En el living de dos ambientes, el aroma a orégano, menta y burrito convive con el olor a puchero que viene desde la cocina. En la heladera, un sticker exige: “¡Paren de envenenarnos! Ñamoseke (expulsemos a) Monsanto”. Delia, otra de las integrantes del movimiento 138, rechaza los cargos contra Adalberto Castro. “Es imposible que haya sido imputado por asociación ilícita cuando lo ves así, tan humilde, tan inocente, tan campesino”, afirma la mujer, que despeja dudas de la traducción cuando hace falta.
Castro juega con un pedazo de hilo en su mano derecha. Dice que Mario, el hijo de tres años de su hermano Adolfo, estaba en la ocupación cuando la policía llegó. En la balacera, Adolfo levantó las manos. En ese momento lo mataron. “Le dispararon en la cabeza. Tenía los brazos y las piernas rotas. Nadie puede decir qué pasó porque en el momento del tiroteo se expandió el pánico”, comenta el campesino, y afirma que sólo se realizaron pericias sobre los cuerpos de los seis policías muertos. “Las placas radiográficas de los policías nunca aparecieron. Nunca se presentaron resultados de las autopsias. Las pruebas de las pericias se perdieron en el traspaso de los médicos forenses al fiscal”, arrima Delia. Néstor, otro de los hermanos de Costa y dirigente de la comisión Naranjaty, que tomo el predio de Marina Kue, sigue preso. Fue condenado a 18 años de cárcel. Le desfiguraron el rostro de un balazo y le reconstruyeron la mandíbula con una placa de platino. Sin haber finalizado las curaciones, lo mandaron del hospital a la cárcel. Se alimentó a base de leche durante ocho meses. La placa provisoria se le salió al tiempo y su mandíbula se infectó. A los dos años le reconstruyeron la mandíbula con una placa de platino definitiva donada por doña Elva, una mujer que se mantiene en el acampe frente al Palacio de Justicia de Asunción. Nadie conoce el apellido de la donante.