A Victoria Colosio (1927‑2016)

Me acuerdo de cuando la conocí a Victoria; me esforcé por no mandarla a la mierda de tan exultante que me parecía; por supuesto en seguida le dije que me parecía medio loca lo cual le cayó en gracia y comenzamos a compatibilizar. Además, teníamos algunos motivos para identificarnos. El nombre me sugería una parte femenina de mí mismo a la cual adhiero con facilidad. Para colmo, comencé a comentarle de mis tangos preferidos: Quejas de bandoneón, que es mi himno, A la gran muñeca, Mala junta, Tormento... Me acuerdo también que cuando nos despedimos, la llamé por primera vez vieja y debe haber sentido algo que surgía de lo más remoto de mí, como de hecho creo que era, que siempre es, porque trasuntaba un afecto desplazado, tamizado y lejano, pero no por eso menos intenso, menos insistente. Unas o dos semanas después me llevó a sus clases de tango y me pidió que le filmara un video. Le dije que sí y cuando quedé en pasar a buscarla, me dijo que las buscara en el centro Cultural. Después me enteré que había pasado la noche en uno de los bancos porque no había tenido donde ir. Me puse muy loco y la reputeé, le dije "Vieja de mierda? ¡Por qué no me dijiste?". En mi vida y en la de mi mujer hubo siempre lugar para los linyeras y los pordioseros y la verdad es que vos, te parecés a uno de ellos. Hubieras venido a mi casa, lo cierto es que a partir de allí lo hizo porque mi mujer la adoraba. Siempre le critiqué los miles de defectos y esa locura que le impedía hacer algo más, quizá porque soñaba demasiado. Yo sé que tenía mucho miedo de despertar, ya la vida la había maltratado, seguramente como a cualquiera, pero ella sentía la insurgencia de un don que le imposibilitaba resignarse; un don que la acosaba y que la mantenía en pie o en danza. Las clases se le llenaban de gente y la vieja no cobraba, tenía miedo de que si lo hacía, nadie concurriría. Por supuesto, esta actitud la intimaba a obrar absurdamente y hasta disputar con gente que no lo merecía. Por supuesto, esto es Rosario, aquí prima la cultura de que la cultura no debe pagarse o por lo menos se debe hacerlo con el mínimo posible. Por eso los medios que deben juzgar lo valioso de ciertas obras o de ciertas aptitudes distan mucho de saber qué es lo que corresponde y entonces... mucho talento, mucha disposición queda siempre en el camino. Hay lugar para lo de afuera, lo que viene de un exterior, no sea que lo que hay aquí sobresalga y desaloje de lugares a muchos que subsisten a fuerza de relaciones y con poco conocimiento.

Las relaciones de la vieja eran gente común, la esposa de un pintor, una amiga que la conocía y la admiraba, gente generosa que la recibía y la alojaba, gente que la admiraba y se regocijaba de su carácter contestatario. Por supuesto, en el extremo, ella no admitía la crítica y muchas veces rozaba el ridículo, caía en la improvisación, en el maltrato innecesario y a veces injusto. ¿Por qué la toleraban? No creo que fuese solamente por su talento... creo que representaba una forma de arte que siempre se expresa en el raro resplandor de un aparente fracaso; algo coincidente con la letras afines, con las emociones surgidas desde el "hondo bajo fondo donde el barro se subleva". O como dice un insigne poeta rosarino: "Elevo el sortilegio del derrumbe donde la calle Santa Fe de entonces se abría como el lago del averno..." Yo creo que algo de ella propendía a identificar los sueños anónimos de mucha de nuestra gente ignorada. En realidad, no sé, habría tanto que decir de una vida, de cualquier vida y tanto cuando se trata de una vida como la de ella. No sé, Victoria ya se ha ido y tal vez haya restituido su cordura, harta su esencia del clamor mundano. Yo, que me dejo llevar por lo cercano que habita siempre en la memoria, insisto, la vieja estaba loca, y como toda loca no comprendía ni podía compartir normalmente el mundo al que solemos soportar a partir de las impostaciones necesarias. La vieja se creía que el mundo debía ser lo que ella admiraba, un paso de danza en nuestra música ancestral, surgida en el inicio de los mundos, o cuando la tierra comenzaba a hacerse mundo. Por de pronto, coincidíamos los dos que el tango tenía orígenes muy antiguos, tanto como el truco derivando del tarot, de los gitanos y entonces, la vieja pensaba las figuras del danzarín con una pose similar a las figuras de los egipcios y con restos de la gitanería, del tango andaluz, de toda esa cultura subcultura que rara vez alcanza lo que el arte mayor ha logrado. Y cuando a veces, poníamos en duda lo que rastreábamos por meros anecdotario, decíamos que si eso reflejaba algo de lo que nos emocionaba bien merecía alcanzar el grado de verdad de una ficción. Para decirlo a groso modo y como te gustaría a vos, vieja, ahora que no podés escuchar, ahora que te despido de la única manera que se me ocurre: la única verdad para algunos es la verdad del arte. Aunque a vos a y a mí nos cabe que suele ser una pasión inútil. Hay tantas cosas que compartimos que me vienen a la memoria y tantas que no y que ahora se me antojan para siempre... ¿Te acordás? Una mujer se te acercó y te dijo: yo a usted la conozco, usted es escritora. Sí, le contestaste, escribo con los pies. Esa respuesta tuya me justifica saludarte, como otras tantas veces, desde el prólogo sonoro que anticipa, las sombras donde los pájaros no cantan.

Arrabal. Te traemos fatal como a una madre,/ Y en las notas del despecho cabizbajo/ Que desliza furtiva una mirada./ No sé de qué costado o de que esquina/ Que arrastra su dolor como si acaso/ En el corte de un paso a contradanza/ O en la voz derrotada se sublima/ Te traemos con el tango empecinado/ Que dispensó una vida porque sí y en el orillo/ donde tanto destino se ha deshecho/ y hay tanto sufrimiento desmadrado.

Hay pobreza de siempre en las miradas/ Y tristeza de un niño que culmina/ sabiendo que no fue.../ Por todo eso, Victoria, te traemos,/ Fatal como a una madre te traemos/ O tal vez no sé cómo decir/ Que con vos nos arrastramos".