Era una quimera: ver a Sandman en la pantalla. Grande o chica, no importaba. Se considera un cómic imposible de adaptar. Pero lo que podría ser una pesadilla para la vieja guardia de fans, resulta ser un sueño cumplido. Sandman estrena hoy en Netflix y sí, habrá lectores que resientan tal o cual cambio mínimo a la viñeta original, pero lo cierto es que no sólo es un producto increíblemente fiel a la letra y el espíritu del papel, sino también una serie excepcional en todo sentido.
Sandman sigue los pasos de Sueño, la entidad rectora de sueños y pesadillas de todo el universo. Un ser, fácil adivinar, bastante poderoso. Pero Sueño resulta atrapado en la Tierra y tras más de un siglo de cautiverio, consigue liberarse. A partir de allí debe encontrar sus atributos de poder, desperdigados por distintos planos y reconstruir su reino, hecho jirones por su ausencia. Esta temporada adapta los dos primeros arcos argumentales del cómic (“Preludios y nocturnos” y “Casa de muñecas”) publicados entre 1989 y 1990. La “garantía” para sus lectores es que el propio creador de Sandman, el mismísimo Neil Gaiman, estuvo fuertemente involucrado en el proyecto y lo defiende a capa y espada en redes sociales (leerlo rebatiendo trolls y neoconservadores en Twitter es un festín). No es para menos: durante años rechazó iniciativas para filmar su mayor creación al advertir que se apartaban del espíritu original o que no estarían a la altura de sus sueños. Netflix puso lo que había que poner (plata, estructura) y dejó hacer al creador y un equipo impresionante de co-guionistas, directores y actores que dejan todo y más también en cada escena. Hasta el enorme Dave McKean, portadista original de los 75 números del cómic y retirado desde hace años, prendió la computadora para hacer los créditos de cierre, uno distinto para cada capítulo.
Aquí vale hacer un alto. Las actuaciones del elenco son superlativas y resultaría muy raro que en un año no arrasen con cuanto premio televisivo exista. Lo de Tom Sturridge en el protagónico es monumental, no sólo desde la sutileza de sus gestos y la voz profunda, que casi parece tener la textura de los “globitos” que la caracterizaban en el cómic, sino también desde su expresividad corporal. Hay un manejo de su cuerpo que impresiona, especialmente en el capítulo inicial en que está cautivo y apenas abre la boca. Lo de Gwendoline Christie (sí, Brienne de Tarth en Game of Thrones) como Lucifer, el (la) ángel caído y rectora del Hades es infernal, con sus ropajes blancos inmaculados y sus mofletes y mohínes de señora conservadora de la Inglaterra profunda, de voz suave y amablemente dispuesta a meterle el miedo a Dios en el cuerpo a los condenados a partir de cualquier clase de tormento perpetrado en un sótano sórdido. Sí, la imagen de David Bowie sirvió de inspiración a Sam Kieth y Mike Dringenberg para llevar al personaje al papel. Pero muerto Bowie, lo cierto es que el casting de Christie resulta ser fenomenal.
Por otro lado, Kirby Howell-Baptiste hace de una Muerte (hermana mayor de Sueño, también un Eterno) tan encantadora como la de las viñetas, preocupada por su hermano y amable con aquellos a quienes se les terminó el tiempo. Boyd Holbrook, como el Corintio, es impresionante y el gran comediante Patton Oswalt poniéndole voz a Matthew, el cuervo de Sueño, es otro acierto. Stephen Fry como Gilbert o David Thewlis (o Remus Lupin en la saga Harry Potter) como John Dee se comen la pantalla en cada aparición, lo mismo que Mason Alexander Park como Deseo (hermane de Sueño), tan fascinante como repulsiva (algo que también podría decirse de la demonio Mazikeen), en un gesto profundamente fiel a su concepto mismo. Y, como si todo esto no alcanzara, Mark Hamill (Luke Skywalker, por supuesto) aporta la voz de Mervin Pumpkinhead, una suerte de empleado de mantenimiento del Ensueño. Que además Charles Dance (más conocido como Tywin Lannister) sea el captor de Sueño es una yapa invaluable.
Si a ese tremendo elenco se le suma una dirección de arte y fotografía sorprendente, un relato que merece cualquier premio imaginable a Mejor guión adaptado y una producción hecha ya no con amor, sino con total devoción, se comprenderá el entusiasmo de estas líneas. Es que muchos, quien suscribe también, esperaron esta adaptación durante más de 25 años. Si funciona no es sólo porque se apega bastante a los hechos del cómic (aunque hay cambios menores y cierto reordenamiento en aras de acercarse más a los ritmos audiovisuales de hoy), sino sobre todo porque la serie explicita el corazón de la propuesta de fondo de Gaiman: que lo que sucede cuando dormimos, bueno o malo, moldea nuestra vida diurna y hasta la realidad misma, y que el protagonista es un tipo seco y frío que, lentamente (muy lentamente), descubre que tiene sangre en las venas y que quizás no está tan mal vivir con, por y para otros.
