Crimes of the Future
Canadá/Reino Unido/Grecia, 2022
Dirección y guión: David Cronenberg.
Música: Howard Shore.
Fotografía: Douglas Koch.
Montaje: Christopher Donaldson.
Intérpretes: Viggo Mortensen, Léa Seydoux, Kristen Stewart, Scott Speedman, Lihi Kornowski, Don McKellar, Nadia Litz.
Duración: 107 minutos.
Disponible en MUBI
8 (ocho) puntos
Lamentablemente, no hubo suerte de cartelera comercial para Crimes of the Future en Rosario. La espera por los grandes títulos ya no tiene cabida preferencial en las salas, y es en MUBI –de las mejores plataformas disponibles– en donde la más reciente película del canadiense David Cronenberg figura como estreno. Tras Mapa a las estrellas (2014), Cronenberg vuelve al ruedo y lo hace con un título que evoca el de una de sus primeras obras, rodada en 1970. Con aquel film independiente, de apenas 60 minutos y sin sonido diegético (narrado por una voz en off con una banda sonora distorsiva), hay varios puntos de contacto. Lo atestigua la recreación escenográfica, suspendida en un tiempo quieto, casi distópico. En el film primero, hay un vínculo estrecho con el “futuro viejo” de la ciencia ficción de la época; en éste, se apela a una tecnología demodé, como si fuese, casi, una recreación de aquel espíritu. En todo caso, Cronenberg vuelve a cierto gusto urticante, todavía presente –¡y cómo!– con sus casi 80 años.
En sus primeros títulos, la imaginería trans ya rozaba sus posibilidades estéticas y polémicas con escenarios de un futuro cercano, hoy pasibles de ser actualizados. El cine de Cronenberg es libérrimo. Indaga en sí mismo, en sus imágenes, como si lo hiciera –literalmente, como sus personajes– con un escalpelo, con un bisturí. De esta manera, las corta (“cortar” es la condición del montaje cinematográfico), las mutila y las devuelve otras. Capaces de alcanzar un estatuto diferente, e integrar así la obra de un autor.
Crimes of the Future retoma, a su manera y sin decirlo, a uno de los personajes del otro film, como una prolongación, ahora en la figura de Viggo Mortensen. Saul Tenser (Mortensen) es capaz de producir nuevos órganos en su cuerpo, que su pareja artista y performer, Caprice (Léa Seydoux), tatúa en su interior y luego extrae. Una y otra vez reiteran la operación estética/quirúrgica. La dualidad entre los términos es manifiesta, la película la señala a partir del instrumental utilizado y los personajes. De un lado, los artistas; del otro, los médicos y agentes del orden. El umbral entre ambas instancias es, acá el problema, permeable.
La bisagra del argumento estará depositada, de algún modo, en una suerte de “elegido”; justamente, aquel con quien Crimes of the Future elige su comienzo. El destino del pequeño guarda varias sorpresas, que rápidamente golpean al espectador y recuerdan que se está, ni más ni menos, frente a una película de Cronenberg. La niñez, la maternidad, los fluidos, los plásticos, la tierra, el agua. Elementos naturales y artificiales. Con un niño que funciona como síntesis, como alguien en quien cifrar un porvenir. Lo extraordinario es que todos y todas hablarán por él, porque aun cuando se lo retire rápidamente de escena no tardará en (re)aparecer conforme a las vicisitudes y necesidades de algo que es, en suma, un pleito político.
Es esta cuestión la que lleva a Tenser a indagar en su costado/interior estético. ¿Dónde está la política? Hay alguien que se lo afirma y dice casi de manera risueña, como si él fuese un niño grande que todavía no cayó en esta evidencia. Así como Tenser investiga y se adentra en un concurso de belleza interior, Caprice hace lo propio y de modo externo: “Tengo ganas de cortarme el rostro cuando te veo”, le dice a la modelo fotogénica y mutilada. Los cuerpos lacerados fluyen en Crimes of the Future. Y cada herida, cada borbotón delicado y rojo, encuentra sinonimia en el goce y los sueños. Y habrá que andar con cuidado, porque tales cuestiones están en manos de fundaciones, algo ya señalado por la película de 1970, con personajes como títeres, en un escenario cuyo maestro de ceremonias nunca revela el rostro verdadero.
En estos vericuetos existenciales, de dolor negado y autoinfligido (porque ya nada duele y porque lo que se quiere es el dolor), deambula Tenser, vestido a la manera mortuoria de El Séptimo Sello de Bergman. Ya no recuerda cómo era el sexo a la antigua, si bien siente atracción (“burocrática”, dice) por Timlin (Kristen Stewart), la eficiente empleada de una sección que oficialmente no existe, dedicada a identificar y erradicar los órganos nuevos. Acunado por camas orgánicas, Tenser parece sin embargo perseguido por la desesperación de sentir. Pero ya no sabe cómo.
En síntesis, Crimes of the Future es un ejercicio visual que sintetiza lo ya visto en otras películas y con un brío nuevo. A su manera, es un compendio visual/temático de lo ofrecido por su director en títulos como Dead Ringers, La mosca, eXistenZ; con Tenser, a su vez, como la transposición del Bill Lee (Peter Weller) de El almuerzo desnudo. Se trata, por todo esto, de una obra de poética sólida, que dice de modo furioso y potente sobre estos tiempos, mientras apuesta por una asunción del dolor como auténtica manera del sentir, por un arte que asuma estas dolencias, tan humanas. Entre el cine analógico (pretérito y verazmente cierto) y el digital (actual y capaz de emular cualquier imposible), pareciera aquí querer decirse algo.
Por este sendero habrá que pensar también la razón de ser del último plano de la película: así como evoca el final de la Crimes of the Future original, encuentra un eco extraordinario con La Pasión de Juana de Arco de Dreyer, donde María Falconetti ofrenda su rostro en suplicio y en silencio, con lágrimas de un blanco y negro que alcanzan la pureza del mejor cine.