La semana pasada, el Ministerio de Igualdad de España lanzó una campaña contra la gordofobia y la violencia estética que generó polémica. En concreto, por un afiche publicitario con una ilustración en la que se ven cuerpos diversos femeninos en la playa bajo el lema «el verano también es nuestro». La publicación generó revuelo por sus irregularidades en la implementación: el ilustrador basó sus dibujos en fotos de mujeres reales y no les avisó. Ellas se reconocieron e hicieron pública su queja. Pese a esta informalidad, creo que nadie a esta altura puede negar que es muy importante que los gobiernos y sus representantes se sumen a la lucha sobre la violencia discriminatoria que sufren gran parte de las personas de nuestra sociedad, sobre todo, las mujeres.
Acá en Argentina, una foto de la mediática Wanda Nara corrió con una suerte similar en cuanto a opiniones gordofóbicas. De los cuerpos ajenos no se habla, sin embargo las que pertenecemos al espectáculo constantemente estamos sometidas a críticas y escarnios públicos. ¿Quizás por ello recurrimos a los filtros? ¿Por qué las redes sociales ponen estas herramientas al alcance de todes? ¿Perpetuar imágenes hegemónicas nos hace blanco fácil de las críticas y las autoriza?
Yo soy conductora de un programa, Intrusos del espectáculo. Mi rol requiere de cinco looks semanales. Es un gran trabajo armar los atuendos que tanto les gustan a mis seguidores. Para poder vestirme con las prendas que debo lucir, hago un entrenamiento de cinco días a la semana, más la ayuda de un nutricionista. Les cuento esto porque soy presa de un sistema que me exige ser de determinada manera, soy una mujer trans que debe entrar en los talles hegemónicos. Nunca me puse a pensar que era una víctima. No quiero que esto suene a queja de mártir tampoco: reconozco que tengo la enorme suerte de vivir de lo que me gusta, de ganar dinero con mi profesión y me va bien, pero eso no impide que yo no detecte y señale la contradicción con la que vivo.
Sabemos que la belleza es una construcción cultural que puede variar. De hecho, me resulta muy interesante investigar cómo fue cambiando y qué lugar le dieron a este concepto las distintas sociedades. En el Egipcio Antiguo, por ejemplo, había muchísimos términos asociados con la belleza. El signo «nefer» se usaba para referir ideas asociadas con lo bello, lo bueno, lo armónico, lo perfecto. Men-Nefer, «la que es estable de belleza», era uno de los nombres de la ciudad de Menfis, por ejemplo. Bau-Nefer significaba «perfecto de poderes mágicos; Nefertary, «la que ha sido hecha bella» y así, un largo catálogo de términos construidos a partir de esa idea aplicada a personas, cosas, lugares. Gracias a esculturas y a frescos sabemos además, cuáles eran los parámetros que se valoraban para el cuerpo humano: la delgadez y la esbeltez, los rostros aclarados, angulares, con ojos y cejas marcados con Khol, tanto para mujeres como para hombres; incluso se sabe que se llevaba el cabello teñido y rizado.
Desde tiempos inmemorables, los seres humanos venimos perpetuando e imponiendo diferentes cánones de belleza. Estos representan lo que una sociedad asume como agradable estéticamente. Dicho en criollo, algunos parámetros responden a lo «bello» para las cosas o personas y otros, no. A partir de estos valores, existen cuerpos considerados «perfectos» por representar ciertas características. Como ya comentaba, dependen mucho del espacio y el tiempo en el que se construyen y han variado a lo largo de la historia. Es decir, no es nada nuevo. Aparentemente, en la Antigua Grecia es cuando los cánones de belleza empiezan a estar bien definidos.
Sin ir más lejos, los nuestros ideales occidentales tienen algunas similitudes con los del mundo griego, que buscaba un cuerpo atlético y delgado mediante el ejercicio físico y buena alimentación.
A pesar de los años, el canon actual se basa en perpetuar juventud y tener una figura firme y delgada. Pero a diferencia de otras épocas, no es únicamente por esta construcción que hoy en día tanto hombres como mujeres pasen horas en el gimnasio buscando esa imagen corporal hegemónica y si no la consiguen, recurran a tratamientos estéticos y cirugías plásticas. Lo cierto es que la constante preocupación por el aspecto físico de la sociedad actual está exacerbada por los medios y la publicidad que reproducen los parámetros que consideran que «venden». Es esto lo que tenemos que replantearnos: nuestra sociedad le da una jerarquía excesiva al culto del cuerpo. En la medida en que se empiece a aceptar que el valor de belleza es relativo y que otras cualidades comiencen a pesar tanto como esta, no solo vamos a aceptar la diversidad, sino que también vamos a bajar los niveles de violencia. Quizá podría suceder en una sociedad que aprecie del mismo modo a capacidades como la inteligencia, la visión crítica, la sensibilidad, el ingenio, la agudeza, el humor verbal. Sería otra la historia, seguramente.
Muches dicen que no hay nada de malo en cuidad la apariencia. Claro que no, lo importante es que no se convierta en el único valor, en el único modo de ser exitosxs y aceptadxs, en que eso prevalezca sobre todo lo otro. No es un problema en sí que existan valores de belleza, sino que estos monopolicen a los otros.