La afirmación del bibliotecario conmueve; además de sencilla y poética es cierta: dice que en los libros llueve. Conferencia sobre la lluvia es el mundo de estantes y páginas imaginado por el mexicano Juan Villoro, en donde el actor y director Fabián Vena eligió sumergir su sensibilidad. La experiencia lo tiene feliz y tendrá doble función en Sala Arteón (Sarmiento 778): hoy a las 21.30 y mañana a las 20.30 (y una masterclass de actuación que será hoy de 14 a 17).
Según el actor, Conferencia sobre la lluvia llega a sus manos “por una extraña sincronicidad, por destino, por casualidades”. De acuerdo con lo que explica a Rosario/12, “una amiga de Paula (Morales), mi mujer, me hizo llegar el texto, y lo curioso es que yo estaba en plena vorágine de trabajo. Se lo agradecí y dije que lo iba a leer, pero ya de por sí con cierto prejuicio de mi parte hacia los unipersonales, a los que siempre vi como muy difíciles de abarcar. Medio que quedó ahí. Hasta que pasadas algunas semanas largas, me puse a leer al menos algunas páginas, tarde y a la madrugada. Y no pude parar. Me encontré con todas las emociones juntas, llorando, riendo, no podía creer que hubiera un texto así, que tuviera por protagonista a la lectura, a los libros, al lector, al idioma, a lo poético. Y que todo eso pudiera hacerse teatralmente”.
La obra le permitió a Fabián Vena intentar, también y por primera vez, su faceta como director, aquí compartida con José Luis Arias: “Vi la posibilidad y me vino bárbaro, porque tuve que empezar a investigar sobre el tema y conmigo como actor (risas). Claramente, el director se encarga no sólo del trabajo con los actores sino de todo el recorrido de los rubros de la puesta, y el texto me permitió la tranquilidad de comenzar a transitar un rol que hoy tengo bastante más fluido”.
-¿Cuáles fueron esos desafíos?
-Fueron muchos y enormes. El principal era barrer con mi prejuicio y temor sobre el unipersonal, porque en general carecen de una convención fuerte que permita que sea sólido o verosímil, con una persona que está hablando sola durante una hora; pero después me tranquilicé, pensando que no está tan loco quien habla durante una hora en comparación de quien lo escucha. Por otra parte, soy un obsesivo de la estructura, a veces los unipersonales no recorren ese camino y es ahí donde aparecen sus fallas. En este sentido, me balanceé claramente sobre el material, al darme cuenta primero que la convención era estupenda, algo que ya describe el mismo autor en el prólogo del libro, diciendo que no hay nada más teatral que una conferencia. La estructura dramática marca un recorrido de unidades, de in crescendos, donde sus estados emocionales pautan claramente el recorrido del texto, de menor a mayor como tiene que suceder en toda obra. Luego viene la mirada de la dirección; me gusta pararme desde allí no sólo como un hecho creativo y de búsqueda con los actores, que son quienes en definitiva terminan armando la puesta, sino también como un desafío a la hora de mantener la atención del público. Cuando dirijo me planto como espectador, y no necesito que me vendan nada. Así que estuve muy pendiente de que este malabarista pueda todo el tiempo captar la atención del espectador, para que no se vaya a ningún otro lado que no sea el de la escucha y la mirada que tiene sobre ese personaje. Trabajé mucho en el recorrido de este hombre alrededor de esa biblioteca y también con la música, porque mueve inmediatamente el estado emocional; y sumé el aporte del lenguaje audiovisual, presente de principio a fin con una pantalla en la que se recorre un camino paralelo, que puede estar al margen de lo que le pasa al personaje.
-Intuyo que, aun cuando estás solo, te acompañás de muchos personajes.
-Aparecen muchos y ligados al discurso, siempre vistos desde el prisma de este bibliotecario entrañable, altamente empático con el espectador, que los hace vivir justamente desde esa mirada, la de un tipo que en apariencia no ha salido de una biblioteca. Es alguien muy apasionado, un erudito de la lectura, que trata de comprender la vida y sus relaciones, incluso el mundo de los libros, a través de la lectura. Aparecen personajes ligados a la historia general, cada uno de ellos con sus propias características, divertidas y profundas. Sus amores, su padre, sus mentores, hasta los autores que cita y los grandes poetas, todos pasan por su manera de ver, de criticarlos y de homenajearlos.
-¿Qué te aportó la obra y no tenías previsto?
-Lo que noto es que el texto me provoca una enorme identificación y ganas de contarlo; está muy vivo el sentimiento que tuve desde el primer día y la necesidad de transmitirlo, de hacerlo conocer. Supongo que por el tamaño que tiene en su originalidad, en su amorosidad por este arte, en su combinación de lo literario con lo teatral. Soy amante de los libros y de la lectura, y jamás pensé que podía haber un texto teatral así. Por otra parte y a priori, si bien uno confía en el texto, la clave siempre está en la mirada del otro. Y ahí llega mi sorpresa. Aparentemente, es un texto donde el juego y la manera en que se desarrollan las palabras y los conceptos son por parte de alguien muy leído, hasta incluso de una comprensión difícil. Tuve funciones en la Feria del Libro, con gente amante de los libros, en el Congreso de la Lengua en Córdoba con toda una platea repleta de literatos, todos riéndose y disfrutando tanto como cualquier localidad chiquita en el centro de cualquier provincia de la Argentina, con un público al que no se le exige haber leído y sin embargo la obra provoca lo mismo, y hasta a veces más en estos espectadores. Me doy cuenta porque de pronto, hacia los cuarenta minutos, aparece algún que otro gag con el que si no se ríen es porque no han entendido todo lo anterior, y sin embargo la platea estalla. Ahí, como actor, siento que el espectador se está involucrando emocionalmente, y eso me ha generado una grata, hermosa sorpresa.