Ocho años después de Una idea genial (Mansalva, 2009), su primera novela que llamó la atención sobre ella como una de las voces más originales de la narrativa contemporánea, Inés Acevedo acaba de publicar dos libros a la vez. Jajaja (Mansalva), que compila varios de los relatos que escribió desde los quince años hasta la actualidad, es una explosión de ideas y procedimientos que van desde la experiencia de vivir en el microcentro y a pasos de la pizzería Banchero hasta la historia de una chica que cría cucarachas y las desparrama por la casa porque gusta del fumigador, pasando por versiones de Kafka o de Simbad el Marino. Quedate conmigo (Marciana) es una novela de ciencia ficción que comienza con la caída de un meteorito y se instala en el espíritu de los ochenta, en las historias de bandas de amigos que tienen aventuras. Como la de Tati, la protagonista, a la que una perra androide le pide que escriba su historia para llevársela al espacio.
La escena de la nena que escribe o aprende a escribir, que estaba en Una idea genial y reaparece en Cuenta conmigo, ¿representa tu relación con la literatura?
–Sí, de una. Para esa chica la literatura lo rodeaba todo todo todo, desde que aprendió a leer y escribir. Es como que a la chica le gustaba leer un montón de cosas y de pronto empezaron a ocurrir las cosas que leía, todo estaba atravesado por la literatura. La diferencia es que en mi caso había un gran vacío también, no había tantos amigos, leía un montón. Y eso es algo fundamental de mi vida, es el dato que me marcó. Es la forma en que yo aprendí todo y me relacioné con el mundo, entonces al escribir sale todo el tiempo eso. Una vuelve mucho al origen y a la infancia cuando escribe.
¿Cómo fue tu acceso a los libros cuando vivías en el campo?
–En mi casa había algunos, pero no es que me compraban libros. Por eso a cualquier lado que iba sacaba libros y los leía, de una amiga de mi mamá, de la biblioteca de la escuela, y otra biblioteca de Tandil más grande. Mi mamá trabajaba en una escuela y me traía libros de ahí. Siempre tenía libros y me desesperaba no tener algo para leer, me iba de viaje y mientras leía un libro ya tenía que saber que había otro porque era realmente algo necesario para mí. Mi mamá se preocupaba un poco por eso, porque me veía muy enganchada. Estaba siempre leyendo. Al mismo tiempo me pasaba que quería escribir y me daba cuenta de que para eso tenía que tener alguna experiencia. Por eso las primeras veces copiaba otras cosas, porque no podía escribir nada que me pasara a mí. Esa chica de diez años no puede escribir nada en realidad, desde una lógica de lo verosímil.
¿Y esa banda de amigos que se bautiza como el Club Marlboro en Quedate conmigo? ¿Hay una experiencia tuya ahí?
–No tanto. En general yo uso bastante cosas que me gustan, en ese caso la novela El cuerpo, de Stephen King, en la que se basa la película Cuenta conmigo. Se trata de un grupo de amigos que tiene aventuras, como esa otra novela que nombro en Quedate conmigo, El club de los cinco. Son historias de niños detectives, esa cosa medio infantil o infanto-juvenil, como Los goonies. Después leí El señor de las moscas y otra novela brasilera que se llama Capitanes de la arena, pero son textos más fuertes. Me copio de algo porque me gusta, obviamente que yo le pongo lo mío y sale a mi manera, porque el paisaje de Quedate conmigo es en el que yo me movía. El pueblo, Napa, sí es inventado, porque si bien existía yo nunca me moví socialmente en ese pueblo. Mis hermanos y yo no teníamos amigos porque todos los otros chicos, nuestros compañeros de escuela por ejemplo, vivían re lejos.
En esta novela aparece algo que también está en los cuentos, y es que escribir se parece a contar historias dentro de un grupo, hay algo de la narración oral ahí.
–Es que yo me considero cuentista. Si vos mirás la novela te das cuenta de que son muchos relatos unidos. En ese sentido hay toda una cuestión del género novela que está en crisis siempre, desde que empezó, y que tiene que ver con esa fortaleza de poder agrupar dentro de sí cosas diferentes. Y en esta novela siempre tenés relatos, los de Tati, los que cuenta la hermana al grupo sobre el paisano, o Leo Scarpa que cuenta cómo la conoció a la perra. Después esos relatos se van mezclando. Y ella al final inventa un cuento, le piden que escriba uno y cuenta otro, si vos sacás todo eso no queda tanto.
Esa impronta del relato oral, o de contar un cuento, también está en Jajaja. Muchos relatos los empezás como si le estuvieras hablando a alguien.
