Ay, Elisabeth Moss, por favor, por favor, no pares nunca de sufrir… Imposible evitar la súplica a la encomiable actriz que, solo en los últimos años, ha dispensado algunos de las más complejas, memorables y atormentadas heroínas que la pantalla chica ha sabido ofrecer. La inefable Peggy Olson, de Mad Men, cuya imagen hace hoy frecuente aparición en carteles de protesta por equidad salarial. La reservada detective Robin Griffin en la oscurísima Top of the Lake, esa perlita de Jane Campion que en breve estrenará segunda temporada. Y, claro, Defred, en la aclamada The Handmaid’s Tale, distópica ficción basada en la homónima novela feminista que Margaret Atwood publicó en 1985, donde un totalitarismo patriarcal, con raíces extremistas cristianas, vacía a las mujeres de cualquier derecho (empezando por sus nombres) y las reduce a esclavizadas máquinas de parir, debiendo someterse las fértiles a violaciones “ceremoniales” una y otra y otra vez...
“Elisabeth hace algo muy… Elisabeth, muy propio, que es mostrar fuerza y vulnerabilidad a la vez, y también misterio”, ofrece Campion sobre la intérprete, coronada por medios yanquis como “la reina de la tevé en su apogeo”, cuya mera presencia -concuerdan- se ha vuelto un sello que garantiza calidad. Y es que Moss no se anda con chiquitas: elige roles con peso específico, y cuanto más complejos, mejor. Privilegiando, ante todo, óptimos guiones a los que siempre, siempre les saca brillo. Lo cual vuelve aún más auspicioso el próximo trabajo que la muchacha –muy bromista, cálida y ligera en su vida personal– acaba de fichar en doble rol, protagonista y productora. Rol donde, conforme nos tiene acostumbradas, sí que habrá de sufrir…
Finalmente, pondrá el experto cuerpito a un peculiar personaje histórico: Mary Mallon, más conocida como María Tifoidea, la primera persona identificada en los Estados Unidos como portadora sana de los patógenos asociados a la fiebre tifoidea. Una cocinera de modestos orígenes que aterrorizó Nueva York a comienzos de siglo XX. Tan controvertida, demonizada e infamemente célebre que hasta el chef Anthony Bourdainle dedicó una investigación (devenida libro, vale mencionar); y la factoría Marvel, nunca lenta, jamás perezosa, se inspiró en ella para crear a una supervillana con símil nombre. ¿Por qué tanto alboroto? Pues, porque su vida es de no creer. Vida en la que, por cierto, se basó la escritora Mary Beth Keane para escribir Fever, de 2013, novela con base histórica, aunque ficcionalizada, que la serie de Moss –aún sin título– adaptará para contar el cuento. “Es un personaje increíblemente complejo, de los que evidentemente disfruto interpretar”, se entusiasma la chica Moss. Al respecto...
Nacida en 1869 en un pueblito de Irlanda del Norte, viajó Mary Mallon a los Estados Unidos a los tiernos 15 y, con tenacidad y esfuerzo, labró una carrera que le resultaba harto satisfactoria, como cocinera de adinerados de la Gran Manzana. Noble oficio que se vio abruptamente interrumpido en 1906, cuando buena parte de la familia para la que trabajaba comenzó a enfermar de fiebre tifoidea, por entonces potencialmente fatal. Sospecharon entonces las autoridades sanitarias que acaso fuera la cocinera culpable del contagio pero, para su sorpresa, sanísima ella estaba, sin síntoma alguno de dolencia. Averiguación va, averiguación viene, rastrearon que los hogares donde antes había laburado habían corrido con suerte similar: brotes de fiebre en las distintas casas, incluso una muerte a causa del mentado malestar. A Mary la acusación le resultó injusta, infundada: si ella estaba requetebien, si ni siquiera tosía, ¿cómo podía transmitir la tan temida enfermedad?
Ante la duda, la pusieron en cuarentena en un hospital de la North Brother Island y la obligaron a someterse a estudio tras estudio, hasta que hallaron lo que buscaban: los resultados arrojaban positivo en la bacteria que causa fiebre tifoidea. Debido a que las bacterias se encontraban a menudo en su vesícula biliar, la presionaron para quitársela. Mary no quería, insistía que estaba bien, que por favor la dejaran en libertad. Tras tres años en el nosocomio, catalogada de monstruo, de freak, arrancada de la vida que conocía, y sin vesícula biliar, la pusieron en libertad con una orden: que no volviera a cocinar. No la entrenaron para otro oficio, no le dieron techo ni apoyo estatal. En resumen: la trataron como a una criminal. Apenas le propinaron un trabajo como lavandera que no distaba años luz del salario y las comodidades del laburo que conocía, y disfrutaba, como cocinera, y la mandaron a volar.
Pero Mary volvió a cocinar. ¿Cómo se supo? Porque cinco años más tarde hubo otro brote de fiebre tifoidea en NY, en el Sloane Maternity Hospital. Y la fuente era una tal Mary Brown, que trabajaba en la cocina. Brown era Mallon, claro, que había cambiado su nombre en repetidas ocasiones, acaso para sacudirse la mala prensa y obtener empleo. Por el brote, 23 personas enfermaron; dos murieron. Y Mary intentó escapar. Pero la capturaron y encerraron nuevamente en North Brother Island, donde la obligaron a permanecer durante ¡23 años!, cautiva hasta que falleció de un accidente cerebrovascular. Hasta el último día, la asintomática doña se encargó de remarcar que nada había sido su culpa. Y a la fecha, algunos creen en su buena fe; otros prefieren dudar.