Supervisor de efectos especiales y veterano doble de riesgo, Federico Cueva debuta en la dirección con un film en el que conviven acción y humor en medio de una trama policial. La fórmula encuentra innumerables antecedentes en el cine norteamericano aunque no en el de la Argentina, donde los habituales presupuestos ajustados configuran un panorama dificultoso para desarrollar las escenas de amplio despliegue visual que caracterizan el ideario de este tipo de películas. Quizá por eso los pocos intentos por emularla han dejado bastante que desear. Sólo se vive una vez (¡¿por qué ese título?!) se hace cargo de esa situación desventajosa mostrando las explosiones en cámara lenta, como para que se note que algo de plata hay. Pero esa no es la apuesta principal. Lo más importante aquí es el aglutinamiento de figuras nacionales de conocimiento masivo (Peter Lanzani, Eugenia “China” Suárez, Luis Brandoni, Pablo Rago) y un par de actores internacionales de fuste como Gérard Depardieu y Santiago Segura, a quien en estas semanas también pudo vérselo en la serie Supermax y un par de meses atrás en la comedia Casi leyendas. El resultado es una película con la tasa de rostros familiares más grande desde Relatos salvajes y algunos chistes que, en el mejor de los casos, obligan a mover las comisuras.
Lanzani interpreta a Leo, un estafador de poca monta dedicado a filmar los encuentros sexuales de su socia (Suárez) con hombres adinerados para después extorsionarlos. Se ve envuelto en el asesinato de un científico (otro español conocido: Carlos Areces), a raíz de una lucha por la patente de un producto químico relacionado con la industria frigorífica. El estar en el lugar menos indicado en el momento más inoportuno lo obliga a adoptar una nueva identidad y esconderse en la sinagoga precedida por el rabino Mendi (Luis Brandoni), siempre con el malvado Duges (un monosilábico Depardieu) y su secuaz Tobías (Segura) siguiéndole la huella entre reuniones ultra secretas y cebadas de mates, muestra de que los códigos humorísticos que propone el film no van mucho más allá de los lugares comunes.
En realidad, nada en Sólo se vive una vez va mucho más allá de los lugares comunes, con la apelación a los contrastes entre catolicismo y judaísmo, las irrupciones de un potencial interés amoroso y de un compañero de cuarto que pasa del odio a la complicidad, y la presencia de un asesino a sueldo en apariencia imbatible. En ese sentido, tenía razón el periodista Oscar Ranzani cuando, en la entrevista al ex Chiquititas y Casi Ángeles publicada el lunes en estas mismas páginas, afirmó que Sólo se vive una vez está pensada para “pasar el rato –no más que eso– en el cine”. El rato se vuelve ameno cuando Cueva deposita el peso del relato en un Lanzani que actúa con todo el cuerpo y que desde El clan viene mostrando que es bastante más que el galancete juvenil que supo ser. Pero se vuelve más ripioso cuando irrumpen algunos de sus traumas juveniles y Cueva deje espacio para algunos personajes deslucidos, mostrando que un plantel actoral de ensueño no siempre se traduce en una buena película.