“Decenas de autos estacionados alrededor de lo que parecía una especie de altar, un bloque de fierro fundido desde donde emergían volantes y pistones y matrículas oxidadas y bujías y huesos humanos y animales. La vegetación cubría parte de la estructura, era parecida a la que brotaba en mi pecho”. Así es como se describe en Miles de ojos (Caja Negra Editora) el altar donde una hermandad ficticia rinde culto al dios de la velocidad. La novela del escritor boliviano Maximiliano Barrientos inaugura la colección Efectos Colaterales junto a la australiana McKenzie Wark y su Vaquera invertida, bajo la premisa de explorar nuevos registros textuales.

Barrientos suele decir que sus procesos de escritura comienzan a partir de imágenes. En el cuerpo una voz (2018), por ejemplo, nació de una escena capturada durante un viaje en colectivo: una tamborita (grupo folclórico) tocando en un mercado. En este caso, el autor señala que se basó en algunas imágenes pero también en ideas: “La imagen que estructura toda la novela es la fusión entre el árbol y el auto. Me interesa recorrer los límites entre lo natural, la máquina y el cuerpo. Para la tercera parte post-apocalíptica tomé algo de la autobiografía de Lévi-Strauss donde cuenta que uno de los rituales de las tribus amazónicas consistía en cortar las cejas de los niños y enviarlos a la selva; si regresaban, lo hacían como hombres. Me pareció que esa imagen de transición podía desarrollarse narrativamente”.

En tus textos más recientes trabajás la hibridez de distintos géneros como el terror, la ciencia ficción o la weird fiction. ¿Qué horizonte de posibilidades ves en ellos y cuáles son las limitaciones del realismo?

–El realismo es un género que está completamente domesticado y acepta tácitamente ese orden simbólico encarnado en la ley. Las literaturas alternativas (catalogadas muchas veces como “menores”) cuestionan eso y son hospitalarias de cierta alteridad. El realismo ha sido un género históricamente vinculado con el centro. El terror, la ciencia ficción o la literatura weird, en cambio, siempre estuvieron en los márgenes y creo que eso tiene un valor político.

–¿Adónde creés que reside lo político en el campo de la literatura?

–Me parece que no pasa tanto por las cosas que se dicen o se denuncian sino por esos márgenes desde donde se habla, el lugar de enunciación. Es interesante pensar también cómo se empieza a cuestionar esa marginalidad: hace treinta años Stephen King era considerado un escritor popular pero no se lo tomaba muy en serio; ahora eso cambió, pero tampoco es algo que dependa de los autores. Lo que está en juego finalmente es la salud de la imaginación. El realismo ha renunciado a pensar el futuro, ciertas formas alternativas de vida; ahí también hay algo político porque en esa renuncia a imaginar lo otro subyace una especie de aceptación tácita del presente como algo inevitable. Eso, en definitiva, es ideológico.

–También hay una mirada sobre el cuerpo que se distancia del realismo.

–Sí. En el realismo el cuerpo está en un lugar subalterno con respecto al sujeto, mientras que la literatura fantástica rompe ese dualismo cuerpo/alma que es muy occidental y propio de la tradición judeocristiana. Por ejemplo: se debe domesticar al cuerpo para poder constituirse como persona, se deben reprimir los impulsos corporales para negar la animalidad y convertirse en sujeto.

Miles de ojos está estructurada en cuatro partes. La primera, con ritmo de road movie, pone el foco en un joven que maneja su Plymouth Road Runner y es perseguido por la hermandad adoradora de la velocidad. La segunda presenta el mundo de Federico, un chico que encuentra su sentido de pertenencia entre los metaleros y comienza una aventura terrorífica junto a sus amigos, un grupo de parias que se enorgullecen un poco de esa identidad marginal. La tercera se ubica temporalmente en el momento post-catástrofe y comienza con el rito de iniciación de Eli, hija del líder muerto, un viaje destinado a solicitar la fusión con el sueño. La cuarta tiene dos páginas, así que conviene no spoilear nada.

