“¡Hola, chicas, estoy afuera!” fue la frase matutina que resonó con toda su algarabía en tantos teléfonos celulares casi a la vez. Muchas la escuchamos desde la cama, todavía con los restos en el cuerpo de la celebración de la noche anterior. “Soy Higui, no lo puedo creer”. Su voz abrazaba a un afuera que durante meses había imaginado: ese día podía contemplar un amplio espectro de posibilidades pero con un factor común irrefutable: iba  a ser un festejo. Y fue un festejo.

Unas horas antes, de noche y en el Congreso, la celebración se esparcía entre tambores y cantos, a cada sonido le correspondía un abrazo y a cada letra del repertorio, un intercambio de miradas que encastraba a la perfección con la afirmación que Higui había hecho. Salió de la cárcel:  nosotras tampoco lo podíamos creer. Y a la vez, entre todas, lo habíamos hecho posible.

La primera vez que escuchamos el nombre de Higui fue en enero de este año, propagamos a modo epidémico la necesidad de hacer algo por esta lesbiana que se había defendido de una violación correctiva y que había terminado presa. Nos reunimos en el Parque Centenario cuando todavía a las seis de la tarde había sol para rato, podíamos quedarnos hasta después de hora pensando a qué fibra de nuestra existencia lésbica había llegado esta chonga que se sacó un cuchillo de entre las tetas y a la que le gusta jugar al fútbol. De esa trasnoche se desprendió la Asamblea Lésbica Permanente, una experiencia de militancia tortillera que ensaya múltiples interpelaciones lesbianas en un nudo de contradicciones. Desatarlo fue abocarnos a la tarea: que se sepa quién es Higui, trabajemos para que el próximo 7 de Marzo -día de la visibilidad lésbica- podamos honrar a las lesbianas muertas y luchar por las que están vivas, salgamos a la calle, seamos creativas, plantemos en la marcha por el Paro Internacional de Mujeres una bandera verde y enorme que diga “Libertad para Higui, atacada por lesbiana, presa por defenderse”, hablemos de las violencias que sufrimos las lesbianas en nuestras cotidianidades, de la violación correctiva, de la incomodidad que provoca el que nos metamos donde no nos llaman. Nos gusta meter la nariz, la voz y los dedos, sobre todo cuando se quiere invisibilizar la intención política y placentera de corrernos del perímetro heteronormativo que se nos marca puntillosamente.

Y ahora bien, imaginemos como un postulado necesario para la creación, de lo que son capaces nuestros cuerpos y nuestra historia en este devenir lésbico. Engendremos -al mejor estilo Frankenstein- un cuerpo político y disidente que confeccione a partir de nuestra vivencias una  táctica artística de ensamble, donde aparezcan como recursos pictóricos la primera vez que le presentamos una novia a nuestra familia, también ese día de envalentonamiento visceral en el que confirmamos en nuestros trabajos que sí, que efectivamente somos lesbianas,  o cuando disputamos el espacio público besándonos con lengua. Sigamos imaginando cómo nuestras canciones moldean las huellas que queremos dejar. Aunque la fantasía avance, démosle rienda lúdica. 

En muchas manifestaciones pidiendo la libertad de Higui, se escuchó la letra “la organización nos ha sacado de la cama”, este cruce creativo de palabras no solo incita a un despertar urgente, sino también a un movimiento que puede habitar múltiples espacios sin pedir permiso y sin tener que tildar con una “x” la nomenclatura correspondiente a nuestras prácticas sexuales.  

Después de la celebración en Congreso, fundida en un abrazo colectivo, nos queda la absolución para Higui, una tarea que nos convoca y ocupa, agrietar las leyes que preponderan la defensa de la propiedad privada frente a la defensa del propio cuerpo. 

Y entre tanto, trabamos a la Justicia y nos metemos en los recovecos construyendo una alternativa de albergue comunal, tejida en encuentro y asamblea. Como el mensaje matutino de Higui, “hola, chicas, estoy afuera”, en el que el despertar tome la forma de aliento que nos sirva para respirar el aire del cual valernos para construir este mundo que creemos posible habitar.

*La autora es integrante de la Asamblea Lésbica Permanente.