¿Hay algo más parecido a los bemoles del viejo amor cortés que un espectáculo porno donde, en el momento de concretar, los protagonistas se rechazan y no hay otro final posible que ese? Es decir, que ahí el acercamiento en demasía al objeto sexual conlleva la muerte del proyecto, a tal punto que un orgasmo será muy mal fingido, porque solo lejos del objeto real la imaginación construirá los paraísos necesarios para que no ocurra la falla.
En Desmonte, la obra de teatro rosarina de Leonel Giacometto, producida y elegida por el Cervantes para su programación de gira en las provincias, dos muchachitos que el espectador gay agradece (Alexis Muiños Woodward y Juan Manuel Medina -sin el Abal-) encienden el breve espacio del IDEA (Instituto de Artes Escénicas) con tres variaciones de un pequeño melodrama fractal inacabado, de identidades y temporalidades intercambiables. Pero el estallido de la escena queda en promesa (literalmente con el culo al aire, pero sin ser penetrado) porque, precisamente, lo que buscan en este interesante experimento nacido de la pura improvisación es dar cuenta de la imposibilidad de un encuentro sexual genuino en el contexto del sujeto narcisista de hoy. En ese sentido, creo que Desmonte dice más de lo que se propone.
Solo once sillas que se apilan y se trasladan hacia la nada y regresan a su sitio, y dos puertas de la sala que sirven para narrar un “fuera de escena”, que es un baño con el inodoro saturado de mierda, operan como un artificio y una provocación mayor de la que acaso crean los improvisadores causar. Bajo los vínculos de una parejita gay de clase media que busca una vida asimilada a su contexto familiar y planea como salvación de su vínculo un viaje a Europa corre el detrito, que no es otra cosa que el deseo de una poronga proletaria con la cual en definitiva el diálogo resultará también imposible. Si el “trapito” de la obra se somete por un momento a la humillación es por dinero y, en ese acto de compraventa clasista, el objeto sublimado, al que sin embargo se le exige la prueba de donar el esfínter, se diluye. Ofrece por dinero lo único que puede, su masculinidad irrevocable, pero en ese mismo acto el concheto se aburre, porque en realidad lo que desea excede siempre lo que encuentra.
Dice Alexis Muiños Woodward que “en las improvisaciones me daba cuenta de que tenía la necesidad de expresar figuras de mi deseo, y también mucho de lo que rechazo. Por ejemplo, el morbo bastante común entre nosotros los gays de pagar por sexo a un chongo pobre, en este caso un trapito, desde un personaje repulsivo para mí, una suerte de chico del PRO, por un lado muy correcto en su aspiración por ingresar a la curva normativa de la clase social a la que pertenece solo a medias; pero, por otro, muy oscuro y cínico”.
En su contexto rosarino, Alexis busca desmontar la reproducción del modelo gay triunfante porque, cree, “nuestros vínculos pretenden anclarse en una monogamia que de por sí ya fracasa casi siempre entre los heterosexuales. Los putos tenemos un plus de deseo que nos caracteriza y que muchas veces reprimimos. Desde chicos siempre mentimos, a nuestros padres, en el trabajo, en nuestros medios sociales de origen. Y después solemos mentirnos a nosotros mismos en cuanto a las infinitas posibilidades de nuestro deseo. La historia de la parejita gay adinerada tiene como trasfondo el deseo sexual por el lúmpen al que no obstante desprecia y teme. Es un ardor que se silencia. Los vínculos monogámicos de todo tipo obligan a una renuncia, no por la nobleza de un sacrificio sino porque se lo asocia a la mala conducta. En definitiva, lo que se ve en primer plano en Desmonte es el registro de una película porno sin final feliz. Apenas un falso pete y el culo desnudo como testimonio de esa zona del cuerpo que todavía perturba al espectador”.
Aquella máxima lacaniana: “no hay relación sexual” podría aplicarse, entonces, a estas variaciones en Desmonte, que llegará a Buenos Aires en 2018, después de recorrer las provincias. El objeto del deseo es ahí como la Dama del antiguo amor cortés, inalcanzable e intocable. Por eso no hay final feliz, porque develaría la verdadera sustancia de ese supuesto objeto. Que siempre es “algo más allá de él”. Quedamos, así, a la manera de un poema de Néstor Perlongher, preguntándonos porqué buscamos desollar el cuerpo para extraer de sus axilas unas secretas esponjas. l
Viernes y sábados a las 22.30. Domingos a las 20.30, Instituto de Artes Escénicas (IDEA), Entre Ríos 840, Rosario.