Margo Glantz nació en Ciudad de México en 1930. Hija de una pareja de inmigrantes ucranianos judíos, se formó en la Universidad de México y en La Sorbona y fue agregada cultural en Londres. Ganó muchos premios y publicó muchos libros, es una viajera incansable y una escritora prolífica. Tuitera activa que pasa la novena década, tiene amigos y amigas en esa red social con la que comparte impresiones sobre el mundo y la literatura. Este domingo, a las 19,30, estará en la FED (Corrientes 6271, Caba) charlando con Demian Paredes sobre su último libro de relatos Sólo lo fugitivo permanece, en un encuentro organizado por El cuenco de plata y Ampersand.
“No es una autobiografía, es ficción. Nora me sirve para enlazar historias y que el libro tenga un protagonista, podría ser yo misma pero no lo es, aunque parezca serlo, es una interlocutora, una narradora”, dice Margo desde su casa en la Ciudad de México en exclusiva a Las12, a días de empezar la Feria de Editores independientes que revoluciona el mapa cultural de la ciudad de Buenos Aires por tres días.
¿Cómo decidió hacerse escritora?
--Es una pregunta complicada: las cosas se van dando, quizá lo primero que fui, y soy, es lectora. Desde muy niña leí mucho y desde los 9 años conocía los mitos griegos en versión infantil: mi padre nos los compraba. Mi padre y mi madre, judíos ucranianos de habla rusa e idish, cultos, leídos, estaban preocupados porque las hijas, puras hijas, leyéramos. Mi padre estaba suscripto a Sur y a La nación y desde niña leía el Billiken y hojeaba el Para ti, a los doce o trece leía novelas rosa y otras de Julio Verne y Salgari, a los 14, La Metamoforsis de Kafka, traducida por Borges y, a los 15, Palmeras Salvajes de William Faulkner también traducida por Borges o por su mamá, en la versión más atemperada que se publicó en Inglaterra; además un libro que se llamaba Al borde del abismo de no me acuerdo quién, que me inquietó mucho. A los 15 ingresé a una organización sionista que tenía una biblioteca circulante con muchos libros publicados en Argentina y en Chile, leí a Herman Hesse, Mann, Broch, Wasserman, y a los autores de lengua inglesa, Huxley, Maugham, Stevenson, Dos Passos, Dreiser, Sherwood Anderson, algunos franceses, quizá Balzac. Y quizá también por eso empecé a sospechar que me gustaría ser escritora. Lo cierto es que estudié Ciencias Sociales en la Preparatoria y luego Letras en la UNAM y más tarde en París, en la Sorbona, donde me doctoré. Al regresar a México en 1958 empecé de inmediato a dar clases en la Facultad de Filosofía y Letras, sobre todo de historia del teatro.
¿Cómo fue su paso por la tarea periodística? ¿Qué siente que ese oficio le sumó a su tarea como escritora?
--Entré al periodismo por el teatro. En la facultad de Filosofía daba clases un profesor estadounidense exilado en México por el macartismo, con él tomé clases de teatro y al llegar a Paris tuve ocasión y, gracias a sus consejos, de ver un teatro magnifico, en el Teatro de las Naciones, o en el teatro del Absurdo que estaba en auge total en ese momento: vi Esperando a Godot, dirigida por Roger Blin y a veces estaba por allí Becket, también Ionesco con La lección y La cantante calva; iba asimismo a las funciones del Teatro Nacional Popular con Jean Vilard, Gerard Philippe, Helen Weigel, la mujer de Brecht, Maria Cazares. En el teatro de las Naciones pude ver un Tito Andrónico de Shakespeare, dirigido por Peter Brook y actuado por Vivien Leigh y Lawrence Olivier; también una Medea de Eurípides puesta en escena por una compañía japonesa genial. Barthes escribía entonces sobre teatro, por ejemplo su libro Sur Racine. Cuando regresé a México, el teatro era muy bueno y empecé a dar clases y a asistir a funciones y a escribir reseñas teatrales para distintos medios.
¿Cuáles son sus escritoras preferidas?
--Muchas, en México, la Malinche, Sor Juana Inés de la Cruz, Nellie Campobello, Elena Garro, Rosario Castellano; del extranjero, Jane Austen, Mary Shelley, las Brontë, George Eliot, Virginia Woolf, Carson McCullers, Flannery O’Connor, Ursula Le Guin, Annie Ernaux, Ingeborg Bachmann, las poetas uruguayas, Molloy, Kamenszain, Ludmer, Tununa Mercado, Diamela Eltit, etc, etc.
¿Cuál es su próximo proyecto?
Quizá unas memorias: empecé en agosto del 2021, llevo seis páginas.
Usted ha atravesado casi todo el siglo XX y todo el XXI, ¿cómo ve el rol de las mujeres en la literatura? ¿Fue cambiando?
Enormemente. Es un fenómeno imparable y definitivo. Siempre he sido feminista, desde mi adolescencia, pero hay muchos feminismos, yo pienso que mientras no tengamos las mujeres derecho absoluto a decidir sobre nuestros propios cuerpos, no seremos libres, suena casi a lugar común pero es decisivo, los hechos lo comprueban: la Suprema Corte estadounidense derogando el decreto Row and Wade y sus consecuencias lo demuestran palmariamente.
¿Cómo es un día en su vida? ¿Ve series? ¿Peliculas?
--Veo series, leo libros, hago ejercicio, como subir y bajar escaleras, dar vueltas por el patio.
Es una tuitera prolífica. ¿Qué siente por esa red social?
--Me interesan mucho las redes sociales porque fueron y pudieron haber sido un espacio político interesante que se ha contaminado; además, porque me pueden servir para experimentar con el fragmento, que me interesa sobremanera. Y para informarme de lo que pasa en mi país y en el mundo de manera rápida, evanescente y enfermiza.
México tiene muchísimos femicidios por día. ¿Por qué cree que es tan difícil bajar esas cifras escalofriantes?
--Porque no hay políticas reales para combatirlos, recientemente se ha vuelto una moda prenderles fuego a las mujeres y calcinarlas vivas: en los últimos meses ha habido, creo, como 89 mujeres que han muerto por violencia de género. Hay casi total impunidad para los feminicidios y una tendencia de las autoridades a revictimizar a las víctimas. Son interminables la saña, la trata, los asesinatos, las vejaciones, las amenazas, rociar con ácido o gasolina y prender fuego, asfixiar, golpear, etc.