Ya es evidente que el retiro de los subsidios a la electricidad impactará en el corazón de la clase media, lo que aportará a un clima previsible de disgusto al que se sumarán los índices de inflación de, por lo menos, Julio y Agosto. Si el proceso no es acompañado por medidas que reporten al bolsillo de trabajadores y jubilados, lo que se arregle en los índices macro se descompondrá en la situación social. Si se desatiende ese flanco también se resentiría la alianza que sostiene al gobierno.
Desde el punto de vista de las miradas sobre la economía, el gobierno representó la confluencia de un sector más “distribucionista”, y otro con un perfil más “productivista”. El peso que tiene la deuda con el Fondo Monetario Internacional, convirtió su negociación en la prioridad y luego la pandemia hizo prioritarias a las políticas sanitarias.
Durante los dos primeros años del gobierno del Frente de Todos, las políticas distributivas fueron relegadas por otras prioridades. El resultado de esa gestión fue el de uno de los países que salió mejor de la pandemia tanto en el saldo sanitario como en el de los índices macroeconómicos: en poco tiempo se recuperó la caída abrupta y hasta se superó la actividad alicaída que había dejado el gobierno de Mauricio Macri.
En 2021, las empresas tuvieron amplios márgenes de ganancia y se generaron fuentes de trabajo, pero al mismo tiempo se empobreció gran parte de la sociedad. La expresión política de esa ecuación fue totalmente desfavorable para el gobierno: perdió las elecciones de medio término y el sector empresario, en vez de respaldarlo, redobló sus exigencias sin ocultar sus simpatías por las políticas macristas que lo había perjudicado.
Los rebotes de la guerra entre Rusia y Ucrania encajaron en esa matriz y empujaron la inflación y los precios de los alimentos, con lo que volvieron a perder los que venían perdiendo y a multiplicar sus ganancias los que ya venían ganando. Sin una presencia enérgica del Estado, todas esas circunstancias (la negociación de la deuda, la pandemia y la guerra) terminan por favorecer a los más fuertes y perjudicar a los débiles, porque ese es siempre el resultado del libre mercado.
Son todas situaciones desequilibrantes que, aunque favorezcan a un sector del capital producen recortes en todos los niveles de actividad. No es sólo una cuestión social. De hecho, los gobiernos europeos, los mismos que destruyeron por ideología el Estado de bienestar que habían construido las socialdemocracias, tuvieron que intervenir en la economía con medidas drásticas, como las nacionalizaciones de la energía en Francia o los fuertes impuestos a la riqueza en Alemania y España.
Cuando la crisis llevó a la economía al borde de una híper descontrolada, el Frente de Todos pudo reafirmarse y encontrar una fórmula que detuviera la caída con la llegada de Sergio Massa con un respaldo muy explícito de políticos, gremialistas y dirigentes sociales.
Es inevitable que en esta situación haya momentos de recorte de gastos, lo que en términos concretos significa “ajuste”. Pero aquí hay un sector que viene siendo ajustado, por lo menos desde que asumió Macri. Y en su mayoría es la base social que respaldó al Frente de Todos. El nuevo esquema económico que presentó Massa no puede desconocer este dato de la realidad que se expresa en el malhumor de los propios, más allá del odio de la oposición, fabricado en gran medida por los medios hegemónicos.
La gente, el pueblo, siente la inflación, siente si los salarios o las jubilaciones no alcanzan, si le aumentan los precios cada semana y si tiene que retroceder en su calidad de vida: comer menos carne o buscar las zapatillas más baratas. No discute índices macro.
Seguramente la reducción progresiva de la inflación favorecerá a los sectores populares, pero para que se sientan parte del mismo barco, tiene que haber medidas directas. Y si le sacan, al menos tiene que ver que le sacan más al que tiene más. La solidaridad se entiende al dar como al recibir. Como diría algún cómico: ser rico implica también una responsabilidad, tiene que tener una contraprestación igual que se le reclama al pobre.
Las políticas sobre salarios y jubilaciones constituyen una de las cuatro variables que propuso Massa en su discurso. Los otros tres andariveles están más relacionados con temas productivos y financieros que se asientan sobre una lógica indiscutible: frenar la caída y fomentar el crecimiento resguarda y acrecienta la torta que debe ser distribuida.
Pero sería un error pensar que el pueblo come vidrio y que se lo puede enroscar sólo con promesas y palabras. La demagogia vacía demostró que tiene un tiempo siempre corto. Y que las políticas que favorecen solamente al capital pueden tener resultados en lo inmediato, pero terminan siempre en medio de un incendio, con crisis económica y crisis política porque son desestabilizadoras y con bajo índice de gobernabilidad.
Son índices que no contemplan las políticas neoliberales. Son cuestiones políticas o cuestiones sociales que, según ellos, no se relacionan con los parámetros que necesitan las empresas para hacer negocios. Imaginan que los pueden solucionar con represión. Y con eso empeoran las cosas. Así fue la experiencia en los gobiernos de Carlos Menem, Fernando de la Rúa y Mauricio Macri. El gasto público que más aumentó Macri fue el de equipamiento para reprimir a la protesta social. Y así le fue.
El éxito de las medidas que expuso Massa depende de las variables económicas que planteó en su presentación, pero también de las variables sociales. Existe también un factor político que quedó muy en evidencia por la forma como se debilitó el gobierno con la salida intempestiva de Martín Guzmán, su ministro estrella. Ese flanco quedó muy apuntalado con el respaldo de Cristina y Máximo Kirchner, de la dirigencia sindical, de los intendentes bonaerenses y de los gobernadores. Ese respaldo produjo un paréntesis de expectativa en sectores empresarios que también tratarán de presionar en función de sus intereses.
El surgimiento de la figura de Massa con tanta fuerza discurre entre ese malestar que resiente a un sector importante de la base social que respalda al Frente de Todos, al que se suma la desconfianza por algunos momentos de su historial, como su relación, en gran medida exagerada, con sectores políticos de Washington. El desempeño correcto en la Cámara de Diputados y el visto bueno que recuperó entre la mayoría de los dirigentes kirchneristas equilibró la balanza lo suficiente para esos sectores, como para esperar a que el nuevo ministro empiece a caminar.
Si consigue concretar el adelanto de cinco mil millones de dólares por exportaciones junto con el acuerdo para refinanciar la deuda en pesos, como anunció en la conferencia de prensa, habrá recuperado lo que se retrocedió cuando se fue Guzmán. Tendrá un punto de partida más cómodo.
Muchos de los nuevos funcionarios han sido colaboradores de Roberto Lavagna o referenciados en el ex ministro en cuanto a sus concepciones económicas. Lavagna era el ministro que tenía en la cabeza Chacho Alvarez cuando era candidato a vice de Fernando de la Rúa. Pero de la Rúa impuso a José Luis Machinea. Las ideas que representa Lavagna en lo económico confluyeron en un principio con el kirchnerismo, que representaba una visión más distribucionista.
Esas concepciones existieron de partida en el peronismo. Aunque es un momento de escasez y crisis, si se anula la idea distributiva, es probable que tampoco funcionen las otras.