Aquel viaje a La Lucila del Mar me llevaba otra vez al final de un camino. Esta vez era la separación de una pareja de varios años, a la cual llamaremos “Antonia”. Vale aclarar que este nombre nunca existió en mi vida, pero a fin de no herir susceptibilidades, lo usaré para este relato. Esa relación había terminado dolorosamente, casi sin darme cuenta. Con el tiempo entendí que ese dolor no venía del vínculo que teníamos sino que venía desde adentro mío. No podía cerrar historias sin que el dolor fuese retroactivo de los abandonos anteriores de mi vida. Creo que así funciona el asunto, pareciera que cuando “nos abandonan” aparecen todos los abandonos reales o simbólicos de nuestra vida y vienen nuevamente a pasar factura, a cobrarnos lo que debemos. A fin de cuentas, no es más que hacerse cargo de los fantasmas y monstruos que acarreamos, poder enfrentarlos, mirarlos a la cara y con suerte y mucha conciencia quizás dejarlos atrás.
Recuerdo que me recosté en la parte de abajo de una cama marinera, una de esas típicas de las casas costeras que se utilizan para que entre la mayor cantidad de gente, a fin de que las vacaciones puedan ser multitudinarias y el lugar pueda ser aprovechado al máximo. Me había llevado un cúmulo de discos, entre los cuales estaba La aguja tras la máscara: en ese momento estaba en pleno enamoramiento con la música de Gabo Ferro. La había descubierto hacía muy poco y no paraba de escucharlo. Ese disco recién se estaba estrenando, creo que era el año 2011 y con este dato Antonia ya puede saber su verdadera identidad. Fui recorriendo todo el disco, encontré definiciones sobre el terror, sobre el soltar, sobre la luz y sobre la oscuridad, pero al llegar al track número cinco un arpegio lúgubre y mántrico me atrapó. “El enterrador y la muerte”, dos palabras que eran una piña directa al alma, el entierro y la muerte. No mucha gente se anima a poner esas dos ideas dentro de una misma canción. Gabo lo hace constantemente, y con esto te familiariza con lo único que quizás sabemos con seguridad y que es que el final, un día llega.
Recuerdo que escuché la canción varias veces seguidas hasta que pude asimilar qué quería decirme. Había algo que debía cerrar, clausurar definitivamente. En la soledad de ese viaje decidí ir hasta la computadora y comencé a escribir el mail de cierre de ese vínculo que había durado una buena cantidad de años y que había tenido una intensidad desconocida para mí hasta ese momento. Mientras escribía ese correo electrónico, la canción y la idea de enterrar para luego sembrar sobrevolaba todo el tiempo en mi cabeza; creo que hasta incluí alguna cita textual de la canción en el cuerpo del correo. La receptora del mensaje nunca lo comprendió así y su respuesta fue por demás hiriente. En fin, esos son momentos donde nada de lo que sucede se puede explicar con claridad, seguramente yo me había equivocado en varios de los pasajes del correo. Cuando te separás es muy difícil estar de acuerdo.
Esta canción hablaba de una siembra, de un enterrar para sembrar, de un cierre para crecer, de un morir para nacer. Ese filo único en la palabra y en la voz de Gabo hace que su visión determinante sea una caricia y un botiquín de sanación. Terminé el mail, obtuve una respuesta, la relación se cerró. Los seres que éramos en ese momento dejaron de existir cuando ese vínculo terminó. Yo entendí que el error y el dolor eran la materia prima de la experiencia, que las historias no se desechan y que son semillas de un futuro mejor. Seguramente sin las canciones de Gabo detrás hubiese tardado muchos más años o muchas más terapias en darme cuenta. Gracias Gabo, te extraño.
Desde mis trece años escribo canciones, invento historias y las musicalizo. Desde niño veía pasar por la ventanilla los paisajes como en un videoclip, seleccionaba la música de mi discman y daba rienda al placer de la imaginación. Con los años, la vida me llevó a poder materializar esas ilusiones: componer canciones, dar talleres, realizar audiovisuales, sacar fotos y armar grupos musicales, todo con el único fin de poder expresarme, de transmutar, de sanar a través del arte.
En “El enterrador y la muerte” encuentro la síntesis que me hubiese gustado escribir a mí, las frases precisas y al grano alternadas con una vuelta secuencial de acordes hipnóticos. Esas cosas hacen que esta canción me atraviese por completo.
Durante muchos años fui a ver a Gabo en diferentes puntos de la ciudad de Buenos Aires. Siempre pero siempre encontraba respuestas y enviones anímicos para seguir adelante. Gabo cosechó inconmensurablemente, dejó semillas de amor y verdad dentro de toda su obra. Ojalá vea desde algún lado su siembra.
Juan Forche es un trovador de sangre rioplatense con un vasto recorrido en la escena independiente. En 2014 creó el proyecto Compañeros del Vino, cuyo repertorio recorre géneros como el folclore, la balada y el tango. El grupo acaba de lanzar Sos Canción, su segundo disco, el cual será presentado en vivo el sábado 6 de agosto en Club Atlético Fernández Fierro (CAFF), Sánchez de Bustamante 722, Abasto, a las 21hs.