Hace un buen tiempo que Manuela Pelari quiere escapar de todo aquello que le recuerde a Pipa, pero ni siquiera mudándose a un paraje recóndito del noroeste argentino junto a su tía puede lograrlo: el pasado siempre la encuentra para recordarle quién es, de dónde viene y cómo llegó hasta ahí. De indagar en los pliegues de esa tensión interna se ocupa Pipa, que está disponible desde este miércoles en Netflix y marcará el cierre de la trilogía policial dirigida por Alejandro Montiel y basada en las novelas de la escritora Florencia Etcheves. Una trilogía iniciada en salas con Perdida (2018), en la que la agente especializada en casos de trata de personas y secuestros (Luisana Lopilato) buscaba las piezas faltantes para resolver el caso de la desaparición, más de diez años atrás, de su mejor amiga en el sur, y que continuó con la producción de la N roja La corazonada (2020), que viajaba en el tiempo para mostrar los inicios de Manuela “Pipa” Pelari en las fuerzas.

Guionada a seis manos por Etcheves, Montiel y Milagros Roque Pitt, y con Mauricio Paniagua, Inés Estévez, Ariel Staltari, Malena Narvay, Aquiles Casabella y la chilena Paulina García en los roles secundarios, Pipa encuentra a su protagonista más de una década después de los hechos narrados en Perdida y con una vida muy distinta, instalada en un pueblo llamado La quebrada, ocupada con trabajos vinculados con la tierra y a cargo de su revoltoso hijo preadolescente. Una tranquilidad que durará hasta que el brutal asesinato de una jovencita encienda los recuerdos de su historia, obligándola a hurgar en la basura de la comunidad para intentar dar con el responsable del crimen. No parece sencillo, teniendo en cuenta que la víctima tenía vínculos muy estrechos con el hijo de un poderoso político –quien, a su vez, maneja al comisario como un títere– y con una familia de terratenientes.

Si las dos películas abrazaban las fórmulas de los policiales urbanos y nocturnos, aquí la acción es diurna y transcurre mayormente en la inmensidad montañosa de Salta y Jujuy. “La búsqueda de locaciones fue bastante larga. Vimos muchos lugares que nos gustaron, pero tuvimos que elegir los más adecuados y pensar mucho la fotografía para que las escenas pudieran sostenerse en el paisaje”, cuenta a Página/12 Alejandro Montiel, que ocupó la silla plegable en toda la trilogía, antes de reconocer la influencia de la iconografía del género de las espuelas y los caballos en esta clausura: “Nos apoyamos mucho en el entorno para que pareciera un western y porque el paisaje habla mucho de la película. La zona desértica, esa casa en medio de la nada donde Pipa se esconde, dialoga con lo que pasa en su mundo interno en ese momento”.

-A diferencia de las entregas anteriores, aquí aparecen rasgos locales como las tensiones de clase en el norte y la impunidad de los poderosos.

-La conexión con el policial negro está porque quienes detentan el poder lo manejan de una manera muy delincuencial. En este caso, la diferencia de clases está más visible, junto con el problema de las tierras aborígenes tomadas por terratenientes con el apoyo de los gobiernos. Es un problema actual que hacía tiempo tenía en carpeta para tratar porque generalmente no se toca en el cine argentino. También tenía muchas ganas de filmar en Salta y Jujuy; yo me crie por esa zona, así que conozco bastante esos temas y el lugar. Como acá nos liberábamos un poco de las novelas y nos quedábamos solo con el personaje, teníamos más libertad para elegir algo más propio y pensar en una Pipa diferente para el cierre. Por eso la imaginamos siendo madre y fuera de la policía, para que estuviera en un lugar diferente.

Una escena de Pipa

 
- ¿Se sintieron más cómodos con esa libertad o les resultó más sencillo cuando tenían que partir de los libros?

-En los dos casos tuvimos libertad creativa. Me gustan mucho las adaptaciones y nunca hice una muy lineal porque en el paso al lenguaje cinematográfico hay que cambiar la forma de contar y siempre hay necesidad de correr y cambiar personajes. Eso da muchas posibilidades. Por otro lado, al tener definida la personalidad de Pipa podíamos crear una idea original que no estuviera en las novelas. Si bien seguimos una misma línea, fue otro tipo de escritura. Además, en las novelas no había un cierre para Pipa, por lo que teníamos que buscarlo. Quería poner al personaje en un lugar distinto a ver qué pasaba con ella.

-Las sagas policiales no son comunes en el cine argentino contemporáneo. ¿Eso permite un crecimiento emocional y dramático de Pipa?

-Totalmente, se puede trabajar mucho más sobre la psicología e ir viendo qué pasa. Como Pipa es un personaje muy bien constituido, al tratarse de una saga es posible armarle una vida y acompañarla. Después, es una historia mucho más coral y dramáticamente más compleja que las anteriores.

¿Qué le aporta Luisana Lopilato al personaje?

-Ella tiene un tipo de actuación muy trabajado y cuidado. El personaje tiene un carácter muy fuerte, y ella supo darle esa fuerza. En esta película sigue siendo Pipa, pero después de atravesar varios conflictos tuvo cambios que son notorios desde la actuación. Ella mantuvo muy bien su personaje, con mucho carisma pese a ser una mujer fría y distante.

-Te referís a Pipa como un cierre de la saga, pero Lopilato dijo en varias entrevistas que le gustaría continuar con el personaje…

-La idea original era una trilogía, pero obviamente hay posibilidades de seguir. Al haber más novelas, se podrían adaptar perfectamente porque están muy buenas y son muy diferentes entre sí. Además, son películas que tienen su público y el personaje de Pipa es muy querido. Obviamente que siempre hay ganas de más. Uno se encariña y, si bien sabía que venía bien un cierre, me gustaría seguir viendo a Pipa.