En la nevada región del Causse, en las montañas del macizo central de Francia, una mujer ha desaparecido. El último rastro es su auto estacionado a la vera del camino, cubierto de nieve y misterio. El oficial de la policía Cédric Vigier (Bastien Bouillon) rastrea con paciencia los solitarios caminos de los alrededores. La desaparecida es Evelyne Ducat (Valeria Bruni Tedeschi), esposa de un importante empresario dedicado a la explotación minera en África. De vacaciones en Sête durante unos días, Evelyne había regresado a su casa, una imponente mansión oculta entre las colinas de la región. En los extremos de las largas rutas que atraviesan el paisaje se vislumbran los enclaves ganaderos, corrales extensos donde los animales aguardan inquietos la llegada de la primavera. Uno de esos criadores de ganados es Joseph Bonnefille (Damien Bonnard), algo salvaje para sus vecinos, ermitaño desde la reciente muerte de su madre. Y su rival geográfico es Michel Farange (Denis Ménochet), administrador de los animales de su suegro, silencioso y meditativo, acostumbrado al coro de balidos que musicaliza sus tardes. Alice (Laure Calamy), la esposa de Michel y asistente social de los afiliados a la mutual comunitaria, sortea la nieve en su autito rojo mientras las noticias de la desaparición se tornan más insistentes.
Así comienza Solo las bestias, película del director franco-alemán Dominik Moll que finalmente llega a los cines después de varios años de espera debido a la pandemia. Estrenada en ‘Giornate degli Autori’ en 2019, sección paralela del Festival de Venecia dedicada al cine de autor, y luego presentada en varios festivales desde Montpellier a Tokio, supuso el regreso de Moll al candelero, después de aquellas promesas de los tempranos 2000 como fueron la hitchcockiana Harry, un amigo que te quiere bien (2000) y Lemming (2005), ambas presentadas en competencia en Cannes, y pruebas de que el thriller francés se encontraba en forma, sobre todo en la conjura de la herencia expresionista, que Moll parecía traer de sus raíces germanas, y cierta tentación por el retrato impiadoso de las relaciones sociales, la explotación encubierta en los mecanismos del deseo, los vericuetos de la soledad y el amor. Solo las bestias, basada en la novela de Colin Niel, nueva sensación de la literatura negra francesa, arma un intrincado rompecabezas a cinco voces que intenta seguir la pista de Evelyne al mismo tiempo que explora las relaciones de los habitantes de esa descarnada ruralidad y sus imprevistos lazos con el pasado colonial de Francia en Abiyán, enclave soleado de sueños rotos e ilusiones pedidas.
“El azar es más poderoso que nosotros”, sentencia Papa Sanou (Christian Ezan), líder espiritual de la pequeña comunidad de Abiyán por cuya morada peregrinan los devotos de sus bendiciones. El azar es también el que enreda el destino de los cinco personajes que presenta Moll de manera precisa y organizada como peones de un maléfico partido de ajedrez. En un trabajo codo a codo con su frecuente colaborador Gilles Marchand, autor de guiones como el de Recursos humanos (1999) de Laurent Cantet y el de Eastern Boys (2013) de Robin Campillo, Moll recupera la vasta tradición francesa que enlazó la pesquisa policial con el comentario social, ya desde directores como Henri-Georges Clouzot o Claude Chabrol, hasta contemporáneos como Jacques Audiard. La clave del relato consiste en utilizar el misterio como soporte de una mirada compleja sobre los personajes, imbuidos de sus soledades y frustraciones, ya sea en la silenciosa Francia rural como en la ajetreada ciudad de Costa de Marfil. “Creo que lo que más me atrajo del libro, más allá de los personajes y la peculiar estructura de voces, fue la confrontación entre dos mundos diferentes, habitados por personas que tratan de ser amadas, o de amar a otras personas, de formas muy torpes o extrañas que conducen de manera absurda a la tragedia”, revelaba el director en una entrevista con el sitio especializado FilmInk a propósito del estreno de la película en Australia.
