Las tensiones geopolíticas no consiguen apaciguarse, la crisis sanitaria sigue latente y los países desarrollados empiezan a entrar en una fase de recesión sin un horizonte de salida claro. Estados Unidos es una muestra de esta situación pero posiblemente no sea la economía más expuesta. Europa es la que se encuentra cada vez más intranquila a medida que se aproxima el invierno.
Las opciones para recuperar el crecimiento y contener la suba de los precios en las potencias de occidente no son evidentes y generan numerosos dilemas. Pocos consideran que las tasas de interés cortarán sus subas, aunque son cada vez más los analistas que plantean que ajustarán menos de lo pensado. La etapa de superliquidez global que inició la Reserva Federal para enfrentar el estallido de las hipotecas subprime se encuentra terminada, no existen dudas sobre este punto entre economistas de todas las corrientes.
Pero las apuestas pasan a partir de ahora por otro punto: ¿las autoridades monetarias de países desarrollados subirán realmente el costo del dinero tanto como dicen? ¿O sólo alardean? El ajuste monetario posiblemente sea menos severo de lo imaginado, contemplando el problema europeo, las tensiones políticas a nivel global y el estancamiento económico. A finales de julio Estados Unidos había dado indicios sobre este hecho y la semana pasada Inglaterra ofreció una nueva pista. Su inflación fue del 9,4 por ciento, es decir la más elevada de los últimos 40 años. El Banco de Inglaterra decidió subir en 50 puntos básicos las tasas, el mayor incremento en más de dos décadas. Pero en el mercado esto no fue lo que generó impacto.
El Banco de Inglaterra dio a conocer una perspectiva desoladora para la actividad económica del Reino Unido, al asegurar que entrará en recesión a partir del cuarto trimestre de este año. Y la salida de esta fase de estancamiento no será rápida, sino que se espera que dure por lo menos cinco trimestres.
En definitiva, Occidente enfrenta un contexto complejo al extremo y el margen para exagerar en la suba de la tasa de interés no es elevado. A tal punto que la situación parece estar provocando un cambio de jugadas de los inversores de Wall Street. Gigantes de la industria recalibran sus fichas. Si el costo del dinero subirá menos de lo pensado, pero la producción (los sectores tradicionales de la economía) no tendrá una recuperación rápida, la apuesta evidente parece volcarse nuevamente a inversiones de las empresas tecnológicas en que el retorno (pero también los riesgos) son importantes.
Una forma de pensar esta situación es a través de la novedad de la semana pasada sobre un acuerdo firmado por BlackRock con Coinbase para permitir a sus clientes institucionales comprar bitcoin. La criptomoneda no tuvo una reacción de precio inmediata pero la acción de Coinbase, que desde principio de este año venía cuesta abajo en la rodada, dio un salto diario de más del 10 por ciento. Esa empresa es una de las principales Exchange de criptomonedas de Estados Unidos.
Pero además de este ejemplo en líneas generales las acciones de las tecnológicas, luego de un primer semestre de fuertes caídas, parecen haber comenzado a repuntar. Entre las corporaciones gigantes de Wall Street se destacan los precios de Amazon, Google o Apple. Aunque posiblemente muchas de las apuestas también se enfilen hacia las firmas que más perdieron en los últimos meses. El valor de las acciones de empresas como Facebook, Netflix o Paypal se había duplicado o incluso triplicado desde principio de 2020 hasta finales del año pasado. Sin embargo, en los últimos trimestres el ajuste de precio fue tan rápido que llevo el precio de estas compañías a nivel prepandemia, pese al salto ocurrido en la cuarentena con el consumo de los servicios digitales.