Especiales de miga

Aunque está a metros del Hospital Fernández, tras cruzar las puertas de Café Mishiguene es fácil transportarse a un deli del Soho neoyorkino. En un ambiente celeste y blanco se confunden conversaciones con la música y el trajín de la cocina a la vista. Es un espacio vivo, habitado, uno de esos lugares para sentirse acompañado y donde quien está en la mesa de al lado cogotea curioso para ver el plato que le sirvieron al vecino. Pero lo bueno de Café Mishiguene –suerte de hermano diurno y relajado del premiado restaurante Mishiguene– es que no importa lo que se pida, nada decepciona. 

El cocinero Tomás Kalika pensó una selección de platos judíos donde la carta se inclina un poco más para el lado de Medio Oriente que de Europa aunque, como él cuenta, debido a las múltiples inmigraciones y diásporas, la gastronomía judía es una cocina itinerante que se nutre de distintas culinarias. Dentro de los clásicos, hay babaganoush ($850), hummus (clásico, con carne, pollo merguez de cordero o con hongos, desde $950), labneh y muhamara (una crema de pimientos, $1200) para ir untando el pan pita. También burekas, kahachapuri y moussaka (un pastel de berenjenas) y, por supuesto, el magnífico sándwich de pastrón ($2900), un clásico de la cocina de Kalika, acompañado por papas fritas.

Para el desayuno una buena idea es arrancar con los bagels o, para cualquier momento del día, ahí están los sándwiches de miga que son absolutamente deliciosos; en especial el Lox, un tzatziki de pepino, manzanas y trucha ahumada a la leña ($1800). Esto es apenas un rápido esbozo: Kalika es como esa bobe que no te deja levantar de la mesa hasta que no hayas limpiado el plato y te lleves además un pékele a casa. Entre los postres es muy especial la tarta de ricota y queso de cabra servida con salsa de limón ($1100) y hay que estar atentos al frangipane del día. Para acompañar, algunos cócteles clásicos y aperitivos, café de especialidad y una selección de vinos. 

El almacén vende prácticamente todo lo que se sirve en el local, como para seguir la comilona en el hogar.

Café Mishiguene queda en Cabello 3181. Horario de atención: todos los días de 9 a 20. Sin reservas. Instagram: @cafemishiguene.

Encanto porteño

En el microcentro sobreviven varios lugares que ya son patrimonio porteño. Uno de ellos es el mítico café Paulín, que con su gran barra en forma de U mantiene intacto el encanto que mostró el mismo día que abrió sus puertas, allá lejos en 1988. Más de uno habrá esperado estoico detrás de algún comensal, aguardando a que se desocupara un codiciado asiento en la barra para poder disfrutar así de algunos de sus tradicionales sándwiches. Hoy, además de los platos de almuerzo que completan el menú, esos mismos sándwiches siguen siendo los protagonistas ineludibles, tan suculentos como sabrosos. Uno de los más emblemáticos es el Académico, un triple de miga con jamón cocido, queso y tomate: sencillo, rico, perfecto. Si alguien lo prefiere tostado, así se lo preparan. Los otros dos que completan la carta de emblemas de la casa son el Napolitano, que viene en pan de cebolla, queso, tomate y albahaca; y el Americano, que se prepara en pan árabe con jamón cocido, queso, huevo duro y tomate ($740).

Para jugar un poco más, hay una parte del menú que se dedica a lo que llaman los Paulín Gourmet, un grupo de sándwiches que es más sofisticado, a base de distintos panes e ingredientes, fríos y calientes. Ahí aparece por ejemplo el sándwich de tortilla especial, que a la mezcla de papa y huevo suma cantimpalo, queso, rúcula, tomates y cebolla glaseada ($990); o el Florentino, a base de un ingrediente que se está injustamente perdiendo en las cocinas porteñas, la pavita. En este caso sale en pan de cebolla con rúcula, muzzarela y parmesano ($990). Tampoco podía faltar la clásica milanesa que se presenta en varias opciones posibles: tal vez la mejor sea el Patagónico con panceta y cebollas caramelizada ($1000).

Más allá de pandemias y modernidades, Paulín se muestra como un pedacito de la historia gastronómica de Buenos Aires que honra una época que ya no volverá, esos mediodías saturados en el microcentro de comer a las apuradas. Pero queda su comida y queda ese local que parece detenido en el tiempo, dicho esto como un halago. 

Una postal perfecta para disfrutar cada día.

Café Paulín queda en Sarmiento 635. Horario de atención: lunes a viernes de 8 a 19. Instagram: @famosocafepaulin.

En la ruta del pastrón

El Chiri de Villa Kleplaj es un simpático bodegón de cocina judía, ideal para los que buscan comer rico, abundante y a precios amigables. Para arrancar tienen los clásicos knishes ($250), los boios de espinaca y queso ($300), también kippe, falafel ($880) y latkes con puré de manzanas y crema agria ($930), así como un infaltable de la cocina polaca, el arenque marinado que, como dice la carta, es una receta de la tía Surele. Todos estos platos ya pueden considerarse patrimonio gastronómico de Villa Crespo que, desde hace un tiempo, se transformó en el epicentro de la cocina casera judía, en especial la de ascendencia ashkenazi (la que proviene de Europa del Este). Colada entre las entradas, hay una empanada de pastrón que resulta un completo acierto.

Pero una de las especialidades de la casa son los sándwiches: el pastrón casero ($1490) le compite cabeza a cabeza al bagel de salmón ($1750), aunque también hay algunas licencias como el BBQ Pork ($1450), sándwich denominado “goy friendly” que sale con bondiola braseada, muzzarela fundida y cebolla. Para los vegetarianos suman el veggie boom que se prepara en pan árabe con hummus, berenjenas, verdes, queso, choclo, palta, aceituna y tomate; y el Falafel Chiri Burger ($950) que trae un medallón de falafel con lechuga, pepino, tomate, cebolla y salsa de garbanzos con yogurt.

Hace unas semanas, El Chiri vivió un momento de alta tensión twitera cuando una persona se quejó por las sillas playeras que tienen las mesas de la esquina, a lo que sus dueños respondieron con muy buen humor. Al fin y al cabo, luego de cientos de mensajes de apoyo y cariño, lo que queda es la comida. En la sección principales no faltan los varénikes ($1480) y el goulash con spaetzle ($2100), pero para probar un plato con sabor a hogar, ahí está el pollo de la bobe que sale con keneidalaj y fárfalaj ($1500), repleto de sabor a infancia. De postre, el arroz con leche (otra receta familiar, esta vez de la tía Cata, $600).

El Chiri es un bodegón de barrio, un restaurante familiar, ideal para ir en grupo, pedir muchos platos y compartirlos todos.

El Chiri de Villa Kleplaj queda en Velasco 701. Horario de atención: lunes de 18 a 23:30; martes a sábados de 9.30 a 23.30; domingos de 9.30 a 18. Instagram: @elchiridvk.