Existe una larga cita adjudicada a Bertolt Brecht: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa. No sabe del costo de la vida, del precio de las alubias, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios que dependen de las decisiones políticas. El analfabeto político se enorgullece y se ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto y lacayo”. De la vida no hay que salirse nunca. El “no te metas” es parte de la sugestión sumisa de una sociedad degradada. La advertencia, transmitida de generación en generación, ha fabricado modelos de ciudadanos en forma de pacientes rebaños de ovejas o de lobos esteparios. El fútbol es la representación exacerbada de este modelo. Es imprescindible deshumanizar al jugador, dejarlo sin conciencia, volverlo sordo y ciego, envasado al vacío como fenómeno social y de consumo, de cara al espectáculo. El futbolista deja de “ser” para ser otro, emparejado a la exigencia del éxito, o a la apariencia del éxito. Un acuerdo imperfecto: a cambio de la gloria, entrega su silencio.
El universo futbolístico es de un mutismo ensordecedor ante los abismos del mundo. Su miedo es mudo. No dice, no habla, no opina. Una vida de luces y sombras, alejada de lo social, hecha de cálculo, prejuicio y vanidad, con un desprecio desmesurado por las necesidades del otro. Un sueño que solo vive en la inmortalidad de uno mismo.
Maradona no cuenta. El "Negro” (Héctor) Enrique tampoco. “Todo el mundo me dice que no me meta, que me calle la boca”, expresó el excampeón mundial México 86: “Estoy podrido de callarme la boca”. Y no se calló. Hace unos meses señalaba a Macri: “Se adueñan de palabras como si fueran suyas: patria, república, bandera, pueblo. De la deuda no se adueñan. ¿Dónde está la plata de la deuda? Yo no lo sé. Qué me lo expliquen”. Estos días se refirió a Hernán Lombardi, exministro de Fernando de la Rúa y funcionario del gobierno macrista, que apareció en algunos medios “sueltito de cuerpo” para criticar la gestión del Frente de Todos. “El señor Lombardi nos enseña, ahora, como se debe gestionar la Argentina. Vos fuiste gobierno, ¿te acordás? Estuviste con Mauricio Macri y fueron un desastre. Y ahora te dedicas a dar clases. Usted no tiene que dar clases, tiene que dar explicaciones”, manifestó.
Vivir sin miedo sirve para contarlo. Todos los aspectos sociales aparecen formateados por el proceso de desconexión que reproduce el modelo de cosificasión y deshumanización de un fútbol vaciado de conciencia.
Todos pensamos en cambiar el mundo, pero nadie en cambiarse a si mismo. El Negro Enrique lo sabe. Por eso se nutre de lo íntimo, de lo cercano, para penetrar en las entretelas humanas con el deseo de averiguar, buscar, sentirse parte, transgredir y preguntarse sin rebabas, sin dobleces: “¿Cuánto pueblo pueden tolerar? Poco, muy poco”, se contesta.
La vida escuece. Somos a duras penas lo que somos. Una vida que pasa junto a los muros de la cárcel que cada uno se ha fabricado. El fútbol de hoy se viste como los niños antiguos para la misa del domingo: almidonado. Una pasión agrietada por el embrujo aciago de que el futuro ha sido cancelado. Una sugestión de individualidades, en un tiempo de subjetividades ensimismadas reblandecidas de tanto contemplarse a sí mismas.
(*) Ex jugador de Vélez, campeón Mundial Tokio 1979.