El poder económico tiene una obsesión con nombre y apellido: Cristina Fernández de Kirchner. Puede ser que sea por las medidas que implementó afectando intereses durante sus dos mandatos, o por ser una mujer que demostró capacidad de decisión sin importarle costos políticos o personales, o por exhibir a los dueños del dinero con sus respectivos peores rostros, o por querer negociar y no subordinarse al poder, o por haberse constituido en una líder popular que, pese a todo, retiene la adhesión de millones.
Por alguna de esas razones o por todas ellas, cada una de las fracciones del poder económico aspira a borrarla del escenario político, ya sea por la vía de la persecución judicial, a través del financiamiento de proyectos electorales que la derroten, o buscando que desde el propio peronismo surja una figura política que la desplace del centro de la escena.
Esta disputa profundamente perturbadora de la estabilidad económica y política, que cruza la realidad nacional desde hace quince años, cuando se definió que sería candidata a Presidenta en 2007, ofrece habitualmente en el debate público una caricatura de CFK dogmática y vengativa. Esta es la reiterada deformación conceptual del dispositivo de derecha, pero que empieza a desteñirse cuando aparecen acciones precisas acerca del carácter pragmático de varias intervenciones clave de CFK en el territorio de la política y la economía a lo largo de estos años.
La cuestión es política, no personal
La más reciente demostración de esa forma de actuar en el espacio político fue el aval al desembarco de Sergio Massa en el Ministerio de Economía.
Este mismo pragmatismo lo había expuesto antes al momento de decidir que sea Alberto Fernández el candidato a Presidente del Frente de Todos, cuando podía haber sido ella con probabilidad de ganar las elecciones.
Tanto Massa como Fernández se habían ido de sus gobiernos con fortísimas críticas y luego se dedicaron a cuestionarla hasta niveles ofensivos en términos personales. Quien tiene un comportamiento dogmático no reabre este tipo de puertas.
Otro ejemplo en este sentido ha sido el caso del actual jefe de Gabinete, Juan Manzur, quien había afirmado en un reportaje a Clarín, en 2018, que "el de Cristina es un ciclo político que está concluido". Manzur había sido su ministro de Salud, ganó la gobernación de Tucumán en 2015 cuando el peronismo perdió a nivel nacional. Pese a esa declaración contundente en términos políticos y personales, CFK postuló y consiguió que Alberto Fernández lo nombrara Jefe de Gabinete porque consideraba que el gobierno necesitaba mayor volumen político y un mayor acercamiento a los gobernadores.
Más atrás es posible identificar otra prueba de pragmatismo de Cristina en el hostil ambiente del mercado de capitales internacional. En un contexto complicado en el frente externo por la escasez de reservas en el Banco Central, buscó, en los dos últimos años de su segundo mandato, normalizar relaciones financieras para tratar de abrir el grifo de dólares del exterior.
Tras ese objetivo, el entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, canceló el pleito con los españoles de Repsol por la nacionalización de YPF, cerró un acuerdo de refinanciación de deuda con el Club de París, y pagó varios juicios con fallos en contra en el tribunal parcial del Ciadi dependiente del Banco Mundial.
La última estación para abrir las puertas a la posibilidad de conseguir financiamiento externo era concluir el juicio de los buitres, instancia que no pudo lograrse porque se había constituido una fuerza de tarea de esos financistas con manifiesto objetivo de precipitar una crisis económica para sacar a CFK del tablero político nacional.
Vínculos con fracciones del poder económico
Este recorrido de pragmatismo político, bastante alejado del dogmatismo que sí tiene la derecha, resulta útil detallar para contextualizar y, en especial, comprender, alejándose del mar de lugares comunes que invaden el espacio público, la decisión de Cristina Fernández de Kirchner de respaldar el ingreso de Massa al gabinete.
No es un misterio que él aspira desde un cargo ejecutivo ordenar la cuestión económica, financiera y cambiaria con el deseo innegable de sacar la sortija de la calesita de candidatos a presidente en 2023 y sumar entonces el caudal electoral del kirchnerismo vía la bendición de CFK.
En esta instancia, frente a esta probabilidad aparece la desesperación que invade a cada una las fracciones del poder económico, puesto que uno (Alberto Fernández) y otro (Sergio Massa) no terminaron de enterrar a CFK, sino que, por lo contrario, se colgaron de ella para consolidar sus propias ambiciones políticas.
El primero logró de ese modo ser Presidente de la Nación a pesar de no contar con ninguna base territorial de representación electoral. El segundo también tiene la ambición de conseguir lo mismo pese a registrar una acelerada pérdida del favor del electorado luego del buen resultado en los comicios de medio término en 2013.
Cada uno, a la vez, tiene distintos acercamientos a fracciones del poder económico. Alberto Fernández poseía fluidos vínculos con el grupo Clarín y con Techint a través de su relación con Roberto Lavagna, quien tiene debilidad por el conglomerado de la familia Rocca.
