Eugenia Cozzi se pasó años yendo al barrio para la investigación de “De ladrones a narcos. Violencias, delitos y búsquedas de reconocimiento”, su tesis del doctorado de Antropología de la Universidad de Buenos Aires publicada por Editorial Teseo. En el libro bautiza a ese barrio como La Retirada y una lectura atenta puede reconocer a uno de los más conocidos de Rosario, de esos que salen en los medios de comunicación como “territorio narco”. Entre 2014 y 2016, Eugenia iba hasta tres veces por semana a hacer entrevistas, construir vínculos de confianza, observar y escuchar. “Es una investigación que tiene mucha muerte, y es muy dolorosa. Una vez volvía del barrio, una tarde de trabajo de campo. Me había bajado en una casa, había escuchado un relato de una muerte, había caminado pocos metros, me había metido en otra casa, y otro relato así. Cuando salí, me dolían los oídos. Sentía que no podía escuchar más. Y la directora de la tesis, María Pita, me dijo que no hacía falta escuchar más, que ya había comprendido la lógica”, relata a Las12. Su trabajo desmonta cualquier simplificación, analiza el “ambiente del delito popular” lo llama ella, a partir de las palabras de sus protagonistas, con un despliegue de herramientas teóricas que le sirven para comprender.
“Han sido necesarias, también, sensibilidad etnográfica e imaginación sociológica para construir preguntas de investigación que hicieran posible poner en evidencia que ese diverso campo de biografías, trayectorias y carreras, experiencias, prácticas y valoraciones morales de diferentes grupos sociales y agentes institucionales, donde están implicados distintos saberes, intereses, preocupaciones y pesares, hacen un mundo”, dice Pita en la presentación de este libro que integra la Colección Antropología Jurídica y Derechos Humanos, que tiene el aval de la UBA y el CELS.
Lo inscribe en un barrio que carga con una sucesiva capa de estigmas. Eugenia retoma algunas voces, como la de Caro, quien dice en el primer capítulo que “es mentira, nunca, nunca hubo disputa por el tema drogas, acá en La Retirada sí hay cocina (lugares de procesamiento de la pasta base para producir cocaína), pero nunca se disputó el tema droga, los que disputan el tema de drogas son los altos (grandes) narcotraficantes, no se disputa acá, se disputa en El Obús (barrio lindero). Es mentira que las muertes de acá tengan que ver con el narcotráfico, las muertes de acá tienen que ver con que los pibes están muy al pedo (sin hacer nada) y se quieren quitar la vida, los pibes se matan prácticamente porque uno quiere ser más que el otro, el otro quiere tener más fama que el otro, o porque están re empastillados [muy drogados] y no saben lo que hacen”.
El libro está construido como un largo relato de tres generaciones de eso que los medios estigmatizan como “delincuentes” y Eugenia repone en su complejidad. Los primeros ladrones, que pasaron a ser narcos, tienen su voz en el Gringo Arrieta (todos los nombres están cambiados), que decide hablar cuando advierte que las investigadoras “de la facultad” conocían su fama. Y al planteo de anonimato contrapone: “¡Ah, no! Si me van a hacer una entrevista, yo quiero que figure mi nombre o al menos Pablo Escobar”.
La segunda generación es la de Caló, preso en la cárcel de Piñero, quien habla para dejar en claro que su familia no es una banda, para salvar el honor de sus padres. Le cuenta que el día que su mamá lo fue a buscar por primera vez a una comisaría fue el peor de su vida. “Existen dos mundos en conflicto, con valores morales diferentes. El ‘mundo familiar’, por un lado, y el ‘mundo de las amistades’ o de les pares, por el otro. Así como el desempeño de Caló en el ambiente lo ubicaba cada vez más en una mejor posición en relación con sus pares, en el ámbito familiar era motivo de problemas y sufrimiento”, deslinda Cozzi en el libro.
La tercera generación construye su prestigio a balazos. “Varies jóvenes solían hacer eso, levantarse las remeras y mostrar heridas de bala como prueba de las broncas en las que habían participado. El cartel disputado a los tiros también resulta significativo en la tercera generación. Es el propio cuerpo el que permite demostrar coraje y valentía. Los cuerpos de jóvenes del ambiente no funcionan solo como territorios en los cuales inscribir poder soberano y sembrar terror (Segato, 2013), como con la muerte del Pelado Ruiz, sino que también son exhibidos por elles como prueba de masculinidad y valentía”, plantea el libro.
