La mesa de Rocha 7 puntos
A távola de Rocha, Portugal, 2021
Dirección y guion: Samuel Barbosa.
Fotografía: Jorge Quintela
Duración: 94 minutos
Con intervenciones de Isabel Ruth, Luis Miguel Cintra, Regina Guimarães, João Bénard da Costa, Paulo Rocha.
Estreno: Sala Leopoldo Lugones únicamente.
Desde Manoel de Oliveira hasta Pedro Costa, pasando por João Cesar Monteiro y Rita Azevedo Gomes, Portugal ha demostrado ser una tierra fértil en grandes cineastas, a la altura de los mejores del mundo. Todos muy diferentes entre sí, pero con la peculiaridad de que cada uno en lo suyo siempre hizo un cine que nunca responde a nada que no sean sus propias necesidades expresivas, muy fuertemente vinculadas a lo más profundo de la cultura lusitana. Pareciera que el cine portugués nunca se pliega a modas, olas ni tendencias. Y que como su mercado es muy pequeño, limitado a su idioma (en Brasil las películas portuguesas suelen exhibirse con subtítulos), tampoco hay en ellos ninguna presión por parte de una industria que no llega a ser tal. En Portugal hay esencialmente cineastas que son artistas y entre ellos uno de los más singulares –y más ocultos- siempre fue Paulo Rocha (1935-2012), a quien el documentalista Samuel Barbosa (ver entrevista aparte) le dedica su film La mesa de Rocha, que se estrena este jueves en la Sala Leopoldo Lugones junto a una muestra que incluye seis de los doce largometrajes que conforman la obra de un director fuera de norma, que nunca alcanzó hasta ahora el reconocimiento que tuvieron sus contemporáneos más famosos internacionalmente.
El film de Barbosa –que tiene a su favor haber trabajado con Rocha durante los últimos diez años de su vida y haber trabado con él una relación de amistad- no está planteado como un documental convencional, con cabezas parlantes ni un planteo cronológico-biográfico. Fiel a su objeto de estudio, A távola de Rocha –que tuvo su estreno mundial en el Festival de Locarno del año pasado- está organizado a la manera de un film ensayo, donde Barbosa va enhebrando libremente sus temas y dando cuenta de momentos importantes en la vida de Rocha, asociados constantemente a su obra, que es la que terminó moldeando su vida.
Cineasta siempre moderno –tanto que a él se atribuye, con Os Verdes Anos (1963), el puntapié inicial de lo que se dio en llamar Novo Cinema a comienzos de los años ’60, en coincidencia con tantos nuevos cines que aparecían en el mundo— Rocha tiene la peculiaridad de que su obra siempre tuvo hondas raíces en la tradición. Fue a estudiar a la famosa escuela IDHEC de París en 1959, en plena eclosión de la nouvelle vague y no tardó en admirar el cine de Jean-Luc Godard, pero se desempeñó como asistente de dirección de Jean Renoir y, a su regreso a Portugal, de Manoel de Oliveira. Sus intereses iban de la pintura sacra medieval hasta la cultura japonesa y de toda esta asombrosa diversidad da cuenta el film de Barbosa, que viaja a Tokio a rastrear los lugares donde vivió Rocha por más de diez años y donde filmó la esencial La isla de los amores (1982).
Si el propio Rocha consideraba que su cine se materializaba cuando era “visitado por espíritus”, el film de Barbosa es fiel a esa idea y convoca a su “mesa de sesión” tanto a escenas antológicas de los films del propio Rocha como así también a viejas películas familiares en 8mm, que dan cuenta del fuerte vínculo que unió al cineasta con su madre y que nunca dejó de ser evidente en su obra. En tanto “médium”, Barbosa se conecta con aquellos elementos tan caros al cine de Rocha, particularmente sus locaciones: la costa de Furadouro al sur de Oporto; el parque lisboeta donde Isabel Ruth (actriz fetiche de Rocha) reaparece fantasmagóricamente casi seis décadas después de su protagónico en Los años verdes; el mar ominipresente, ya sea en Portugal o en Japón. El mérito mayor de La mesa de Rocha es devolverle la vida al cine de su homenajeado y disparar el deseo de ver o rever toda su obra.