Hace poco más de un año, La Fura del Baus presentaba en el Konzerthaus de Berlín su versión de El cazador furtivo. Justo el día en el que la ópera de Carl Maria von Weber cumplía doscientos años, los catalanes reconvirtieron la sala alemana en un bosque y la pieza en un alegato medioambiental. Nada por fuera de la norma para un colectivo artístico que desde hace cuatro décadas conjuga impacto y experiencias sensoriales más allá de una estructura formal. Azuzado por la pandemia, lo que iba a ser un homenaje a ese clásico del romanticismo mutó en un discurso explícito sobre “el 'no da más' del progreso”, según palabras de Carlus Padrissa. El director y fundador del grupo español charló con Página/12 a raíz de esta versión que estrenará la señal Film&Arts el domingo 31 a las 17, con repetición el 12 de agosto a las 17.55.
La obra cuenta la historia de Max, un cazador que pacta con el Diablo para volver a tener puntería. El demonio le concede seis balas mágicas al hombre en cuestión y se reserva una para sí. Más allá del innegable espíritu teutón y las conexiones evidentes con el Fausto de Goethe, para Padrissa lo más relevante es la vigencia y potencia de su premisa. “Es muy actual. Es la lucha del homo sapiens contra la naturaleza con fines devastadores. Es un cazador furtivo, ya lo dice todo: es el mito moderno de nuestra propia destrucción”. Tal concepto se conjuga con una puesta donde el espacio se vuelve una selva infernal. Hay cantantes colgados a grúas, telas que cuelgan del techo, cabezas de ciervos, una pileta de cristal, ruedas gigantes y los músicos de la orquesta desplegándose por el lugar.
En la última década, La Fura Dels Baus ha trasladado su firma a la puesta de óperas de Puccini, Wagner, Carl Orff y Debussy. De hecho, una reversión apocalíptica de Norma, emplazada en las ruinas de Atenas, llevó a los responsables del teatro germano en apostar esta compañía. “Creo que no nos conocían mucho -confiesa Padrissa-, o nos conocían lo justo. Así que nació como un plan por encargo con más de dos años de trabajo. Nos dijeron si queríamos hacer El cazador furtivo en donde se había estrenado en 1821. Hace dos siglos atrás era un teatro sin caja escénica y le vimos el potencial. Si entonces pudieron hacerlo, cómo no lo íbamos a hacer ahora. Lo estudiamos, empezamos a ver el texto sobre esta naturaleza que se nos escapa y en la que somos depredadores”.
-¿Desde dónde buscaron actualizar este clásico?
-Los mitos clásicos no tienen esta idea de pactar con el Diablo. Los griegos tienen algo parecido con “La caja de Pandora” y hasta ahí. Esta mala leche del tío que pacta con Diablo forma parte de la propia evolución del homo sapiens. Los griegos no habían evolucionado a tanto. Se fue sofisticando el mito, se conjugó con todo lo romántico alemán, que es brutal. Le vimos unas posibilidades enormes en tanto último mito moderno. Lo decía Goethe, eso de que en el progreso “los hombres son libres pero no están exento de peligro”. Aquí termina con un final feliz, pero en nuestra versión lo cambiamos un poco, con una sirena dentro del agua llena de plásticos; la quiere limpiar y no da abasto. La vemos en un bosque enfermo. La sequedad le gana al musgo y los incendios se aproximan. Prueba de ello fueron los incendios en la costa oeste de Estados Unidos en 2020. El humo viajó miles de kilómetros y llegó hasta Nueva York. Una locura. El cazador furtivo es una obra muy moderna porque el hombre es eso, un cuadrúpedo que ha evolucionado y acabado con todo a su paso.
-¿Qué aspecto plenamente “furero” se mantienen en la adaptación?