Moll decide estructurar su historia en capítulos, un poco al estilo que celebró Chabrol en sus inspiraciones en la letra de Nicholas Blake, Patricia Highsmith o Georges Simenon: estructuras cerebrales y calculadas para narrar pasiones caóticas y desordenadas. Primero está la versión de Alice, luego la de Joseph, después la de Marion (Nadia Tereszkiewicz), una camarera de un restaurant de Sête que conoce a Evelyne en sus vacaciones, y por último la de la espectral figura de Amandine, cuya virtualidad enlaza a Michel con el joven Armand (Guy Roger 'Bibisse' N'Drin), un buscavidas de Abiyán. En lugar de concentrar cada relato en primera persona como hace Neil en su novela, Moll ofrece cada presencia alrededor de la misteriosa desaparición, una porción de tiempo que se convierte en un encastre necesario para resolver el misterio. Oficialmente comparada con Rashomon de Akira Kurosawa, donde la verdad y la ética humana se ponían en juego en cada declaración de los hechos, Solo las bestias en realidad recupera la impronta de La ronda de Max Ophüls, también de 1950, al revelar el poder del azar y el pérfido humor de los dioses en el destino de las pasiones humanas a la hora de buscar el amor.
Alice anhela una posible conexión con Joseph, perdido entre las brumas del duelo por la reciente muerte de su madre, anestesiado por la persistente soledad que invade sus días. El sexo se convierte en un escape salvaje, infructuoso, desesperado. Lo mismo le ocurre a Marion cuando encuentra en esas furtivas noches con Evelyne la respuesta a un amor verdadero, sin edad, de promesas cumplidas. O a Michel en las apariciones virtuales de Amandine, un cúmulo de fotos y frases que asoman en la pantalla de su computadora, un destello entre el heno que cubre sus grisáceos días en la granja. Todos anhelan lo posible en el mundo de lo imposible y están dispuestos a dar lo que no tienen, como los espíritus le anuncian a Papa Sanou en pago por el beneplácito de la buena fortuna. Amores que se compran y se venden, que se explotan y se humillan, que se desvanecen en la nieve bajo el tiempo inclemente de la región. “¿Quién es el asesino del perro de Joseph?”, se pregunta Alice. ¿Y quién es la sombra que asedia a Marion cuando espera la llegada de Evelyne? ¿Qué une al hombre con la naturaleza, en esa tenue frontera que lo separa de las bestias?
“Contribuyo a la deuda colonial”, responde Armand cuando lo interrogan sobre su tardío despertar en la cálida Abiyán, al sur de Costa de Marfil. Armand sale a las calles atestadas, sortea bicicletas y transeúntes con agilidad, y pronuncia el francés con ese dejo musical que el idioma del conquistador ha conseguido en sus viejas colonias. Su día consiste en adquirir una mercancía preciada, las fotografías y videos de una adolescente blanca, de rizos rubios y labios carnosos, que será el cuerpo ocasional de una fantasía. Amandine la llamará. Una creación virtual para incautos que necesita la bendición de Papa Sanou para que el negocio funcione, para que los espíritus queden satisfechos. Una especie de vendetta de los jóvenes de Abiyán que se reúnen en una habitación con internet a la pesca de infelices, hombres franceses dispuestos a pagar varios euros por una ilusión. Todos ríen mientras del otro lado del chat los enamoradizos aceptan enviar cupones a la distancia, para pagar viajes o funerales imprevistos, para comprar con ese dinero el amor que les falta. “Dar lo que no se tiene” había sido la sentencia del pastor monetizado, aquel que sabe que también a los espíritus solo se los conforma con dividendos.
El entorno de Abiyán ofrece el espejo inverso de la Francia invernal y nevada, con sus colinas pobladas por el pastoreo de animales y el recorrido lineal de los autos. Acá todo es bullicio y alegría, griterío callejero y celebración en los clubes nocturnos cuando llegan los euros. “Hace un tiempo vi un documental de un joven director de Costa de Marfil sobre el mundo de esas estafas y quedé fascinado. Lo contacté y él me presentó a los protagonistas. La mayoría de los personajes de Abiyán en la película están interpretados por los mismos estafadores”, cuenta Moll en la entrevista con el medio australiano. Pero Abiyán es el territorio donde se albergan los sueños de conquista, aquellos que mantienen una deuda con el pasado colonial. Los franceses son el blanco perfecto para esas venganzas conjuradas en una habitación oscura donde el teclado se agita sin césar. Cada anzuelo que muerden los habitantes al otro lado del Atlántico es también la tentación del sueño propio, como el que Armand acaricia al ver entrar a Monique en su noche de celebración, aquella diosa poseída por las mieles del capitalismo francés.
