Leonardo Favio empuña un megáfono, lleva colgada una guitarra en la espalda y sostiene un crucifijo sobre su corazón, mientras cierra los ojos y sonríe con la placidez propia de quien está entregado a un goce tan profundo como un trance. Un goce espiritual, creativo, artístico, absoluto, que va desde el dedo gordo del pie hasta la punta de su clásico pañuelo en la cabeza y llega a él gracias a esa musa con pelos al viento que parece susurrarle al oído las claves para su inspiración. La escena tranquilamente podría ser real, con la salvedad de que Favio y su musa son de plástico sustentable y pronto serán de bronce. ¿Qué le estará diciendo la muchacha? ¿Le avisará que en agosto la Legislatura aprobará un proyecto –consensuado entre todas las bancadas– para que desde el 5 de noviembre, cuando se cumplan diez años de su muerte, una calle de la Ciudad de Buenos Aires lleve su nombre y haya una escultura suya de tres metros en Villa Crespo?
La escultura se llama “Favio y la Musa” y fue ideada y realizada por el escultor y director Eric Dawidson gracias al apoyo de la Fundación de la Asociación de Directores Cinematográficos (DAC). La sede de la entidad está en la calle Vera al 500, que debe su nombre a Juan Torres de Vera y Aragón, uno de los “adelantados” españoles que llegó a la zona del Río de la Plata a fines del siglo XVI y ostenta un prontuario donde se destaca el haberse cargado a unos cuantos habitantes originarios como paso previo a encargarle a Juan de Garay la “fundación” de Buenos Aires. Nada mal quitarle el honor de una calle a un colonizador y dárselo a alguien de un sector sub representado en el trazo urbano porteño como el de los artistas del siglo XX. Y ni hablar de artistas populares, esos cuyas canciones se tarareaban a lo largo y ancho del país y sus películas eran vistas por millones de espectadores.
Un héroe clásico
La actual Vera termina en la Avenida Corrientes. En esa esquina está la plazoleta donde se colocará la obra que Dawidson realizó utilizando como base dos figuras esculpidas a fuerza de talento como las de los bailarines Natalia Pelayo y Hernán Piquín, quien se dará el gustazo de prestar su cuerpo para inmortalizar al hombre que confió en él para protagonizar junto a su compañera la versión de Aniceto de 2008. Mismo hombre que cada noche le mandaba mails cargados de admiración.
Ese cuerpo se completa con una cabeza con el rostro de Favio con los ojos cerrados. “Desde que empecé a pensar el proyecto, hace ocho años, me lo imaginé así”, cuenta Dawidson, y sigue: “Fue difícil porque no hay ninguna imagen con los ojos cerrados, así que estuve buscando mucho tiempo alguna donde tuviera un gesto parecido. Después abandoné lo de 'parecido' porque no tenía que ser sí o sí igual. Sí me interesaba el gesto. Javier Leoz, el productor de Aniceto, me dijo que siempre lo recuerda así, tranquilo y meditando”.
La escultura mide tres metros –que serán cinco si se suma la base– y Favio, 2,18 metros. Su cuerpo fibroso y elegante, digno un Adonis, recuerda al clasicismo griego, al igual que la idea de “musa”, tal como afirma el escultor: “Hace unos días vino el hijo y le pregunté por qué se llamaba Leonardo Favio. Sabía que Favio era el nombre artístico de la madre, pero no que Leonardo era por Da Vinci. Él tenía un aura artística muy vinculada con lo clásico y la figura de la musa podía aportar algo más al relato. Después, a medida que la hacía, fui encontrando un montón de significados. Como la dualidad entre lo femenino y lo masculino, porque la musa es parte de él, de su esencia, no un personaje ajeno”.
Los moldes de “Favio y la Musa” fueron hechos con impresiones 3D basadas en el escaneo de los cuerpos de los bailarines. Se hicieron varios modelos de distintos tamaños sobre los que trabajó el escultor, hasta llegar a la estructura final realizada con un plástico orgánico llamado Pla. “Ese material se derrite y no deja residuos, igual que la cera”, explica Dawidson, quien en estos días trasladará su trabajo desde el taller ubicado a un par de cuadras de la DAC hasta el barrio de Mataderos, donde se iniciará la última etapa.
“Vamos a escanearla para tener la versión final digitalizada, lo que nos dará la posibilidad de hacer réplicas de distintos tamaños. Después, hay que ponerle yeso por dentro y por fuera y meterla en un horno para que se funda el plástico y la cera. Esa fundición se hace por partes, y todo termina cuando se rellena ese hueco con una capa de bronce de cuatro milímetros, se rearma la escultura y se le suelda una estructura de hierro adentro que la sustente”, detalla. El punto final será su llegada a bordo de una grúa a la plazoleta donde los transeúntes, al verla, podrán tener una idea cabal de cómo representar la pasión.