En el proceso hay algunos capítulos francamente excepcionales. El cuarto, “Una esperanza en el infierno”, que lleva a Morfeo al Infierno para recuperar su casco, sorprende por su capacidad para generar tensión en el espectador, incluso aquel que recuerde línea por línea como se resuelve la disputa en el cómic. Hay una hechura muy inteligente allí y el resultado es monumental. Otro tanto podría decirse de “El sonido de sus alas”, en que la serie presenta a la Muerte, que fluye con una naturalidad hermosa y es, a grandes rasgos, un extenso diálogo fraterno en el que Muerte le dice a su hermanito menor que no sea tan paparulo.
Aunque aún no tiene segunda temporada confirmada (no es que Netflix sea muy confiable en ese rubro), la primera tiene todo para funcionar. Lo cual también alienta esperanzas. La crítica reconoce que el primer arco argumental del papel es el menos poderoso del cómic. Pero por “menos poderoso” hay que entender “no tiene el vuelo y la calidad de los siguientes”. Era Gaiman presentando a su creación, pero aún así haciéndolo de un gran modo. Ya en el segundo arco, con el tono establecido, el inglés está prendido fuego y tirando una magia tras otra. Por eso es inevitable disfrutar y esperar la segunda temporada.
Algunos gestos y guiños de esta sugieren que podría incluir aspectos de los arcos argumentales tres, cuatro y cinco del cómic. “País de sueños”, el tercero, es una serie de unitarios y bien podrían funcionar como fill-ins, un poco al modo en que aparece en esta temporada Hob Gadling. El cuarto, en cambio, “Estación de nieblas”, engancha directamente con la visita de Morfeo al Infierno y sus consecuencias, así que debería ser número fijo. El quinto “Un juego de tí” (“A game of you” en el original) sigue a Barbie enfrentando al Cuco para recuperar sus sueños. En terreno meramente especulativo y sin spoilers, vale decir que se menciona al pasar al Cuco en un capítulo, así que bien podría llegar a la pantalla.
Por qué Sandman
Sandman, claramente, no es un superhéroe. Su único interés es que su reino y sus creaciones, sean sueños o pesadillas, se comporten de acuerdo a su propósito. Luego, qué haga la humanidad, sus conflictos y sus miserias lo tienen muy sin cuidado. Sin embargo, los relatos de Gaiman en torno a su figura se convirtieron en una de las historietas claves de la década del 90. Mientras otros géneros dentro del noveno arte alcanzaban cuotas de pus y lípidos inenarrables, el guionista inglés propuso un relato de fuerte contenido poético, construido con una inteligente inusual y de una densidad conceptual especialmente profunda. Rara vez alguien termina de “entender” The Sandman. Siempre hay una nueva capa de sentido para descubrir, un guiño nuevo en una línea dicha (escrita) al pasar.
Además de Neil Gaiman en los guiones, The Sandman tuvo una lista de dibujantes notables. Sam Kieth suele figurar como como co-creador, pero Mike Dringenberg aportó lo suyo más adelante, lo mismo que Kelley Jones, Jill Thompson, Charles Vess y Chris Bachallo (probablemente, quien mejor dibujó a Muerte). Es una locura que con semejantes nombres rara vez se los mencione, pero así de impactante es la escritura de Gaiman.
Por eso, y de un modo extraño, en esa década The Sandman se convirtió en la historieta para hacer leer a quienes no leían historieta. No sólo obtuvo 26 premios Eisner. Ganó un prestigioso premio literario (el World Fantasy Award) y le provocó tanta rabia a los escritores, que consideraban a la disciplina como cosa menor y no toleraron que unos “dibujitos” se les llevara el trofeo, que patalearon hasta que cambiaron las reglas para que nunca más una historieta les aguara el festejo.
The Sandman fue publicado por el sello Vertigo, un espacio dentro de DC Comics dedicado a las historietas “para adultos”, con contenido gráfico, filosófico y político más fuerte que su contraparte de coloridos superhéroes. Vertigo, entonces comandado por la lucidez de Karen Berger, nació como un espacio para contener a La cosa del pantano, de Alan Moore, y ese éxito inicial le abrió las puertas a un montón de creadores, incluyendo muchos otros británicos dispuestos a contar historias distintas de las que habitaban el panorama norteamericano. En ese contexto ideal, a Gaiman le dijeron “tomá este personaje y reinventalo, porque así como está no nos interesa”. Y lo que era un justiciero invendible devino en otra cosa, en una entidad universal que le hablaba al lector sobre el goce, el compromiso y el amor que hay en contar y leer historias. Y lo hizo a lo largo de 75 números de una redondez perfecta. Por eso, sin dudas, una adaptación exitosa como esta es un sueño cumplido.