“En Francia, vi noticias o documentales sobre personas que habían sido estafadas; recuerdo una mujer que había perdido 35.000 euros, que era mucho para ella, y pensaba que tenía una relación con un hermoso italiano. Cuando la policía cibernética le informó que la había sido engañada y no existía el hombre del que se había enamorado, ella igual mantuvo la foto junto a su cama. No podía aceptar la idea de que él no existía, de que era todo una mentira. Lo necesitaba. Entonces entendí cómo las estafas ponían en juego el poder de la imaginación. Creo que mucha gente, cuando está detrás del teclado y la pantalla, se siente mucho más libre”. En ese mundo de ruralidad inhóspita, el pequeño recuadro de una pantalla se convierte en la ventana a un mundo imaginario, un mundo quizás tan cruel como el real, que esconde detrás de esas promesas de amor y sexo, de fantasía y libertad, la misma y trágica desilusión. La misma que impulsa a Alice a perseguir un amante distante y ocasional; a Joseph, un recuerdo materno esquivo y mortuorio; a Marion, una pasión ardiente y devastadora; a Michel y Armand, un espejismo: una trampa de los espíritus de Papa Sanou, un capricho del azar.
En el centro de Solo las bestias hay una mujer o, mejor dicho, la ausencia de una mujer. Como en un pérfido whodunit, la historia nos interroga una y otra vez: ¿qué pasó con Evelyne? ¿Quién era en realidad? ¿Por qué fue amada, deseada, perseguida, escondida? ¿Asesinada? El cuerpo de Evelyne es el de Valeria Bruni Tedeschi, una actriz nacida en Italia y ya adoptada por Francia, convertida en directora, hermana de la ex primera dama Carla Bruni, en su momento esposa de Louis Garrell, actriz fetiche de François Ozon desde su encuentro magistral en Vida en pareja (2004), dotada de esa voz tenue y sugerente que se convierte en el arma filosa de sus personajes más neuróticos. “Debo confesar que no la imaginaba para el personaje de Evelyne, sobre todo a partir de los personajes que interpretó en sus propias películas [Un castillo en Italia, Nuestros veranos] o en las de Paolo Virzi [El capital humano, Locas de alegría], mujeres en crisis en historias caóticas y envueltas en alguna clase de torbellino. Pero mi director de casting tenía razón y resultó el mejor hallazgo de la película”, revelaba Moll en una entrevista vía zoom con el sitio Curzon a propósito del estreno virtual de la película en Reino Unido.
Evelyne es una mujer frágil y cruel al mismo tiempo y Bruni Tedeschi consigue tensar esa línea que la divide con precisión, exponiendo todas sus aristas, la evanescente víctima, la mujer deseada, la burguesa caprichosa. Al igual que en la reciente Los amores de Anäis (2021), opera prima de la directora Charline Bourgeois-Tacquet, interpreta a una mujer madura que seduce a una mujer joven a partir de ese enigma que la envuelve, que puede ser el dominio de su profesión o el incierto magnetismo de su seguridad. Para la volátil Anäis, Bruni Tedeschi convertida en Emilie, la excéntrica escritora casada que despierta su inconstante vocación literaria, es más que un retrato inalcanzable: es un camino posible hacia el hallazgo de aquello que quiere ser y todavía no ha descubierto. Y para Marion, insistente caminante de esos senderos solitarios que la alejan de Sête, Evelyne es la promesa de que hay algo que la espera más allá del panorama rutinario de una ciudad turística. Un amor posible en el mundo de lo imposible. Valeria Bruni Tedeschi es ese sueño perdido, ese capricho encantador, ese rostro luminoso que esconde las sombras para el más triste despertar.