A cincuenta años de la masacre de Trelew, en la que diecinueve presos políticos fueron fusilados en la base Almirante Zar tras haberse fugado, una semana antes, del penal de Rawson, Caras y Caretas recuerda –en su número de agosto, que estará el domingo en los kioscos opcional con Página/12– el episodio que inauguró el terrorismo de Estado en la Argentina, y especialmente a las mujeres guerrilleras que participaron de la fuga, una de las cuales sobrevivió para contarlo.
“En los sueños siempre regresaba a ese túnel –cuenta María Seoane en su columna de opinión–. Y al despertar me parecía seguir oliendo un vapor ferroso que lo cubría todo y recordaba nítidamente que al final un obrero del subte –pero que tenía la cara de mi compañero de estudios en Ciencias Económicas y amigo Eduardo “el Fauno” Capello– me entregaba una bayoneta calada para que me defendiera. Ese sueño me ocurrió de manera recurrente a fines de los años '80, mientras investigaba la historia de la guerrilla guevarista para escribir un libro. El sueño rememoraba lo ocurrido la noche del 23 de agosto de 1972, un día después de la masacre de Trelew, cuando cientos de estudiantes quisimos defender el derecho de tres guerrilleros a ser velados –Eduardo Capello, María Angélica Sabelli y Ana Villarreal de Santucho– en la sede del Partido Justicialista en avenida La Plata y Venezuela, en el barrio de Caballito.”
En su editorial, Felipe Pigna recuerda que “todo había sido meticulosamente planeado”: “El 21 de agosto por la noche, hubo una reunión decisiva en la Casa Rosada. Lanusse y sus comandantes hervían de solo pensar que los máximos líderes de la guerrilla argentina habían logrado fugar de la cárcel más segura del país. Aquella noche se decidió la suerte de los 19 detenidos”.
Desde la nota de tapa, Luciana Bertoia recuerda a las cinco guerrilleras fusiladas en Trelew. Militantes revolucionarias con amplia formación y experiencia, María Antonia Berger, María Angélica Sabelli, Susana Lesgart, Ana María Villarreal y Clarisa Lea Place fueron parte del grupo de 25 presos que se fugaron del penal de Rawson el 15 de agosto de 1972. Berger fue la única que sobrevivió a los fusilamientos y junto con otros dos compañeros pudo dar testimonio. Tras la ráfaga de balas, “un pensamiento atravesó a María Antonia. Si ya estaba muerta, por lo menos iba a escribir los nombres de los asesinos. Pensó en el capitán Luis Sosa –el que los había conducido a la base aeronaval– y en Bravo –el verdugo que estaba a cargo de su ‘cuidado’ en ese lugar–. Con las fuerzas que le quedaban, mojó el dedo en su propia sangre y escribió en la pared. LOMJE. Papá. Mamá. Los marinos advirtieron que estaba escribiendo. Fueron con un tarrito con agua y lo borraron. Ella insistió. LOMJE. Libres o muertos, jamás esclavos”.
Mientras Vicente Muleiro aporta una crónica sobre la fuga, ocurrida el 15 de agosto de 1972, Liliana Cheren se pregunta: “¿Cuánto demoraron casi media docena de oficiales de la Marina en fusilar a mansalva a diecinueve detenidos políticos desarmados y desprevenidos? Apenas minutos, seguramente; pero el plan había sido mascullado por los altos mandos castrenses desde el día de la fuga de los guerrilleros del penal de Rawson. En solo una semana, el Comando en Jefe de las tres armas decidió inaugurar la temporada de espanto que nos obligaría a transitar durante más de una década”.
Respecto de los protagonistas, Felipe Celesia se ocupa del comité a cargo de la organización de la fuga del penal de Rawson, integrado por Mario Roberto Santucho, Domingo Menna y Enrique Gorriarán Merlo (PRT-ERP); Roberto Quieto y Marcos Osatinsky (FAR), y Fernando Vaca Narvaja (Montoneros), que lograron escapar al Chile de Allende. Juan Carrá reconstruye la historia de los diecinueve fusilados. Cecilia Fumagalli escribe sobre los tres sobrevivientes y el testimonio que le dieron a Paco Urondo en la entrevista que luego sería publicada como La patria fusilada. Marisa Avigliano destaca a las otras mujeres de Trelew: esposas, compañeras, familiares de los fugados del penal de Rawson. Y Pablo Llonto valora el trabajo de las y los abogados que durante cincuenta años buscaron justicia.
Ailín Bullentini da cuenta del juicio de 2012 y Ricardo Ragendorfer escribe sobre el “fusilador que vive”, Roberto Bravo, recientemente juzgado y condenado en Miami, donde reside. Mariana Arruti habla de su trabajo documental Trelew, la fuga que fue masacre, y Damián Fresolone reconstruye la memoria sobre los hechos, en libros, archivos, investigaciones, murales, etc.
El número se completa con entrevistas con Fernando Vaca Narvaja (por Adrián Melo), Alicia Bonet Krueger (por María Zacco) y Luis Lea Place (por Demián Verduga).
Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.