Desde París
El machismo trasnacional registra un “chiste” muy común entre el piberío francés: “Tu vieja labura en el Bois de Boulogne”. Se refieren al parque sobre la frontera oeste parisina, que luce muy parecido a los Bosques de Palermo, sólo que es veinte veces más grande. El chiste no tiene que ver con los lagos, bichos o árboles sino con que ahí, en ese predio de 846 hectáreas, está el centro de prostitución al aire libre más grande de Europa.
Será por eso que los urbanistas que decidieron allí emplazar el Estadio de Roland Garros lo hicieron sobre uno de los extremos, el sur: así evitaron que los miles de turistas y tenistas que peregrinan cada junio desde 1928 a la Catedral del Polvo de Ladrillo descubrieran el fondo de alfombra donde París esconde las derivaciones de las redes de trata y la explotación sexual que no logra –o no se interesa en– combatir.
Hubieron dos episodios que empujaron la prostitución hacia ese gran pulmón verde de la principal ciudad turística del planeta. Uno fue el cierre de los hoy míticos burdeles parisinos en 1946 y otro la sanción en 2003 de la llamada Ley de Seguridad Interior, que pena las relaciones sexuales a cambio de dinero e incluso la “incitación” a las mismas. Este último inciso, que daba libertad para condenar a una mujer si arbitrariamente se la juzgaba “en actitud sospechosa”, generó mas polémica que la legislación entera, tendiente a criminalizar a la persona prostituida pero no a quienes la consumen (desde clientes hasta tratantes).
En ambas ocasiones la prostitución se alejó de las calles céntricas y encontró guarida bajo los bosques de ese Rosedal parisino donde está permitido lo que se supone prohibido. Las prostitutas atienden en carpas o Traffics (creación nacional de Renault) y se hacen notar en la oscuridad de la noche con silbidos o inciensos. Los clientes van desde muchachos iniciados hasta empresarios que caen del vecino barrio de negocios La Défense.
El dato es que la tendencia de prostituidas aumenta cada vez más hacia travestis. Muchas son de América latina, como la salteña Mónica León, que fue noticia cuando le exigió al gobierno francés identidad femenina. O la ecuatoriana Angel Preciado, protagonista del documental Mujerón. Ahí señala el lugar donde envía “el poco dinero que una consigue” trabajando allá: una sucursal de la agencia Travellex que está irónicamente pegada al ex cabaret y hoy teatro Moulin Rouge, emblema turístico de una brutal era de explotación sexual que por lo visto hoy se impone como superada sólo en sus obras de ficción.