pelirrojos a menudo son más vulnerables que la mayoría a los rayos del sol, les brindamos refugio dentro de nuestras salas con pantallas de cine y aire fresco”, expresó la compañía, muy elogiada por alguna gente (que ve la iniciativa como una forma de ayuda), muy criticada por otra (que califica la propuesta de ofensiva por señalar a un grupo particular). Lucy McCollum, pelirroja de 29 años, madre de un bebé también pelirrojo, se mostró encantada con la oferta porque, además de permitir paliar la temperatura durante un ratito, viene pipa para personas con bajos ingresos. Las entradas, después de todo, cuestan entre 12 y 23 libras, un dineral acorde a esta maestra de Sheffield. Sin entrar en debates, el rojo Luke Young, de 31 años, oriundo de Peterborough, tampoco se sintió mal: la idea le pareció “buen marketing” y, al final del día, “un boleto gratis no deja de ser un boleto gratis”. Y a caballo regalado, no se le miran las caries.
Lo que recuperaron del fuego
Hace un siglo, más de 700 años de historia irlandesa se perdieron por el fuego: testamentos; datos de censos; transcripciones parlamentarias; registros parroquiales escritos a mano con información de décadas y décadas de bautismos, casamientos y entierros; archivos del tribunal con detalles de juicios y casos penales en pergaminos quebradizos; libros contables de la función pública; etcétera. Así lo recuerda el sitio Atlas Obscura, que señala que ocurrió el 30 de junio de 1922, cuando una explosión y posterior incendio arrasaron con la Public Record Office de Dublín durante los primeros días de una guerra civil que duraría un año y enfrentaría al gobierno provisional con quienes se oponían a un tratado con Gran Bretaña. Herbert Wood trabajaba como archivista en esta oficina de registro público, la principal de Irlanda, y penó hondamente lo que fue arrebatado por las llamas. Anotó, al respecto, que “la historia de un país se basa en sus registros. Esta destrucción impacta tremendamente en quienes buscan su verdad en estos memoriales del pasado”. Pues bien, según informa el mentado medio, lo aparentemente imposible se ha hecho realidad: buena parte de lo que quedó reducido a cenizas finalmente se ha restaurado, y vive hoy día en Beyond 2022: Ireland’s Virtual Record Treasury, plataforma que al finado Wood evidentemente hubiese encantado. Peter Crooks, historiador y fundador del sitio, explica que lograron semejante empresa tras preguntarse si no habría copias de los documentos en otros lugares. Y ejerciendo con su equipo de detectives, siguieron los rastros de los duplicados por distintos lugares del globo: en los Archivos Nacionales de Reino Unido, en la Oficina de Registro Público de Irlanda del Norte, en la Biblioteca del Congreso en Washington, en la Biblioteca Nacional de Australia, etcétera. Por supuesto, han procedido a digitalizarlos y ahora Beyond 2022: Ireland’s Virtual Record Treasury consta de más de 150 mil archivos y más de 6 mil mapas (del año 1174 en adelante). Incluso se ha podido recuperar en gran medida los datos recogidos por el Censo Religioso de 1766. O casos policiales, como el de un tal Sarah Thompson que fue secuestrada en 1734 por una pandilla que irrumpió en su casa de Drumcroon y quería casarla contra su voluntad con el líder de la banda, pero acabó siendo rescatada una semana más tarde. Final feliz para la joven, para Herbert Wood y para quienes gusten indagar en datos curiosos y muy específicos del ayer de Irlanda.