El viernes 15 de julio del 2022, una noticia sacudió a los que deambulan indiferentes por la Cámara Federal porteña. Cómo era posible que un día seco, sin nubes de tormenta, menos aún de chaparrones y todavía menos lluvias torrenciales, la Cámara Federal de Apelaciones de la ciudad de Buenos Aires, particularmente la Sala l se inundara. 

La Cámara de Apelaciones, sala l, de Buenos Aires, se inundaba a gran velocidad. Sus pasillos y habitaciones se ahogaban en el agua, que llegaba incontenible, toda la sala se iba hundiendo en la masa salitrosa que avanzaba desde el fondo de las rejillas con la fuerza de un mar embravecido.

Asustados, demorados en recoger objetos personales, los que estaban en la sala chapoteaban en el agua que trepaba a los muebles, alcanzaba las computadoras –aparatos particularmente peligrosos todavía enchufados y activos- provocando chispazos en los enchufes. En la confusión por la sorpresa nadie encontraba el interruptor para cortar aquello. “No quiero morir electrocutado”, dijo más de uno parado en una silla, carpeta sucia en mano, arrancada al amasijo de agua y mugre que lo rodeaba.

Por sobre el ruido del agua las voces más sobresalientes chillaban:

“Todo está bajo control”.

Volvían a decir esa frase en las ventanas frente a las cuales la gente se detenía para averiguar por qué el agua las desbordaba y lamía de esa forma las paredes de la Cámara de Apelaciones que se descascaraban muy rápido, el agua inundaba las veredas y obligaba a los que miraban a descalzarse y a escurrir los zapatos anegados.

El personal de mantenimiento lanzado a buscar el desperfecto exhibía herramientas inútiles, el edificio ya recauchutado en tantas oportunidades, tratadas sus grietas con distintos pegamentos, sucumbía. El agua corría en remolinos, de sus agujeros desconocidos salía una fuerza que chupaba el edificio. Por los pasillos corrieron habladurías acerca de la ineficiencia en el mantenimiento, pero lo real era que la construcción del edificio con todas sus reformas estaba dañada profundamente.

Chequearon las construcciones aledañas que se mantenía secas: nada de agua arrasando, ni siquiera humedad, ni olores feos. El problema estaba en el edificio de la Cámara de Apelaciones, y en lugares precisos.

El viernes 15 de julio de 2022 el agua llegó del mar, viajando por distintas vías inundó con fuerza poderosa, golpeó los muros de la Cámara de Apelaciones de Buenos Aires, empezando por sala l. El agua imparable, de tan largo alcance dado el punto de origen, llegó para lamer el mismísimo barro de las escaleras, muchas de sus huellas dejaban marcas pegajosas, imborrables.

El agua azuzaba su propia fuerza, era un generador de alto voltaje que corría dejando ver en su transparencia los restos de un naufragio. Los restos, pequeños fragmentos de un origen atroz, habían hecho un recorrido muy largo, ascendieron el lecho marino desde 900 metros de profundidad, del Atlántico sur, de las sombras frías de cuarenta y cuatro submarinistas tragados por el agua que implosionó un día, el 15 de noviembre de 2017, que quedaron fijas al mar, que se proyectaron sobre el agua furiosa que llegó a la superficie el 15 de julio del 2022 impactando justamente en el blanco que buscaba.

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