Existe la suposición, derivada de los noticieros de televisión, de que los documentales deberían abordar un tema “en su totalidad”. Como si eso fuera posible. O deseable: el enfoque “totalizador” de los noticieros es a costa de la gente. Literalmente: para poder “dar” totalidad, el testimoniante de un noticiero deja de ser una persona para devenir “representante” de la totalidad que el noticiero quiere cubrir. Hay otro enfoque menos mistificador, consistente en abordar un tema de modo más fragmentario, más parcial, más impresionista. Es el que los realizadores Francisco Rizzi y Hernán Martín eligieron para abordar el caso de Romina Tejerina, poniéndolo en el contexto de modos de pensamiento, prejuicios y reaccionarismos propios de parte de la sociedad jujeña. Así como de aquéllas y aquéllos que se enfrentaron y se enfrentan a las distintas formas de misoginia, siempre con el caso Tejerina bien en el centro. De hecho, La cena blanca de Romina está dividida en dos partes. La primera trata el contexto en relación con Romina, la segunda a Romina en relación con el contexto.
La “cena blanca” es el nombre que en Jujuy se le da a la fiesta de fin de año de los alumnos del último año del secundario. Algo equivalente –aunque más casto– a que los estadounidenses llaman prom night. El nombre tiene que ver con que la mayoría de las chicas van vestidas con vestido blanco, expresión consciente o inconsciente de la clase de pureza que la sociedad espera de ellas. A menos que decidan violarlas, claro. Después de dar muchos rodeos para guardar las formas, el señor Juan Carlos Moisés, quien en el momento de filmarse el documental era por cuarto período consecutivo intendente de la localidad de San Pedro, sostiene que si su hija adolescente se presentara ante él diciéndole que fue violada, no le creería, a partir de la presunción de que a esta altura de las cosas nadie necesita violar a nadie para tener sexo. No hace falta ser matemático para inducir que el intendente no cree que a Romina la hayan violado. Como muchos de sus comprovincianos. “Si la violó o no es un tema de conciencia”, afirma una vecina.
No por nada una jueza dejó en libertad al violador de Romina, a la vez que la condenaba a catorce años de prisión (salió en 2012, después de cumplir nueve y tras un intenso movimiento nacional reclamando su libertad y la prisión del violador). El del intendente es el mismo razonamiento de quien dice ser el mejor amigo del violador de Romina, que según él tiene suficiente labia para conseguir las mujeres que quiera. Como si violar a una mujer fuera algo así como el manotazo de ahogado del perdedor, y no la forma de demostrar poder por parte del “ganador”. La violación no es el único problema de las adolescentes jujeñas. “Las chicas vienen embarazadas a los 15, a los 13, a los 11 y a los 9”, asegura una docente. En una cama de hospital, una chica de 15 con su bebé. Es su segundo hijo y ya está separada. Llora al recordar a su marido, que la maltrataba. “Me decía que era sucia, y no es cierto”. Los embarazos tempranos no son exclusivos de las clases más bajas. Unos chicos de clase media, a la salida de una disco, aseguran que “embarazarse está de moda”. “En las redes, una chica preguntó quién quería embarazarla”. Tres chicas de 15 o 16, equivalente con tacos de los tres chicos de antes: “Me quiero embarazar, quiero tener un hijo”, dice una de ellas.
Como contracara, quién mejor que la mamá de Romina, una señora con una elocuencia que uno piensa cómo puede darse el lujo de articularla como la articula teniendo una hija en prisión, acusada de asesina de bebés. La segunda parte de La cena blanca de Romina –producida por el colectivo Ojo Obrero y escrita por la periodista feminista Olga Viglieca– está dedicada a ella, a quien se ve en prisión, en una escena festejando su cumpleaños junto a los suyos. Aunque por algún motivo (¿timidez? ¿consejo de la abogada?) no hay ocasión de escucharla.