A once meses de haber asumido, el boleto de Sergio Massa ya estaba picado. La desconfianza de Néstor y Cristina Kirchner con el entonces jefe de Gabinete existía hacía tiempo. Sin embargo, el vínculo terminó de romperse recién la noche del 28 de junio de 2009. Por teléfono, el ministro Florencio Randazzo le comunicó al expresidente que en la provincia de Buenos Aires el corte de boleta había sido lapidario. En la derrota de las elecciones legislativas se destacaban los 14 puntos de diferencia que había cosechado la candidata a concejal Malena Galmarini sobre la lista que llevaba como primer candidato a diputado a Néstor Kirchner. Si bien el distrito del norte no había sido el único con corte masivo, existía un agravante. La campaña en Tigre había procurado despegarse sin sutileza del gobierno nacional, al punto que habían elegido el naranja para los candidatos locales en lugar del color azul que utilizó el Frente para la Victoria. La jugada fue considerada por muchos como una traición. Días después, Massa firmó su renuncia y dio por concluido lo que había sido, hasta ese momento, su mayor desafío político en medio de los coletazos por la crisis con el sector agropecuario. Trece años más tarde, y con una nueva crisis mediante, Cristina lo volvió a ubicar en el centro de la escena pública. El trance fue largo, pero no traumático: incluyó la apuesta por la unidad en 2019, el vínculo construido con Máximo Kirchner los últimos años, un acuerdo de paz para los próximos meses y el vértigo frente al abismo de 2023.
La segunda oportunidad
El desembarco de Massa en el Ministerio de Economía llegó tras una larga carrera de postas. La relación con el líder de La Cámpora creció en forma progresiva, desde sus primeros contactos en 2016 hasta sus reuniones en 2020 con ceos del círculo rojo. El acuciante discurso antikirchnerista del líder del Frente Renovador, iniciado en 2013 y extendido durante el macrismo, no bloqueó el diálogo. “Con el kirchnerismo no voy ni a la esquina”, lanzó en plena campaña de 2017. Sin embargo, para ese momento los asados entre ambos ya eran una realidad, esporádica, pero realidad al fin. En las huestes del presidente del PJ bonaerense entendieron las reglas del juego y las circunstancias. En una lección de pragmatismo político, la futura candidata a vicepresidenta también demostró que, si las condiciones lo requieren, está dispuesta a dar vuelta las páginas de la historia. “Tengo muchísimos defectos, pero nunca decido las cosas a través de mis hormonas", graficó hace unos meses en el Chaco. Y así fue. A Massa, en 2019, le puso un solo condicionamiento: “Acá Bossio no entra”, le avisó.
En la mañana del domingo 3 de julio, post renuncia de Martín Guzmán, Fernández y Massa ya tenían todo definido. La designación del tigrense era un hecho. Sobrevolaban algunas dudas, salvo una: el exintendente estaba seguro que no quería volver a ser jefe de Gabinete. Había tenido una mala experiencia. Ya estaba todo charlado, solo faltaba un pequeño detalle: hacer partícipe de la decisión a la principal accionista del Frente. “Massa habló con Máximo”, anunciaban el domingo todos los canales de televisión. Mientras tanto, la vicepresidenta seguía esperando el llamado presidencial. Había sido excluida del armado y no estaba dispuesta a aceptar que su hijo funcione de intermediario. La crisis exigía una discusión profunda. Recién pasadas las 20 horas llegó el primer llamado telefónico de Fernández. Fueron dos y solo alcanzaron para designar a Batakis como interina. Hubo, por lo menos, un acuerdo de emergencia. Aquella noche, CFK frenó el aterrizaje de Massa. Antes, tenían mucho que hablar.
El aceitado trabajo legislativo, los esfuerzos para equilibrar las tensiones internas y la confianza construida a partir de los mitines en los que Massa acercó a Máximo Kirchner a empresarios como Marcelo Mindlin (Pampa Energía), Marcos Bulgheroni (Pan American Energy), Jorge Brito -hijo- (Macro) y Hugo Dragonetti (Panedile), no fueron suficiente para la vice. Había charlas pendientes. Entre la cumbre del 23 de julio en Olivos –almuerzo en el que se definió su designación– y la foto de bienvenida del 1 de agosto, el extitular de Diputados visitó en distintas oportunidades el despacho de la presidenta del Senado. Ahí cerraron filas y firmaron un pacto. Acordaron tres meses de absoluta paz. Una suerte de luna de miel de casi 100 días con toda la tropa enfilada. No fue un ultimátum ni mucho menos. Fue una pauta básica de convivencia y una necesidad. Bajar las revoluciones políticas para calmar las expectativas económicas. “No soy un mago”, aclaró Massa en su presentación, dejando en claro que necesita el tiempo que no tuvo Silvina Batakis y el oxígeno que le faltó a Guzmán en su última etapa.
El contrato con CFK también incluyó la cláusula Kicillof. El exministro de Economía sigue siendo la principal fuente de consulta de la vicepresidenta en la materia y por eso mismo se estableció su filtro. Con el gobernador bonaerense tuvieron varias reuniones en la oficina que tiene el tigrense en la avenida Libertador donde revisaron el plan económico y las medidas a anunciarse. Como gesto de colaboración, Kicillof puso su equipo de trabajo a disposición: Carlos Bianco, Augusto Costa, Pablo López y Juan Quattromo. Massa, especialista en relaciones interpersonales, entendió que no podía rechazarla. Si Máximo es la llave que destraba la desconfianza política de Cristina, Axel es el aval que necesita para avanzar con el programa económico. Hecha la tarea, el resto dependerá del resultado de la gestión.
Las vueltas de la vida
Cuenta un exfuncionario que compartió extenuantes días de despacho con ellos que la relación entre ambos siempre combinó dosis de desconfianza y simpatía. A Cristina le gustaba que la hiciera reír. "Tenés 30 segundos para arrepentirte", le dijo en tono jocoso, minutos antes de que jurara como jefe de Gabinete. Corría julio de 2008 y en medio de los coletazos por la crisis con las patronales agropecuarias, la entonces presidenta le confirió la responsabilidad de coordinar la gestión de gobierno. “Necesito que asumas”, le expresó y dejó en el camino a otros postulantes para el puesto como Florencio Randazzo y Carlos Tomada. Así, el joven de 36 años aceptó reemplazar a un desgastado Alberto Fernández, que además de ser una figura clave del Gobierno, había formado parte de la génesis del Frente para la Victoria y cumplía, sobre todo, el rol de confidente de Néstor y Cristina Kirchner. La convulsionada salida de Fernández fue, a los gritos, una necesidad de todos. Lo que nunca esperó es que designarán como sucesor a su entonces enemigo interno.
Una década y media después, las vueltas de la vida los encontró juntos atravesando una nueva tormenta. Con el tiempo se sabrá dónde terminó cada uno. Hay quienes dicen que los rayos nunca caen en el mismo lugar, la ciencia y la historia indican lo contrario.