-La presencia de lo animal sin animales. Pero porque los protectores de animales no nos lo permiten. Tampoco puedes firmar un contrato con ellos, alguna vez lo he intentado sin mucha suerte (risas). La solución que encontramos es trabajar con personas que hacen de animales. Un buen actor furero debe dominar el teatro físico y estar preparado para hacer de perro o de lo que venga. Aquí son muy importantes en la escena en la cañada de los lobos. Siempre me gustaría más presencia de lo físico pero solo lo puedes hacer cuando hay ruido muy fuerte. De lo contrario molesta, así que hay que buscar un equilibro. Esta es una obra de una fuerte animalidad. Es el ritual de la naturaleza. Tiene una huella ancestral, pero que cala perfecto con nuestro presente.
-En ese sentido, ¿cómo fue la evolución del proyecto y la interrupción por la Covid-19?
-Había sido pensada para hacerla con público y no pudo ser. Guardamos la escenografía, así que en algún momento lo haremos. El público debía ir al suelo, sentado, y los artistas pasarían por el pasillo o por arriba de las personas, caminando sobre los apoyabrazos de las butacas. La idea era que los actores fueran como equilibristas o auténticos animales. Como en Alemania las restricciones fueron muy fuertes, el público no podía estar dentro. Entre todos éramos como doscientos y con el público habría sido la bomba. Tuvieron que verlo afuera del teatro mientras lo transmitíamos en directo; estaban en una plaza justo en medio de dos catedrales, una católica y otra protestante. Muy alegórico.
-Usted desarrolló el concepto de “ópera esférica”, donde el público cumple un rol esencial. ¿Cómo fue aplicarla sin este?
-La obra sucede en un bosque. Aquí no usamos árboles sino telas, que son carcazas de árboles vacíos donde proyectábamos las imágenes. Es un bosque seco y el público debía estar debajo de este bosque, flotando encima de las personas. Todo hubiera pasado en la platea, excepto la aparición del Diablo. A La Fura siempre nos ha gustado que la escenografía te la inventes tú mismo. La tienes en el espacio. Piensa en Max, quien anda todo deprimido porque no puede cazar. Es como si hubiera perdido la erección, así que pacta con el Diablo, y luego se dedica a cazar de manera furtiva. Aquí aparece un ciervo gigante adonde en un momento lo atan. La leyenda es que tu liberas al animal sin matar al hombre. Es muy interesante a nivel visual y aplicable a la ópera esférica que, para mí, es la propia vida. Ahora lo llaman inmersivo para ponerte unas gafas. Es una tontería todo eso del metaverso. La vida misma es el espectáculo más fuerte. Cuando sales del coño de tu mamá, tú miras de aquí para allá, sin comprender. La vida es inmersiva. En la calle lo mismo, debes mirar para que no te atropellen. Para La Fura, y nuestros discípulos en la Argentina como De La Guarda o Fuerza Bruta, lo inmersivo es eso. Y en El cazador furtivo esto se hubiera dado en 360°, dentro de un bosque.
-Esta obra influyó mucho en Richard Wagner, uno de los artistas que usted también ha revisitado. ¿Qué diálogo hubo allí?
-Bueno, en un momento de la puesta hay un torso del autor de la obra y a su lado está uno de Wagner. También está Mozart. Wagner fue el gran discípulo de Weber; fue a un concierto de esta obra de adolescente y, según contó, lo fascinó el momento del encuentro con el Diablo y la construcción de las balas. Al escuchar esos efectos mágicos sonoros quedó impresionado y decidió dedicar su vida a la música. En Sigfrido creo que le hace un homenaje a Weber usando la misma sonoridad con la flauta de los pájaros. El motivo es idéntico. Hemos hecho la tetralogía de los Nibelungos, Parsifal, Tristán e Isolda, El holandés errante. La Fura es muy wagneriana por todo este rollo mitológico del superhombre y todas sus líneas. Es un hombre capaz que es salir de este ambiente depredador y evolucionar. Y creo que es así, tenemos que salir de esta etapa depredadora pues sino nos vamos a extinguir.