Lo que más quiere Hilda Lavizzari de Guardati “antes de morirme” es saber qué paso con su hijo. “Mi pelo ya está blanco”, agrega la mujer que organizó quince marchas por la desaparición de su hijo Paulo Christian Guardati en mayo de 1992. Christian acompañaba a un amigo, a la salida de un festival solidario de una escuela del barrio La Estanzuela, en el Gran Medoza, cuando por un incidente con un agente de civil, lo llevan a la repartición policial del barrio. Nunca más se supo de él. Su ingreso no se registró en el destacamento.
En 1997 la Comisión Interamericana de DDHH (CIDH) declaró el caso “desaparición forzada”, a manos de la policía de Mendoza. Pero la causa seguía en la justicia provincial y aunque los cuatro agentes que esa noche reportaban en el destacamento de La Estanzuela fueron imputados, nunca avanzó la investigación. Fueron sobreseído y siguieron prestando servicio. Pero Hilda siguió pidiendo justicia. En 2021 la causa pasó a la Justicia Federal provincial. Y la Fiscalía Federal pidió al Ministerio de Seguridad de la Nación que ofrezca una recompensa, lo que ya se concretó.
“Ahora vamos a ver con esto si se puede volver a investigar”, evalúa Hilda. Es cuidadosa, habla despacio. “Yo ya no sé qué más hacer, porque hace treinta años que vengo luchando”, describe, al analizar el proceso judicial sobre la desaparición de su hijo de 21 años: “El problema fue que la fiscal (Claudia Ríos) hizo dormir la causa –-explica--, yo la conocía de hace treinta años, cuando ella era secretaria del juez (José Luis) Del Pópolo, que no me quiso tomar la causa, cuando fui por primera vez al juzgado”, repasa.
Para Hilda el proceso judicial está viciado: nueve jueces pasaron por la causa. Todos entorpecían la investigación salvo “la doctora (Estela) Garritano que trabajó a conciencia, hasta que se dijo que nos habíamos familiarizado demasiado y la sacaron”, lamenta. “Aunque la Comisión lo dio como ‘desaparecido’ recién ahora pasa a la Justicia Federal --señala--, y estoy esperando porque hay dos casos antes --se refiere a Garrido y Baigorria-- que no se sabe si los tiraron a los pozos de petróleo, yo no sé explicarme hasta dónde pueden llegar. ¿Y con mi hijo qué se hizo? No se pudo comprobar nada, no quisieron investigar. Tenían que taparlo porque fue la policía”, sostiene.
La madre de Christian habla con firmeza, aunque transmite fragilidad, la de quien ha vivido ya mucho tiempo. En Maipú, una localidad del Gran Mendoza, espera que se abran los pasos fronterizos para volver a Chile donde vive con su hijo menor, y habla con Página/12. Recuerda cuando vivía con sus dos hijos, Christian y Marco Antonio, en otra zona de ese cordón urbano, en Godoy Cruz. Hasta que Christian se convirtió en víctima de “la mendocina”. Eran los '90 y la fuerza funcionaba como resabio activo de la dictadura. La desaparición de Christian, como las de Garrido y Baigorria (1990) o Sebastián Bordón (1997) lo demostraban.
“Yo hice muchas marchas, me junté con la señora Bordón, con la mamá de Soledad (Morales). Fui a Buenos Aires, estuve con las Madres de Plaza de Mayo. También fue la televisión. A todos lados fui, a lo de (Mariano) Grondona, a lo de Mirtha (Legrand) porque decían que el programa trae suerte, pero no se consiguió nada”, recuerda Hilda. Le busca color a la tristeza. Cuenta anécdotas que le permiten atravesar el dolor.
No vive en Maipú, aclara. Vino por un trámite “y al otro día cerraron el paso fronterizo por la pandemia, me quedé, ya por dos años y medio, espero poder volver”, dice. Quiere volver a Chile donde vive su hijo Marco Antonio, médico, padre de tres hijos. A Hilda le cambia la voz cuando habla de sus nietos y de ese hijo. “A pesar de la mochila tan grande que le tocó llevar desde los 13 años --cuando Christian desapareció--, estudió y no falló en ninguna cosa, tienen una familia muy bonita, una esposa, tres hijos varones que son el sol de mi vida”, comparte.
El nieto mayor nació “el mismo mes que se llevaron a mi hijo”, cuenta. Y recuerda que siempre pedía: “Señor tú me tienes que devolver algo”, hasta el mes de mayo en que nació su primer nieto. “Eso me cambió la vida, me dio ganas de seguir viviendo y seguir luchando, porque ya llevo 30 años en esto”, insiste.
--Ahora quieren investigar a la policía. Hay recompensa para quien aporte datos.
--Sí. Un millón y medio. ¿Eso vale un hijo? Un hijo no tiene precio. Por eso digo que una recompensa no lo soluciona, pero ojalá, por necesidad alguien dijera algo. O por conciencia. Para yo saber qué paso y dónde está mi hijo, y no morir sin saberlo.
--¿Cuándo fue la última vez que lo vio a Christian?
--Esa noche. Fue con otro chico a la salida del baile. Había llegado muy tarde de trabajar, pero el amigo insistió y él dijo: voy, pero no voy a entrar. Incluso andaba con la ropa de trabajo. Me dio dos besos cuando se fue, y no supe nunca más nada. Hasta hoy espero. No tengo idea qué pudo pasar, y ya tengo mi cabeza blanca de canas.
--¿En qué trabajaba Christian?
-- Era casi maestro mayor de obras, cuando terminó la secundaria no siguió estudiando y lo lamentábamos todos, hasta las profesoras venían a hablarme porque él era muy inteligente, pero dijo que quería aprender la construcción y empezó a trabajar. Yo le decía: Christian tendrías que ir a la universidad y que te den el diploma de maestro mayor de obra.
--¿Usted cómo se enteró?
--Vivíamos en Godoy Cruz, acá en Mendoza, pero el barrio de donde se lo llevaron era lejos. Y ahí en la comisaría se pierde el rastro, porque dijeron que no estaba ingresado. Vino el padre del otro chico que iba con él a contarme que se lo habían llevado detenido y que fue al destacamento y a otras partes de la policía, y no lo encontraba. También dicen que se lo llevaron en un auto particular, sin patente, ¿por qué? ¿Y por qué actuaban tan agresivos? Porque todo lo que se dijo de mi hijo no es cierto.
--¿Y usted empezó la búsqueda en ese momento?
--Lo que hice para encontrarlo... he bajado por los barrancos de ese barrio, que eran cerros y me lastimaba las piernas con los arbustos. Yo buscándolo. Y el comisario decía: miren que facilidad que tiene para pasar debajo de las alambradas. Cosa que no hace su policía, le contestaba yo. Y seguía, caminaba gritando el nombre de mi hijo por si estaba ahí, lastimado. Gritando yo, y no encontré nada.
--¿Se relacionó con otras mamás, de otros casos?
--Hicimos como quince marchas, con la señora Bordón, con la madre de Soledad. Muchas mamás nos juntamos, yo inicie eso Mendoza. Les dije: anímense mamás, salgan a denunciar, no tengan miedo porque el miedo paraliza, así que las mamás empezaron a reunirse, hicimos las marchas, hubo muchos casos en esa época, para mí las otras mamás son las únicas que me pueden entender. Después seguí con los abogados.
--¿Y usted ahora qué cree que puede pasar?
--Que la causa a manos de la Justicia Federal pueda averiguar qué pasó. Porque acá es mi provincia, pero desgraciadamente tengo que decirlo, nunca se hizo nada.