El crecimiento de gobiernos populares en Latinoamérica durante el siglo XXI supuso una nueva distribución del poder que implicó para las élites reinventar sus tácticas de confrontación, dando inicio a una guerra prolongada de desgaste y al despliegue de novedosas formas de intervención política, económica, judicial y comunicacional en la región.
Uno de los rasgos principales de esta reconfiguración es un cambio en la forma de operar utilizada para desplazar gobiernos elegidos por el voto popular, como fueron los casos de Manuel Zelaya en Honduras (2009), Fernando Lugo en Paraguay (2012) y Dilma Rousseff en Brasil (2015) y la destitución a Evo Morales en Bolivia (2019). Tales procesos destituyentes se dieron en el marco de una guerra de baja intensidad (GBI) que ha sofisticado sus esquemas de contrainsurgencia.
Los estudios sociopolíticos han conceptualizado de diverso modo las interrupciones a los ciclos democráticos: golpes “blandos”, golpes “suaves”, “democraduras”, “impeachment civilizatorios” y “juicios políticos”, que generan nuevas formas de inestabilidad.
El fenómeno es caracterizado con etapas comunes: ablandamiento, deslegitimación, calentamiento en la calle, combinación de formas de lucha y fractura institucional. A su vez, una de sus características principales es que, a diferencia de los golpes clásicos, se busca que no sea con las fuerzas armadas en primer plano, sino con algún agente de la sociedad civil.
Qué hacen las élites
Por otra parte, hay rasgos específicos en las funciones que asumen distintos poderes, en especial el poder económico concentrado, en tanto poder que controla fácticamente sectores y recursos estratégicos para la estabilidad de un país. En este caso la mayoría de sus fracciones no sólo han avalado las acciones desestabilizadoras, sino también han sido un actor determinante en la conformación de este nuevo paradigma destituyente, incluso con gobiernos que lideraron ciclos de bonanza económica que les han permitido concentrar sus riquezas y desarrollar con éxito sus distintas estrategias de acumulación.
Para una primera aproximación vamos a tomar el concepto de élite en un sentido amplio, principalmente para hacer referencia a las fracciones del capital dominante que ocupan un lugar estratégico en el modo de producción capitalista latinoamericano. Dentro de este campo se inscriben las alianzas entre los grupos económicos locales concentrados y el capital extranjero dando cuenta de un capital transnacional financiero que no sólo se impone sobre el capital productivo, sino que el propio capital productivo asume una lógica financiarizada, lo cual implica una condición inédita que diluye las fronteras entre producción y especulación financiera.
En el caso argentino es importante también comprender que las grandes empresas han profundizado en las últimas décadas un proceso de acumulación centrado en la fuga de capitales, la especulación financiera, la predominancia del capital rentístico y la preferencia por la moneda extranjera por encima de la nacional.
Tanto empresas extranjeras como grupos económicos nacionales han asumido esta estrategia como su forma de acumulación principal. En este sentido, la fuga de capitales es un elemento constitutivo tanto de las grandes empresas financieras como de las no financieras. La tendencia a la oligopolización les otorga un control supremo sobre los precios y un manejo discrecional de divisas.
El mundo de las finanzas
Esta condición tiene su antecedente en algunos de los rasgos distintivos que tuvo el neoliberalismo en el país, que supuso una alianza entre el capital extranjero y los grupos locales concentrados más importantes y ambos participaron activamente en las privatizaciones y en el proceso de desindustrialización. En este marco, las corridas cambiarias y la manipulación de las expectativas sociales hacia el dólar se inscriben en el estadio actual del capitalismo periférico y algunas formas singulares en la que se produce la acumulación por desposesión también en el campo simbólico.
Cuando una élite decide usar su poder para promover acciones desestabilizadoras, como las corridas cambiarias frente a un determinado gobierno, lo que está en juego no es sólo su patrimonio o posición económica sino también su capacidad de construcción de hegemonía, su condición de posibilidad para sostener proyectos que son económicos, pero también políticos y culturales y que disputan el sentido común. Los modus operandi cambian en la medida que articulan con nuevas realidades y formas de legitimar o no ciertas prácticas.
Cuando el capitalismo financiero se expande, también lo hace una cultura que se centra en los cambios de prácticas y comportamientos sociales que supone la financiarización en tanto fenómeno que excede el campo económico. Lo que sucede es que se populariza el mundo de las finanzas, lo cual implica grados cada vez más altos de intersección entre la cultura masiva y las prácticas financieras.
Manipular las expectativas acerca de si sube o baja el dólar, si se puede obtener o no con facilidad, cobra un sentido particular cuando lo que está en juego no es sólo la divisa extranjera, sino los significados y valores que produce en amplios sectores de la población. Porque no es un fenómeno marginal y minoritario, sino que es un fenómeno masivo que está en la conversación pública del día a día, en las charlas de café, en la mesa de los domingos o en los encuentros con amigos.