A los pocos meses de comenzar el gobierno, estos dos grupos económicos, que constituyen la conducción política del poder económico, empezaron a presionarlo para que rompiera con CFK. Esta movida desestabilizadora fue explícita, pero el rechazo de Fernández a esa opción, porque no le hubiera reportado ninguna ventaja para la sustentación política de su gobierno, derivó en padecer una militante oposición mediática y política.
Por su parte, Sergio Massa tiene vínculos con Sebastián Eskenazi del Grupo Petersen, con los empresarios Daniel Vila, José Luis Manzano y Mauricio Filiberti, dueños de Edenor, y con la familia Bulgheroni de Pan American Energy (PAE). Antes y ahora, ambos son figuras políticas amigables con Estados Unidos: Alberto Fernández, con el sector demócrata, y Sergio Massa, con el republicano.
Esta red de vínculos con el poder es relevante para identificar la orientación de la política económica y, en consecuencias, las medidas implementadas hasta ahora y las que se conocerá en los próximos días con el nuevo ministro de Economía.
Alianzas para gobernar
Como toda política pragmática, la de CFK no está exenta de errores estratégicos. Cuando designó a Alberto Fernández como candidato, en el video difundido en la mañana del sábado 17 de julio de 2019, afirmó: "Esta fórmula que proponemos, estoy convencida que es la que mejor expresa lo que en este momento en la Argentina se necesita para convocar a los más amplios sectores sociales y políticos y económicos también, no sólo para ganar una elección, sino para gobernar".
Era el reconocimiento explícito de que ella como candidata a Presidenta probablemente podía ganar la elección pero que, en base a la experiencia de resistencia violenta del bloque de poder que padeció durante sus dos mandatos, sería muy complicada la reconstrucción luego del desastre macrista.
El recorrido de dos años y medio de gobierno en pandemia y con el impacto del conflicto en Ucrania y las sanciones económicas a Rusia se puede concluir que fue una apuesta fallida buscar estabilidad eligiendo a Fernández, quien ha intentado avanzar con escasos o nulos resultados en la estrategia del consenso, la cooperación y acuerdo con el poder económico. Se ha precipitado de este modo una crisis política de proporciones que, con los últimos cambios en el gabinete nacional, el oficialismo tratará de neutralizar.
Ahora, la decisión de CFK de impulsar a Massa al gabinete nacional, en otra muestra de su pragmatismo, nace de la emergencia no sólo económica por la escasez de reservas en el Banco Central, que implica convivir con una corrida cambiaria permanente, sino también por la urgencia política-institucional. Esto último implica el desafío de transitar lo que queda de este año con relativa contención de la crisis, para luego evaluar cómo queda el terreno electoral de 2023 para el oficialismo.
En esta última cuestión existe, paradójicamente, una coincidencia de objetivos con la conducción política del poder económico. Esta evalúa que la oposición política todavía no está capacitada para asumir la gestión de un gobierno y, por lo tanto, necesita tiempo para preparar las mejores condiciones para el regreso de una política de ajuste luego de las elecciones del año próximo.
El ingreso de Massa les sirve para ganar ese tiempo, aunque deja abierta la posibilidad de una reversión del actual cuadro económico crítico y, por lo tanto, una eventual mejora del oficialismo para el 2023.
No tomó todo
El pragmatismo nuevamente exhibido por Cristina Fernández de Kirchner con la decisión de avalar el desembarco de Sergio Massa en el Ministerio de Economía no supuso responder en forma favorable todas las exigencias reclamadas por él para asumir este desafío.
En el reordenamiento del gabinete nacional, las áreas de Energía, la AFIP y el Banco Central no quedaron bajo la órbita de funcionarios massistas. Los encargados de administrar un tema sensible, como el energético y las tarifas, están identificados con el kirchnerismo y permanecen en sus puestos.
La AFIP queda a cargo de Carlos Castagneto, quien reemplaza a Mercedes Marcó del Pont dejando el puesto de director general de Recursos de Seguridad Social del organismo recaudador. Castagneto se referencia en CFK, del mismo modo que la titular de la DGI, Virginia García. Al frente de la Aduana se encuentra el massista Guillermo Michel.
Un espacio de poder fundamental en la administración de la cuestión económica es el Banco Central. Massa demandó cambios en la conducción pero Miguel Pesce sigue por ahora en la presidencia de la entidad monetaria.
En los últimos tiempos, a pedido de Alberto Fernández, Pesce ha tenido un mayor diálogo con CFK, ampliando de este modo su base política para desplegar su tarea. Al directorio del Central ingresó Pablo Carreras Mayer, economista que trabaja con Lisandro Cleri, uno de los integrantes del equipo económico de Massa.
Luego de presentar a quienes lo acompañarán en el Ministerio de Economía, Massa detallará una serie de medidas que serán un test para saber si continúa la tregua cambiaria de estos días, o si la movida política pragmática de CFK comienza a ser desafiada por el mundo de las finanzas y del poder económico.