Seguramente dentro de un tiempo, desde la semiología, la historia, la ciencia política, la psicología o la sociología, se investigará este tramo político argentino tan lleno de encrucijadas, de emboscadas, de inmundicia. Y no sólo serán objeto de estudio los movimientos de la superestructura, no solo la lógica de los acontecimientos, sino la profundidad de las personas, la inducción de las emociones y la propaganda política infiltrada en millones de mentes. Se estudiará quiénes somos hoy, y cómo desde la pandemia, que implicó un brutal individualismo de facto, desde ese túnel de miedo de los primeros tiempos y la pulseada absurda que desataron después los incipientes totalitarismos, boicoteando a las vacunas o hablando de la tierra plana, comenzó a resquebrajarse la salud mental del planeta, en todas las capas de población.
Será imposible abordar lo que sucede en este país sino desde un contexto global de desquicio, con fuertes injerencias extranjeras actuando bajo la presión geopolítica que precede a la declinación de Estados Unidos.
Esta semana, los tacos de Nancy Pelosi en Taiwan constituyeron una verdadera hybris, que no es un invento del doctor Nelson Castro. Los líderes pospandémicos de Estados Unidos eligen ir más allá de la lógica y la paz social para conservar el orden mundial por la vía militar. La crisis económica anterior a la guerra los movió al coqueteo irresponsable con la solución final y la catástrofe, y desde hace meses, en coordinación con una Europa decadente, no hace más que agravar la crisis en una proporción inimaginable. Hay algo de locura desatada en la OTAN, salida de una idea vieja: que la forma de unir a su propia población siempre es la de construir un enemigo, que hay que inventar un enemigo, y narrarlo al modo de los cuentos infantiles de terror.
Desde el principio de esta pesadilla que ya provoca hambrunas y una caída abrupta del bienestar construido después de la Segunda Guerra, la narrativa norteamericana y europea fue guionada de una manera bizarra y obvia. Ucrania y Zelensky nunca fueron la misma cosa. Zelensky no representa a nadie, es un golpista. Y un nazi que introdujo nazis en sociedad, que lo único que demanda son armas y no diplomacia, y que posó ahora con su esposa para Vogue, como si guerra y espectáculo se fundieran en una ficción que es consumida por capítulos y con ínfulas de noticia.
La narrativa de la guerra fue y es un compendio monumental de noticias falsas, pero no solo en términos de información militar. Lo que está alterando la percepción global de la realidad es el dispositivo de proporciones nunca vistas para introducir en el sentido común global esquemas de pensamiento artificiales y completamente despegados de la realidad. La perspectiva de Vogue, por ejemplo, que incluyó las fotos de Annie Leibovitz, una celebridad cultural norteamericana, es una romantización ridícula de la pareja presidencial ucraniana, que con maquillaje invisible posa entre trincheras y aviones de guerra. Solo el hechizo del mensaje de alta rotación puede hacer de esa historia algo creíble. Pero un altísimo porcentaje de la población mundial ha sido reseteada para creer lo increíble.
En la Argentina eso es llovido sobre mojado. La acción psicológica que ahora tiene status global viene siendo ensayada en América Latina desde hace una década. Es apenas la sofisticación de un método --espionaje, noticias falsas, operaciones masivas de propaganda o demonización de biotipos-- típicamente norteamericano, país experto en catalizar a su favor la generación de un enemigo ficcional.
A principios de este siglo, el peronismo que yacía con la boca llena de su propio barro resucitó porque inesperadamente, alguien que había llegado allí de la mano de Duhalde rompió la piñata y hubo en los años siguientes una transferencia de ingresos del mundo del capital al mundo del trabajo. Qué es el peronismo si no es eso, lo contrario de lo que había hecho el menemato. Ese fue el verdadero hecho maldito: Néstor llegó con el mensaje de la generación diezmada.
Pero le pusieron la carga a Cristina, la volvieron el eje de una operación de sentido que hoy se profundiza hasta la náusea al ver a un fiscal de reality show decir parlamentos de serie clase C.
El martilleo mediático, judicial y político de mentiras dichas con odio encarnaron en audiencias odiadoras que creen o quieren creer que el objetivo de las presidencias de Cristina fue robar. Y que el kirchnerismo entero es una asociación ilícita. Nadie en la historia contemporánea los desafió tanto como ella, pero no por nada de lo que la acusan. Redistribuyó. Es eso lo imperdonable.
Y como estamos viendo en estos intentos de gobierno del FdT con tan poco espíritu kirchnerista, sin lenguaje ni gestos directos a su electorado, ni esa conciencia de que la condición vital del poder es una retroalimentación de la conducción con sus bases, y que ese diálogo se da con medidas concretas, el gran problema para la consolidación del espacio es la redistribución. Ya sabemos las enormes dificultades que vienen de afuera para adentro, pero nuestro “para adentro” debería empezar por casa: el éxito no depende más de la reacción de los mercados que de la contención política que se les debe a los últimos, ya que es obvio que no serán los primeros.