Eugenia lleva años investigando el mundo del delito popular, al que llama así para demarcar límites. “El ambiente del delito es la forma en que los actores nombran ese espacio social, es un espacio, una red de contactos. Eso se puede pensar analíticamente como un mundo, me gusta agregar la idea de popular, porque históricamente se construyó la figura del delincuente ligado a los sectores populares, pero no son los únicos sectores que cometen delitos. Estamos hablando de un tipo de delito que es el que se construye como objeto de las políticas de seguridad, y de lo que intento dar cuenta es que estamos pensando en delitos de los sectores populares. En los mercados ilegales, cuáles son los eslabones en los que participan. Y lo cierto es que se ligan al mercado local, los eslabones más débiles. Son otros los sectores que se dedican a la exportación, nosotros estamos tocando una partecita. Decirlo así es una forma de no dar por sentado que el mundo del delito es sólo el del delito de los pobres”, deslinda.
A Eugenia le interesa demarcar que no se trata de una tierra de nadie. “Es un mundo cargado de códigos. A mí una de las cosas que me interesa resaltar es que no es un mundo desregulado, como aparece muchas veces el mundo del delito en las imágenes sociales, es un mundo sumamente cargado de códigos, de reglas”, dice la investigadora del Conicet, que además, milita en la Multisectorial contra la Violencia Institucional.
Y también le interesa hablar del honor de esos pibes que conoció, y escuchó, para saber sobre ellos. “La participación de los jóvenes, de las jóvenes de este espacio social, en el mundo del delito popular, está vinculado no sólo a la cuestión económica sino a la forma de construir prestigio, tiene que ver con el honor”, sigue. Para eso, historiza en el barrio, en una historia de humillación, invisibilización y estigma, a través de distintas políticas públicas que se pusieron en marcha en el lugar. “Las búsquedas de reconocimiento también se inscriben en esas experiencias de humillación. Eso aparece en los relatos de los jóvenes, aparece todo el tiempo estas otras experiencias. Y eso es para pensar las prácticas sociales, no solo la cuestión económica sino la fuente de prestigio, de honor, y cuáles son las formas disponibles socialmente para esos jóvenes”.
Se trata de un libro que discute con argumentos las ideas preconcebidas que postulan -por ejemplo- que “todos los pibes quieren ser narcos”. O, como lo dice el prologuista, Gabriel Feltrán, “al estudiar los cotidianos del ambiente delictivo en Rosario, Eugenia Cozzi desarma la bomba de la generalidad del 'crimen organizado' y con ello tira arena en la máquina crimen-seguridad que fomenta el punitivismo y llena las cárceles de pobres, deshaciendo el conjunto de lugares comunes que intentan imponer la clave del bien contra el mal para justificar nuestra 'guerra' moral contra el crimen. Sin bien ni mal, sino con personas de carne y hueso, las historias de violencia letal en este libro tampoco son romantizadas. Estas apenas se tornan comprensibles, inscriptas en las historias personales, familiares y de grupos de amigos”.
En “De ladrones a narco” aparecen varias chicas, algunas son las novias de sus entrevistados y una de ellas, Erica, la payera, una de las “tira tiros” de la tercera generación. Es masculinizada, tratada como un par por los varones. Eugenia señala que en sus entrevistas aparecen “todo el tiempo” “las formas hegemónicas de construcción de la masculinidad, construidas en el despliegue de violencia, que se da entre varones, a diferencia de la violencia direccionada a las mujeres”.
Eugenia estaba yendo al barrio cuando se produjo el primer Ni Una Menos, el 3 de junio de 2015. “Estaba muy preocupada por investigar los jóvenes varones que matan o mueren en Rosario y las pibas muchas veces eran el nexo para conocer a tal pibe. Cuando sucede el Ni Una Menos, la novia de uno de estos jóvenes me manda la convocatoria. Me pareció que estaba pasando algo y eso me decidió a ir”, dice Eugenia Cozzi, que ahora está investigando en la participación de las mujeres en las economías delictivas. Y se pregunta si ellas empezaron a participar de otras maneras en las bandas -siempre estuvieron, pero en roles más tradicionales-, como parte de los efectos multiplicadores del Ni Una Menos, o si son más visible, y también a ellas ahora se las puede ver.
El próximo miércoles 10, a las 18, en el Centro Cultural Universitario Paco Urondo, Eugenia Cozzi presentará su libro junto a Ileana Arduino y el periodista Osvaldo Aguirre, con la coordinación de María Pita.