“Todo lo hacías con la elegancia de las diletantes, sin dejarte encasillar. Encantabas con tu picardía y tu voz profunda y sensible, escondida tras las volutas de humo de tus cigarrillos”, escribió con honda pena el cantante y productor francés Étienne Daho al despedir a su gran amiga y colaboradora, la artista Dani, que murió días atrás a los 77.
Modelo, actriz, cantante y cultivadora de rosas, fue en el año 2001 cuando Étienne y Dani hicieron a dúo Comme un boomerang, una canción arrasadora sobre un romance desgarrador. Serge Gainsbourg había compuesto este tema para ella a mediados de los 70s, a su justa medida, pero la discográfica bochó el track; le parecía demasiado zarpado y lo encajonó durante décadas. Hasta que Daho le propuso a Dani desempolvar esta canción que significaría, para ella, un retorno por todo lo alto tras haber sido, en la década del 60, chica yeyé con LPs como Garçon manqué y H comme Hippies.
Así, gracias a Comme un boomerang, “la mujer de las mil vidas”, según Les Inrocks, o “la Marianne Faithfull gala”, acorde a Le Figaro, se reencontró con el éxito de la crítica y el público, que recibió con los brazos abiertos discos notables como Tout dépend du contexte (2004) y Laissez-moi rire (2009), producidos por Jean-Philippe Verdin; o bien, su material más reciente: el aclamado Horizons doré (2020).
Vale decir que, a fines de los 90s, también prestó su voz ahumada, cautivadora para grabar bellos haikus de Bashō, Kobayashi Issa o Ryōkan para un raro audiolibro (disponible en Spotify) llamado Haikus lus par Dani. Dicho lo dicho, días antes de morir, la incansable dama ultimaba los detalles de su siguiente álbum, dando a conocer el título que -con el diario del lunes- suena profético: Attention, départ.
Quienes tuvieron la fortuna de conocer a Dani hablan de su “ternura visceral”, de su loco encanto, de su sinceridad sin filtros. Además, claro, de su talento para tocar con holgura distintas cuerdas artísticas. Porque además de cantante y modelo, Dani fue -conforme recalca la Cinémathéque Française- “una actriz ecléctica que trabajó con Vadim, Lautner, Claire Denis, Verheyde, Doillon, Danièle Thompson, Maiwenn, Lutz, Chabrol, Truffaut” en aproximadamente una treintena de films. A Truffaut lo conoció de casualidad, de curiosa forma: coincidieron en una panadería. Él, que la había visto en alguna revista “maquillada a-lo-Bowie”, le propuso audicionar, y así fue cómo ella terminó actuando en papeles pequeños, pero significativos de La Nuit Américaine (“La noche americana”) y L'Amour en fuite (“Amor en fuga”).
“Dani era una actriz instintiva que atravesaba la pantalla con su elegancia arrolladora”, recalca la guionista y realizadora Danièle Thompson que, en 2006, le confió un papel en su película Fauteuil d'orchestre. Allí interpretaba a una conserje en vísperas de jubilarse, rol que le valió una nominación a los premios César como actriz de reparto. “Nos hicimos amigas durante el rodaje, que fue muy alegre, y hablábamos a menudo. Era una luchadora, una aventurera, una persona que tuvo demasiados altibajos”, suma la directora.
“Altos muy altos, bajos muy bajos; es casi un milagro que siga aquí, me han regalado tiempo extra”, bromaba la propia Dani, quitándole hierro a los problemas. “Hermosas estrellas a menudo han brillado para mí, manos nobles me han marcado el camino, y que yo perseveré”, dejó escrito con su incombustible optimismo en el libro de memorias La nuit ne dure pas, de 2016, donde compartía su turbulento “descenso a los infiernos artificiales” tras quedar prendida a la heroína.
Ave nocturna, en los 70s Dani fue sinónimo de noche parisina: fundó y regenteó la popular discoteca L’Aventure, tenida como el Studio 54 de la capital francesa, que abrió por sugerencia de Alain Delon. Los 80s, empero, fueron difíciles por la mentada adicción, pero resurgió con bríos renovados tras superarla y volcarse a ¡otra! pasión: las flores. “Mi devoción por las rosas se remonta al jardín de mi tía”, contaba con sonrisa amplia quien, desde los 90s, dirigió varias florerías boutique, donde se encargaba personalmente de hacer arreglos: “rojos en invierno, blancos en primavera, ocres en otoño”.
“Durante el día, las flores; durante la tarde y la noche, la música: encontré mi equilibrio”, aseguraba esta declarada fanática de las voces de Maria Callas, Johnny Hallyday, Elvis Presley, Francis Cabrel, Françoise Hardy… Por lo demás, Danièle Graule -tal su nombre completo- nació el 1 de octubre de 1944 y creció en Perpiñán, en el seno de una familia cariñosa que hacía malabares con la guita justa.
En casa de papá (zapatero) y mamá (vendedora de zapatos), las operetas en la voz del tenor Luis Mariano sonaban a cada rato, y ella y sus hermanas tarareaban acompañándose por el piano. A los 19, Dani decidió tomarse el buque -más bien, el tren- a París, donde se anotó en la carrera de Bellas Artes, y empezó además un curso de estética… que abandonó al segundo día. “Me hubiese encantado ser escultora y trabajar con mármol, barro, madera. Los volúmenes en el espacio me fascinan”, diría añares más tarde quien, nomás llegar a la capital, tocó la puerta de la popular revista Jours de France y, sin experiencia alguna, se ofreció como modelo. El arrojo y su belleza andrógina fueron más que suficientes: pocas semanas más tarde, Dani ya era chica de tapa… Después siguió la música, la actuación, las noches eternas, las flores…