En estos días nuestro país se encuentra afectado por las consecuencias de una serie concatenada de contingencias, a saber: deuda-pandemia-guerra. La primera devenida de la desastrosa gestión macrista, las restantes a causa del descuido en el medio ambiente y la irracionalidad del Poder que reina en el mundo. Demás está decir que se trata de una situación cuya particularidad afecta el ánimo de las persona, de allí la importancia de los discursos circundantes en lo que hace a brindar apoyo, sostén y templanza a los ciudadanos o sumirlos en el hartazgo y la desesperación.
El resultado de esta escalada se traduce en los cuerpos en términos de un abrumador agotamiento, una suerte de “No doy más” cuyas secuelas de desánimo o sinsentido anuncian el oscuro horizonte del stress. En su seminario sobre la angustia, Lacan hace referencia al stress en tanto “un agotamiento de las posibilidades de respuesta”, esto es: “que la demanda hecha a la función (...) puede culminar, desembocar en esa suerte de déficit que supera a la función misma” hasta llegar al “déficit lesionar”. La cuestión es seria. Y de funcionamiento se trata. Es que si ya de por sí, todo término, final o conclusión exacerba las emociones y acelera la circulación, nuestra época camina al compás de la ilusión de que todo al fin funcione: que los chicos no se lleven materias, que podamos cambiar el auto, que podamos alquilar la mejor cabaña, que nos salga el préstamo, que terminemos el arreglo, que demos bien el examen, que la fiesta salga genial; una obligación que --para usar los términos de Lacan-- puede lesionar la principal función de nuestro intelecto, a saber: el discernimiento entre lo que es importante y lo que no lo es.
Por lo pronto, por tratarse de una intervención inapropiada que incentiva al sujeto a gozar de su posición de víctima, todo agente psi debe cuidarse de patologizar el dolor. Lo que cuenta al momento de la tragedia, el desencanto o el desasosiego es la respuesta del sujeto. Más aún --y para tomar una palabra muy en boga en estos aciagos días--, la depresión es una respuesta necesaria ante el dolor, otra cosa bien distinta es quedarse instalado en ella. De manera que corresponde darnos por advertidos de la campaña de desánimo que algunos medios alientan, en este caso tomando recursos de la ingeniería psi. Más que hablar de la depresión, se trata de lecturas deprimentes.
Y no tanto por el valor de verdad o falsedad de los dichos sino por lo sesgado de los argumentos. Sobre todo destaco la llamativa certidumbre sobre efectos que, en virtud de la magnitud del fenómeno al que asistimos, lejos estamos de poder abarcar. No parece una buena práctica psicoterapéutica encerrar en estereotipos psicopatológicos a la contingencia, dimensión en la que una pandemia o una guerra participan de manera eminente. El sufrimiento forma parte de la experiencia humana, y toda la cuestión está en qué hace un sujeto con eso. Demás está decir que las principales y más maravillosas obras humanas son fruto del dolor y la carencia. Todo depende del deseo presente al momento de tomar tal o cual rumbo de acción.
Según Freud, “la pérdida, en cualquier sentido, del conductor, el no saber a qué atenerse sobre él, basta para que se produzca el estallido del pánico, aunque el peligro siga siendo el mismo...”[1]. En otros términos, la ausencia de referencias claras y firmes paraliza el trabajo psíquico, inventa un Otro todopoderoso, enmudece los cuerpos y arroja las personas al puro estado de objetos. Es todo lo que la oposición política busca de una manera tan vil como desembozada al incentivar los impulsos más primarios y narcisistas del sujeto: esos fantasmas de la realidad psíquica que priman --tal como señala Freud-- más allá de la efectiva amenaza suscitada por tal o cual situación. La cuestión está en que la fascinación experimentada por Narciso ante la imagen devuelta por el espejo de las aguas termina en la muerte. (De hecho, el desprecio que buena parte de la humanidad destina a la salud del planeta que nos hospeda es un buen ejemplo de este insensato impulso autoreferido).
De allí que, en lo que a los desafíos que las contingencias imponen, el individualismo sea la más inútil e ineficaz respuesta, en tanto el mismo exacerba las respuestas narcisistas. Sea para quien se enferma de insomnio o stress en virtud de las fantasías de muerte que la inestabilidad le despierta, hasta los delirantes discursos que claman por la propiedad privada o la libertad, un deseo mortífero acicatea las ansiedades más primarias de las personas.
Desde ya la política es la convocada a la hora de proveer las palabras capaces de tramitar esta opción que se mece entre la peligrosa tontería narcisista y el acto por el cual un sujeto acepta ceder algo de su satisfacción inmediata, única vía eficaz para hacer de esta dura experiencia la oportunidad de un encuentro con el Otro.
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
[1] Sigmund Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras Completas, A. E. Tomo XVIII, p. 93.