“Nos apena que sean tan torpes estos jóvenes sudamericanos. Han venido desde tan lejos y tendrán que volverse después del primer partido”. Eso podía leerse en el diario Le Temps algo antes de que comenzaran los Juegos Olímpicos de París, 1924, en referencia a la Selección Uruguaya de Fútbol que ganó invicta el torneo, por entonces el más importante del mundo. José Andrade venía del Atlético Bella Vista y aunque no hizo goles fue clave en ese equipo; en perspectiva, más de uno lo considera como la primera estrella internacional del fútbol. Por entonces tenía 22 años y era además el único negro en la Celeste: volante por derecha, alto, veloz, habilidoso, elegante. Unas condiciones que también gustaba desplegar en las pistas de baile: la leyenda lo ubica en habitaciones de jóvenes parisinas, e incluso bailando un tango con Josephine Baker. Por entonces París era una fiesta y durante el mes que anduvo por allá, Andrade la animó todo lo que pudo.

Era hijo de un esclavo brasileño fugitivo, dizque experto en magia negra. Después de la hazaña olímpica Andrade, que de pibito lustraba zapatos y vendía diarios, pasó desde el modesto Bella Vista al Nacional, uno de los grandes de Uruguay: fue ídolo ahí, y protagonista de una gira histórica del equipo, 38 partidos en nueve países europeos. Su fama como jugador fue creciendo a la par de la del juerguista: tocaba el violín y el tamboril y era disciplinado en sus giras por bares y boliches. Esta última fama casi lo deja afuera de los Juegos Olímpicos del 28, en Amsterdam, pero a último momento allá se fue. Se ve que Jules Rimet no había leído Le Temps, porque también se fue de boca: en París los uruguayos no le ganaron a nadie, dijo, y se encontró con que los uruguayos volvieron a ganar la medalla de oro. En la final vencieron 2-1 a Argentina. Gardel organizó para que los dos planteles coincidieran en el cabaret El Garrón, en París, con la idea de confraternizar: empezaron tirándose migas, luego panes y enseguida botellazos. 

Andrade también ganó la primera Copa del Mundo en Montevideo, en otro duelo contra Argentina. Después del mundial jugó en algunos equipos de acá, Atlanta, Lanús, Argentinos Juniors, pero ya andaba en declive. Tras el retiro consiguió un puesto como empleado estatal: el alcohol apretó el paso y el desbarranque. Un periodista alemán viajó a Montevideo en 1956 para entrevistarlo y tardó seis días en dar con él: aquel tipo elegante al que habían apodado La perla negra o La maravilla negra estaba destrozado por el escabio, casi ciego, incapaz de responder preguntas. Murió al año siguiente, en un asilo. En una caja de zapatos conservaba las medallas: parece que era lo único que le había quedado.