La construcción de hegemonía
Parte de la construcción de la hegemonía supone lograr que el interés sectorial de un grupo social sea considerado el interés universal de todos. Su objetivo es que las formas en las cuales las elites conciben el mundo -su estética, moralidad, ética y valores- sean consideradas las únicas posibles. Para lograr estos consensos es necesario otorgarles a las prácticas financieras cierta legitimidad, cierta masividad, la idea de que todos pueden comprar dólares puede tener una cuota aspiracional pero también se debe sostener en una base material.
En la vida cotidiana estamos permanentemente dándole un valor a las cosas que nos rodean. Los procesos de valuación económica consisten en darle un valor a esa cosa, en establecer una medición, una escala, fijar un precio a partir de sus aspectos cuantitativo y cualitativo. La cosa puede ser un bien tangible, intangible, peculiar o también una persona o un servicio determinado. Lo cierto es que para darle valor a algo se necesita comprender qué significa y qué representa ese algo en un determinado momento histórico.
No se puede analizar cómo y por qué se valúa económicamente sino se analiza el proceso de valuación en relación a los dispositivos de juicio y las narrativas culturales y morales que construyen los sujetos para legitimar sus intercambios de valores. Tal como plantean los sociólogos Wilkis y Figueiro, el valor monetario de un bien, servicio o persona es una actividad social. En este sentido los valores monetarios no tienen sus fundamentos solamente en la economía, sino que hay una dimensión histórica y sociológica que le otorga subjetividad, sentido y legitimidad.
El desprecio a la moneda nacional
En las últimas décadas la élite empresarial ha contribuido a construir narrativas culturales e imaginarios sociales que desprecian la moneda nacional y le otorgan un valor desmesurado a la moneda extranjera. Nuestro país debe ser uno de los pocos en la región donde el dólar tiene una importancia significativa en la vida cotidiana de las personas. Se mira la cotización del dólar al igual que el pronóstico meteorológico. Hay una popularización de la divisa que no se puede explicar sólo a partir de una mirada económica.
La legitimidad de poseer dólares, aunque sean unos pocos, otorga un estatus diferencial. Las cuevas de la calle Florida son lugares de interacciones monetarias, pero también de socialización. La desigualdad entre una élite que concentra divisas y una mayoría social que ahorra dólares en el colchón, puede naturalizarse y legitimarse en la medida que las personas construyen razones extraeconómicas que justifican esta brecha y prometen un horizonte de igualdad aspiracional.
En este sentido se puede problematizar lo que sucede con el dólar en Argentina. Una de las características del proceso de transnacionalización y extranjerización del capital en el país es que las grandes empresas utilizan a el dólar como forma de obtener ganancias, principalmente a partir de la fuga de capitales, pero también como recurso de poder económico y presión política.
Lo que interesa analizar de las corridas cambiarias son las acciones destituyentes que a partir de la manipulación de las expectativas generan climas de vértigo e incertidumbre. El concepto de valuación y el fenómeno de popularización del dólar ayuda a entender algunas de las causas por las cuales este tipo de acciones no pueden ser subestimadas.
Por el contrario, las élites aprovechan estas situaciones particulares que representa la divisa extranjera, los temores inmediatos y los impactos psicosociales que produce en la población para disputar poder y condicionar la política económica de un gobierno.
Los cinco pasos para armar una corrida
En este sentido, se pueden distinguir cinco etapas del proceso en el cual se construye una corrida cambiaria:
1. Se genera pánico social a partir de la propagación de rumores, fake news e informes de consultoras cercanas al establishment.
2. Se intensifican los ataques para desprestigiar cualquier información que provenga de organismos estatales.
3. Se manipulan las expectativas sociales respecto al dólar.
4. Se produce la crisis cambiaria a partir de ataques especulativos, quita de activos en moneda nacional, compra masiva de divisa extranjera y reducción de las reservas en el Banco Central.
5. Se construye un relato para culpabilizar al “populismo” y ocultar a los verdaderos responsables.
Los procesos destituyentes en sentido amplio se componen de acciones, prácticas y estrategias que tienen distintos niveles de intensidad. Hay países donde las élites asumieron comportamientos explícitamente golpistas como el caso de Bolivia y otros en los que las formas de condicionar o desestabilizar fueron menos evidentes.
En el caso argentino, a las 11 corridas cambiarias sufridas por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner se le suman tres desde el triunfo del Frente de Todos. La que de estos días se encuentra agravada por la especulación de las patronales agropecuarias a la hora de liquidar la soja y por un fenómeno económico, político y social que cobra mayor preponderancia en la medida que hay una sociedad que valúa una moneda asociándola a la libertad, el ascenso social y la pertenencia a un determinado estatus.
Las corridas cambiarias pueden ser la punta del iceberg de un fenómeno más complejo de procesos destituyentes que tiene efectos negativos para la convivencia democrática y el respeto hacia los gobiernos elegidos legítimamente por el voto popular. Por eso, de lo que se trata es de pensar estrategias integrales que no disocien democracia de economía, desigualdad de libertad, sino que, por el contrario, asuman que para profundizar la democracia es necesario dar una disputa en sentido común.
* Sociólogo, director del Centro de Pensamiento Génera.