Es increíble pensar que la Nancy que entra en el no-lugar, gris, elegante y con música de ascensor, que es esa habitación de hotel sea la misma bomba sexual en edad jubilatoria que detona al final de Buena suerte, Leo Grande. La mujer que llega al cuarto que reservó, nerviosa y vestida como una maestra de catequesis, es la misma que al final del ciclo, en el clímax esta historia, se muestra con un desnudo frontal y total de su cuerpo -que aparenta la edad que tiene- y ni se preocupa en disimular cicatrices, grietas, ni carnes movedizas. La película dirigida por Sophie Hyde que se acaba de estrenar en Argentina, cuenta la historia de una viuda reciente que contrata a un trabajador sexual porque se ha decidido a experimentar algo que hasta ahora le era un misterio: el orgasmo.
Nancy ha tenido una vida sexual para nada satisfactoria y contrata en un sitio ad hoc a un chico de unos treinta años que se presenta como Leo Grande para un acelerado: cuatro encuentros en una habitación de hotel -donde transcurre prácticamente toda la historia- para saber de qué se perdió en todos estos años. En su desconocimiento del placer claro leemos entre líneas una vida puesta en pausa para dedicarse a otras personas.
Se ha dicho de esta película británica que pone en acto una belleza real, contra los mandatos de “descartabilidad” que padecemos quienes nos reconocemos en femenino, y es cierto. También es cierto que Buena suerte…. se arriesga al hablar de trabajo sexual en términos muy ajenos a los que en general reaparecen en el cine industrial -los clisés de prostitutas rescatadas de la mala vida por sus clientes, por ejemplo- y, también, pone sobre la mesa la urgencia del reconocimiento de derechos laborales y humanos básicos para ese sector de la población, allá, aquí, y en todo el mundo.
Pero además de todo eso hay una osadía primaria. Detrás de un argumento aparentemente liviano con chistes de alcoba, Buena suerte, Leo Grande habla de soberanía corporal. Un tema que nunca es menor y mucho menos ahora en tiempos de retroceso de derechos adquiridos –sin ir más lejos, en el contexto anglosajón, con la anulación del fallo Roe versus Wade-.
La edad de oro
También habría que decir que Buena suerte… es una película “de época”. O mejor: de un momento en el que estamos en busca de nuevos modelos para ese tiempo cada vez más largo que es la vejez. Nancy es justamente un personaje con sed de alguno de esos otros horizontes vitales, vinculares. Buena suerte Leo Grande es parte de un minigénero en auge: comedias levemente sexuales protagonizadas por “señoras de cierta edad”, como lo son Grace and Frankie, con Jane Fonda y Lily Tomlin, And Just Like That… la nueva versión de Sex and the City, o Hacks. Y la lista de pochocleras con sustancia sigue: son divertidas, livianas y tal vez su mayor valor tenga que ver con mostrar personajes de más de 60 cuyas proyecciones van mucho más allá de cuidar a sus nietos, usar mallas enterizas y esperar el final en una mecedora.
Daryl McCormack (de Peaky Blinders) interpreta al otro personaje de esta película, el scort que trabaja bajo el pseudónimo Leo Grande. Con la paciencia de un conserje de hotel, exagera su profesionalismo mientras Nancy balbucea y le confiesa su infelicidad, la decepción con sus hijos y su único momento frustrado de éxtasis sexual en unas vacaciones en Grecia cuando tenía 20 años. Leo usa su oreja más que cualquier otra parte del cuerpo. Es un consejero, un masajista, un bailarín, un reidor, un festejante, un gigoló del buen vivir.
Los puntos flojos de Buena suerte… aparecen cada vez que resuena un tono didáctico. Aun con sus buenas intenciones, o quizás justamente por ellas, el guion se esfuerza en direccionar el sentido en lugar de abrirlo. La predisposición infinita de Leo no es totalmente creíble. Otro problema es la mirada a veces simplista del trabajo sexual: esa idea ¿liberal? de que ahí no hay más que una transacción, como si las relaciones de poder se anularan en un magma neutralizador del mercado del sexo. Las diferencias de edad, de clase y también raciales podrían venir al caso cuando lo que se muestra es a una señora bien, europea, con un joven migrante. Pero acá no encuentran lugar esas preguntas.
Nancy en el espejo: el desnudo de Emma Thompson
¿Por qué, de todos modos, vale la pena ver Buena suerte, Leo Grande? La belleza de Nancy, que da una primera impresión de recién fugada del convento, se va develando en la medida en que Emma Thomson hace un enorme trabajo actoral. En el transcurrir de los encuentros va cambiando su gestualidad, su modo de moverse en el espacio, de hablar y reírse de sí.
No es solamente que muestre un cuerpo que por edad y dimensiones está por fuera de lo que llamamos hegemónico. Todo -el guion, el montaje, la dirección de actores- en Buena suerte… está puesto en función de mostrar el autodescubrimiento del personaje. Y eso colabora para que ese otro tipo de belleza que encarna esta actriz de cierta edad no sea solamente un slogan: produce un efecto en el modo de ver de la audiencia.
Algo de eso pasaba, y era tal vez la apuesta de Lena Dunham, en Girls. Esa insistencia con ese tipo de cuerpo -en cada capítulo encuentra motivo para desnudarse- tenía un efecto en los modos en los que la protagonista era percibida hacia el final de las temporadas. Esa misma estrategia -que enlaza un modo de filmar con una toma de posición ideológica- hace pensar también en otro personaje femenino de cierta edad: Clara de Aquarius. Una Sonia Braga despampanante, la viuda más feliz de las ficciones brasileñas desde Doña Flora, que harta de las malas reacciones en citas ante su cuerpo post mastectomía, también decide contratar servicios sexuales.
La victoria de Nancy, como lo dijo Emma Thompson consultada por este tema, es que finalmente ve su cuerpo “como su hogar”. Al final de la historia, Leo se retira porque cumplió su cometido y Nancy se encuentra sola frente al espejo. Esa escena es toda una declaración de amor propio. Que Leo ya esté fuera de ella es clave. La de Nancy sobre sí misma es finalmente la única mirada en juego que importa.