Las corridas cambiarias parecen no tener color político. Eran el paisaje habitual del último mandato de CFK hasta prácticamente el último día de su gobierno. También se llevaron puesto el experimento de deuda y especulación de Mauricio Macri, derivando en un acuerdo con el FMI que no logró torcer su dinámica, pese a los multimillonarios desembolsos recibidos. Ahora una corrida también pone en jaque la administración de Alberto Fernández, amenazando con tumbar la reactivación económica y con empujar la inflación a valores peligrosos.
Detrás de las presiones cambiarias se encuentran problemas estructurales de la matriz productiva argentina de difícil reversión en el corto plazo. Se trata de agujeros en la capacidad productiva nacional, incluyendo el desarrollo de la infraestructura turística interna, que terminan acelerando las importaciones de bienes y servicios ante el mínimo despegue económico. Pero junto con esas cuestiones de la economía real, hay ciertos desaciertos financieros en una economía inflacionaria, que profundizan la dependencia del dólar como instrumento de ahorro y de unidad transaccional en el mercado inmobiliario.
Es el "bimonetarismo" con el que viene machacando la vicepresidenta, Cristina Fernández. El bimonetarismo genera una "fuga de capitales" basada en la demanda de dólares para motivos que no tienen que ver con la necesidad de hacer pagos al exterior, generando un gasto inútil de divisas en una economía donde escacean. Cada vez que un argentino compra dólares y los guarda en el colchón, una caja de seguridad o una cuenta en el extranjero, la economía nacional se priva de esas divisas para poder importar insumos y maquinarias para la producción u hacer frente a pagos de deudas externas.
El monto estructural de esa demanda de dólares es similar al valor de la exportación anual de granos y oleaginosas. El resultado material del bimonetarismo es que la economía entrega cada año su producción agrícola a cambio de papeles pintados de verde. La falta de generación de instrumentos financieros nacionales que permitan ser instrumento de ahorro y de transacción en el mercado de vivienda, obliga al país a importar esos instrumentos desde el extranjero dando a cambio la producción de granos y oleaginosas.
Si una casa se construye en tierra argentina, con mano de obra argentina y materiales argentinos, ¿por qué se usan dólares para dicha transacción? Si una empresa gana plata y quiere ahorrarla para financiar una futura inversión en el país, ¿por qué acumula ese excedente en una cuenta en el exterior?
¿Si una familia logra generar un pequeño ahorro para algún gasto futuro en el país, ¿qué sentido tiene que compre moneda extranjera para conservarlo? Claramente, la respuesta no está en cómo o dónde se construye la casa, en qué piensa invertir la empresa o gastar la familia. Sino en la falta de un instrumento financiero nacional que permita sustituir al dólar en esas operaciones, como podría ser una moneda indexada (sigue la próxima semana).
@AndresAsiain