Desde Barcelona
UNO En algún lugar y para siempre, Rodríguez continúa siendo ese niño frente a un televisor blanquinegro viendo The Twilight Zone. O En los filos de la realidad. O Dimensión desconocida. Da igual, no importa el nombre o su traducción a otro idioma porque de lo que allí se trata es del babélico esperanto de lo inexplicable pero aún así tan comprensible. En esa zona crepuscular todo se confunde para aclararse y lo único que resiste –claro y preciso y sin fantasmas– es la figura del anfitrión de todo el asunto.
Ahí está, mirando a cámara con una media sonrisa y en más de una noche fumando. Rod Serling, mesías de la verdadera edad de oro de la televisión que semana tras semana te invitaba a mirar un cuento, un mensaje, una moraleja, una razón de ser y hasta una lógica incluso en lo sobrenatural y lo fantástico emitido desde “la maravillosa tierra de la imaginación” entre “la luz y la sombra y la ciencia y la superstición” y “las cosas y las ideas” para “abrir una puerta con la llave de la imaginación”.
Y, sí, Rodríguez pidió el deseo de ser Rod Serling (1924-1975) cuando era un niño y sigue pidiendo ese deseo de seguir siéndolo cuando ya se es mayor pero no necesariamente grande. Ser Rod Serling como el ser elegante maestro de ceremonias de una buena historia. Aparecer ahí con el humo de su voz saliendo de su boca e introduciendo primero y luego despidiéndose hasta la próxima. Rod Serling como la corporización del tener perfectamente claro cómo empieza el cuento y transcurre la trama y termina la historia. Poco tiempo (unos veinte minutos más o menos) pero máxima eficacia a la hora de contarla, de producirla. Nada del laurencesterniano “I progress as I digress” sino un rodserligiano I progress a secas y punto.
DOS Y, claro, Rod Serling –desde 2009 estampilla Made in USA de 42 centavos y, dicen, directo y protagónico inspirador de Captain Cosmos, el próximo proyecto de George R. R. Martin para la HBO– era un tipo astuto. Muy. Uno de esos grandes y vampíricos directores de orquesta que (como Thomas Alva Edison, como Walt Disney, como J. R. Oppenheimer, como Steve Jobs y, según una reciente y demasiado reveladora biografía que Rodríguez lee por estos días con escalofríos de vergüenza ajena, como el muy receptivo de lo ajeno y muy poco dado a compartir créditos o reconocer contribuciones Paul Simon) siempre tuvo claro que la clave está en saber rodearse de virtuosos solistas a los que armonizar bajo su batuta. Así, Richard Matheson maduró con Serling y así también Ray Bradbury siempre lo consideró una urraca plagiaria de cuidado. Y ahora la cosa –la duda y el temor– pasa por saber cuál será el equipo de Trump. Y si lo adecuará o potenciará a La Bestia y Rodríguez (los primeros nombres dan un poco de miedito) se descubre todas las noches rezándole al espectro del por entonces también pre-apocalíptico Ronald Reagan y al que, finalmente, se sobrevivió más allá del fin de la Unión Soviética que, se sabe, lejos estaba de ser utópica.
Pero, en realidad, Rodríguez piensa en Trump & Co. para no pensar en Rajoy y Asociados. Otro misterio digno de la Dimensión a esta altura demasiado conocida. Una aberración política y ejemplo de la nueva forma de dirigir por ausencia, de no estar estando. Uno de esos dirigentes eficazmente ineptos à la Philip K. Dick quien –por demasiado bizarro– jamás hubiese conseguido escritorio en los estudios de Serling.
Semanas atrás, en las páginas de El País, Javier Moreno Luzón se ocupaba del “extraño liderazgo de Rajoy” casi como si se tratase de un X-File. Días atrás, Soledad Gallego-Díaz reincidía en el misterio titulando “Legislatura extraña con un Gobierno raro” y (Rodríguez no podía sino leerlo con la voz y fraseo y cadencia de Rod Serling abriendo la puerta no para ir a jugar sino para jugársela) intentaba clarificar el asunto así: “Mariano Rajoy no hizo absolutamente nada para ser presidente. No buscó una mayoría, no intentó formar gobierno; no negoció ni envió a otros políticos populares a negociar en su nombre. Simplemente, renunció a su responsabilidad y reclamó a los demás que hicieran algo. Lo único que se puede esperar ahora es que Rajoy prosiga con sus políticas y que, si no consigue que se aprueben los Presupuestos, mire estupefacto a la Cámara y diga: ‘Pues, a ver qué hacen ustedes, porque sin presupuesto no se puede estar’. Lo que no cabe suponer es que Rajoy se vaya a comportar como un político antiguo y presente su dimisión a corto plazo. Para nada: pese a su aspecto convencional, es un político de nueva generación, en el sentido de inaudito. Hay quienes creen que Mariano Rajoy ha dado una lección de astucia política. Otros, temen que simplemente haya sentado un peligroso precedente al hacer desaparecer, de un plumazo, la obligación de un político de garantizar la gobernabilidad antes de acudir a una investidura. Parece que para él, las dos cosas forman una unidad, inseparable, cuando siempre había estado una, la investidura, subordinada a la otra, garantizar la gobernabilidad. Habrá que ver en el futuro cómo se puede digerir democráticamente esta novedad. En cualquier caso, comienza una legislatura extraña, con un gobierno extraño, no por sus integrantes, los ministros, sino por su presidente y su manera de concebir la política y por el desastroso estado en el que se encuentra la oposición”.
Así están las cosas entonces: o conmigo o con otras elecciones para volver a estar conmigo.
De nuevo, lo de antes, todo muy extraño y desconocido e irreal y filoso y es tan fácil cortarse en un pequeño descuido y acabar desangrándose. Y ahí está esa torre dorada en el centro de Manhattan a la que tal vez haya que rodear y proteger con un muro y, ahí dentro, ya saben quién.
TRES Y en los últimos días –en busca de dignidad e inteligencia y por motivos obvios– Rodríguez ha estado escuchando mucho Leonard Cohen. You Want It Darker (que junto a los últimos de Johnny Cash y The Wind de Warren Zevon y Blackstar de David Bowie comienza a conformar el subgénero de discos automoribundos) y, en especial su disco favorito del hombre nuestro y del que pocos se han acordado a la hora del negro-recuento elegíaco: Recent Songs, de 1979. Ese álbum que incluye su versión trompetera y mariachi de la patriótica y exilada “Un Canadien Errant”, la crooner-sinatresca “The Smokey Life”, la perfecta “I Came So Far for Beauty”, y que abre con la magnífica y circular “The Guests”.
Basada en un poema persa del siglo XIII, “The Guests” narra la llegada de los invitados de corazón abierto y con el corazón roto a una casa donde fluye el vino y se baila y se llora y “nadie sabe hacia dónde va la noche” ni se consigue saber quién es el anfitrión del que sólo se oye su voz, dando la bienvenida pero abandonando a todos, sin llegar a revelarse nunca, como cierto dios antiguo y testamentario.
Y, sí, como siempre en el Mondo Cohen, esa fiesta parece ser una de esas fiestas donde la euforia limita directamente con la melancolía y todos se preguntan cuándo serán invitados no a quedarse sino a retirarse. O, tal vez, expulsados a patadas mientras la fiesta se acaba o muta a loca e inolvidable.
“Birdie Num Num”, escucha y piensa Rodríguez, sonriendo nervioso y mirando al pajarito; al pajarito que ni lo mira pero que, está seguro, tiene tantas ganas de picotearle los ojos.