–Sí, es muy fuerte. Es que yo me crié de esa forma, mi padre nos contaba todas las noches un cuento, a mis hermanos y a mí. Es lo mismo que yo le hago todas las noches a mi hijo. Mi papá tenía una gran capacidad de invención, empezaba con Simbad el Marino ponele, pero inventaba todo, y cada noche era diferente. Nunca nos repetía el mismo cuento. Eso a mí me marcó, recuerdo haber inventado y contado cuentos antes de leer y escribir. O haber querido llamar la atención de alguien contándole un cuento que yo me inventaba, siempre copiando de otros, y hoy mi hijo Gregorio hace lo mismo. Hay algo oral muy fuerte, sí. Es como dice Piglia, todo el tiempo estamos contando cuentos, todo el tiempo son marcos para contar una historia. Un marco posible es que algo gracioso te pasó, es uno de los más universales y necesarios. Jajaja tiene que ver con eso. Siempre tenés que tener una excusa para contar, ¿por qué contarías algo? Justamente la persona a la que le contás es la excusa, entonces los cuentos están direccionados. No digo que hay que escribirle a un lector, pero sí imaginar por qué estarías contando esa historia y a quién. Si no está eso, es como que la voz se pierde. Las ganas de contar tienen que ver con querer comunicarte con el mundo, no con escribir algo lindo. No es la escritura, siempre estás con el mundo, conversando.
¿Tiene que ver con eso que tus textos tengan formas tan abiertas, tan variadas? Eso también parece remitir a la conversación, que empieza en un lugar y nunca se puede saber dónde termina, que se va transformando.
–Sí, eso me gusta mucho, ir trayendo temas que de una manera loca se van encadenando y al final todo tiene que ver con todo. Yo creo que esos cuentos comienzan con una inquietud, y termina calmándose a sí misma la persona que habla. Empieza a hilvanar ciertas cosas que la preocupan y al final encuentra algún tipo de solución o le da como un cierre a esas cosas que están sueltas, dando vueltas por ahí, simple generar sentido.
Lo que se destaca también en Jajaja es la variedad de procedimientos, como en Una rosa para Emily donde tomás una idea de Faulkner, o Las cataratas del Iguazú que directamente es como un objet trouvé.
–Sí, Jajaja también es como un abanico, la palabra misma tiene forma de abanico. Hay un cuento que es una carta, otro un relato de una coreana. Cuando tuve que armar el libro fui a bucear entre mis archivos y había separado un montón de cosas que podían entrar en el libro, aunque no eran estrictamente cuentos. Un beso en la oscuridad, por ejemplo, es un mail que yo guardé porque me gustaba y me había olvidado. Después el cuento La avalancha, que es sobre una chica atrapada en la nieve, está copiado de una obra de Beckett que se llama Los días felices, una escena rarísima de alguien que está en un lugar trabado y hablando solo. Simbad el Marino también, es una copia. Hay mucho de copiar una cosa. En cambio los tres primeros son autobiográficos. Yo quería escribir sobre mi novela, sobre una amiga, y sobre mi barrio. Porque quería que hubiera cuentos nuevos. En la literatura autobiográfica me parece que no hay copia. Pero hasta por ahí nomás, siempre copiás de algo.
¿Cómo se te presenta en la mente el objeto o tema de un cuento, lo tenés definido antes de empezar a escribir o es algo que se construye en la escritura?
–En general sí, hay una idea previa. En Quedate conmigo quería escribir como Stephen King y tomar un poco de Carrie, de Cuenta Conmigo, y así. En cada cuento de Jajaja hay una excusa. El oso de cristal lo escribí porque Paz Levinson, una amiga, tenía una vitrina con objetos, y un día nos juntamos y cada uno escribió algo. Tenés la idea, pero cuando empezás a escribir ocurre algo que no era exactamente lo que pensabas, esa es para mí la parte mágica. Siempre que escribís sale algo que no era lo que querías contar, y después por ahí vas generando con esas palabras un territorio donde podés poner lo que tenías ganas de decir. Uno no puede arrancar diciendo lo que tenía ganas de decir, tenés que ir armando unos caminos donde de alguna manera corresponda ponerlo, como Levrero en La novela luminosa. Son cientos de páginas porque quería contar algo, apenas una escena, y tuvo que escribir todo los anterior para que esa escena tenga sentido. Entonces claro, la literatura es como un recubrimiento feroz de palabras que tiene que ver con poder darle lugar a una, dos cosas, no a muchas. Yo tengo que generar un lugar donde eso que cuento pueda ser posible, porque eso de por sí no tiene ningún valor. Tengo que posibilitarlo. Y de una forma que por ahí no esperaba. Tenés una idea, pero escribir siempre es lanzarse al vacío.