Una torta gigante y dos parejas heterosexuales moldeadas en plástico ilustran la intro kitsch de Grace and Frankie: la serie queer producida por Netflix que retrata la historia entre dos hombres apasionados, abogados y socios, que deciden salir del clóset, y explorar a la luz del día lo que sienten el uno por el otro. A sus 70 años, Robert y Sol, interpretados por Martin Sheen y Sam Waterston, citan a sus esposas en un restaurante para informarles que hace 40 años que están enamorados y ya no quieren perder más tiempo separados. La noticia provoca en sus esposas, encarnadas por Jane Fonda y Lily Tomlin, un terremoto de ira, seguido por un tsunami de angustia con réplicas de indignación. El cimbronazo que atraviesan estas mujeres setentonas, tan opuestas entre sí, las lleva a decidir vivir juntas. A pesar de que nunca fueron amigas, y ni siquiera simpatizan. Pero capítulo a capítulo, temporada tras temporada, el vínculo entre ellas, cómplices en el dolor y el miedo de tener que rebootear sus vidas, crece hasta volverse un roble. Mientras sus ex maridos navegan las edulcoradas aguas del cliché planeando una boda a lo grande para celebrar ese amor postergado, Grace y Frankie se vuelven inseparables. “Me asusta perderte. Tengo miedo de levantarme y no ver tus sombreros en el lavaplatos”, le confiesa Grace a Frankie pisoteando todo su orgullo. “¡Dime que me quieres!”, le grita Frankie a su roomate. El romance más potente de esta serie no es el de Robert y Sol, que resbala y se hunde en los lugares comunes de muchas ficciones LGBT televisivas, sino el de estas dos mujeres que demuestran que la amistad también es una forma de romance. Los chongos pasan, tocan la puerta, recitan promesas de amor eterno o parcial, pero ningún hombre puede competir con la madeja de sentimientos poderosos que existe entre estas concubinas repentinas. Que si bien al principio se eligieron por pánico a la soledad, ahora renuevan sus votos de convivencia porque saben que no existe otra persona afuera de esa casa de playa que las encienda como la otra. Y eso también es un romance queer.
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