–¿Cómo aparecieron las tribus metaleras y los 90?

La novela trabaja con los metaleros porque pasé mi adolescencia adentro de esa tribu urbana, pero me interesaba contarlo no desde un lugar nostálgico sino a modo de comentario social de lo que fue Santa Cruz en esos años, una ciudad con un protagonismo clave en la economía del país pero culturalmente muy provinciana. Los adoradores de la velocidad de la primera parte también pueden ser pensados como una subcultura. No fue intencional, pero la novela terminó enmarcándose en esta historia y tiene un subtexto ligado a la religiosidad. En lugar de la noción más tradicional de Dios, aparece la máquina y la velocidad representa una especie de deidad. En los 90 la subcultura metalera era una forma de disenso y a mí me interesaba trabajar esto.

“Nos vestíamos de negro porque no sabíamos bailar, porque no se nos ocurría nada gracioso que decirles a las peladas, porque era una forma de canonizar nuestra torpeza social”, dice el narrador. En la decisión de Barrientos por trabajar con esa figura del paria social que odia a quienes no escuchan los mismos discos y que utiliza la timidez como armadura, puede hallarse cierto paralelismo con su modo de concebir la literatura de género: en ninguno de los dos casos hay un deseo de pertenecer a la centralidad del canon.

Cuando se le consulta al novelista por las influencias presentes en este texto, menciona la “Trilogía del Hielo” del ruso Vladimir Sorokin; Southern Reach Trilogy de Jeff VanderMeer y los cuentos de Thomas Ligotti. También destaca el trabajo de algunos contemporáneos: su compatriota Liliana Colanzi, Mariana Enriquez (junto a quien presentó Miles de ojos), Roque Larraquy, Luciano Lamberti y Juan Cárdenas. “Poco a poco se fue configurando una generación de escritores que trabajan con el género y lo enriquecen, pero lo utilizan para hacer su literatura sin necesidad de quedarse ahí. Esta generación (gente de 40 a 45 años) está llegando a cierta madurez literaria con obras que vale la pena leer”.

La actualidad boliviana

Barrientos asegura que el presente en Bolivia es complejo, y comenta: “Hemos tenido años durísimos con el golpe de Estado. El país quedó muy polarizado, hubo situaciones bastante confusas. Quienes tratan de negar el golpe alegan que hubo un fraude en las elecciones donde Evo termina ganando. A él se le puede criticar que no acató un referéndum y ahí hay una cuestión problemática desde el punto de vista democrático, porque se le dijo que no queríamos reelecciones y se postuló igual. El conteo fue medio oscuro, pero definitivamente hubo un golpe de Estado. Se desataron masacres y explotó el racismo que estuvo reprimido durante años. Quienes somos de izquierda hemos señalado críticas hacia el MAS, un proceso de cambio que en estos 14 años derivó en otra cosa. Me parece que todos pedíamos una autocrítica y no terminó de constituirse, entonces hay una lucha interna muy fuerte. Por otro lado, está el pedido de justicia por todas las muertes que ocurrieron durante los meses en los que estuvo el gobierno de facto. Yo creo que la polarización es buena porque la política es conflicto, pero muchas veces se utiliza esto para manipular y estigmatizar. Aún así, hay cierta estabilidad económica pero no sé hasta cuándo durará esa burbuja”.

La visita a Buenos Aires

Barrientos estuvo "de gira" por Buenos Aires. El miércoles presentó Miles de ojos junto a Mariana Enriquez y Lala Toutonian en Eterna Cadencia. El jueves, en La Libre ,impartió junto a  Juan Mattio un taller de Literatura Weird. Por último, el sábado a las 20 se llevó a cabo la Noche Negra. Resonancias del Black Metal en las artes rioplatenses: música, lectura y performance, en Rosas Arte Contemporáneo (Martínez Rosas 1260).