Para la diabología, con Giovanni Papini a la cabeza, los brujos no son amigos del demonio, apenas siniestros explotadores que buscan someterlo a través de fórmulas. Nunca lo consiguen, claro, pero de tanto dibujar círculos y triángulos a veces logran joder a los animales, a los hombres, a un pueblo entero e incluso a todo un país. Las brujas son distintas. Ellas no quieren hacer del príncipe caído un espectáculo, dicen que están poseídas por él y que hierven sopas con la ilusión de recibir una mirada del gran antagonista. Dominación versus deseo. Dos modelos enfrentados desde siempre en la larga tragedia de la fe humana. Al amplísimo corpus de ensayos, estudios, pinturas y películas sobre el tema, ahora se le suma un notorio libro de historietas titulado con el filoso nombre de Yilé. De haberlo leído, el polemista Papini lo hubiese mencionado entre “Las alegrías del diablo”.
Editado por el sello Historieteca, Yilé es como se conoce a Josefina Ferrán, joven bruja que va y viene por una Argentina maldecida desde el año 2001 y que se encuentra desde entonces (la historieta transcurre en 2010) en un permanente estado de sitio debido a la presencia nocturna de los seres sobrenaturales. Pomberos, duendes, ekekos, mulánimas y lobizones llevan nueve años recorriendo las calles de las ciudades ni bien el día se entrega a la noche. Yilé, como las brujas deseantes, intuye que todo es obra de los brujos: esos harapos del diablo como los llamaba San Agustín. Y para poner un poco de orden la bruja pasa de un mundo al otro (de la luz a la oscuridad) liberando almas. Durante esa liberación, Yilé se enfrenta tanto a la demencia de los seres “anormales” como a la estupidez de los “normales”, a tal punto que ella misma queda atrapada en el medio de esas dos esferas y, por momentos, le resulta difícil saber quién es. Las almas de los que habitan el día y de los que habitan la noche son para Yilé partes del mismo infierno. Dos ejemplos: en el primero, la joven desenfunda una daga plateada por la luz de la luna en medio de una sangrienta pelea con un lobizón y luego de atravesarlo le explica: “Un día sos un gran tipo, vas a trabajar como el resto, tratás bien a todos, amás a la gente que tenés cerca, te vas a dormir y te levantás así. Lamentablemente no sos el primer lobizón que cazo”. Y el otro: Yilé bebe una cerveza, es la única mujer en el bar, un impresentable alcoholizado se le acerca porque quiere divertirse “un rato”, y la bruja le explica antes de romperle la cabeza: “Mamita hoy te dejó salir. Hasta te puso plata en el bolsillo y papito te dio las llaves. Tus amigos te dijeron que vinieras acá y que pelearas que seguro ganabas. Pero lo único que vas a ganar es conocer la guardia del Santojani”. Dos modelos de violencia que se repiten en la vida de Yilé.
Entonces aparece el oficial Hernán Zerafino, recientemente nombrado por la policía como encargado de asuntos sobrenaturales. El agente le pide ayuda a la bruja para resolver algunos casos. Así, la dupla descubre que en Buenos Aires los lobizones se han descontrolado, y que hay una organización detrás que los agita e impulsa a salir por la noche a cenar unos cuantos “normales”. Todo ese pasaje narrativo hacia el policial esotérico –a lo Fox Mulder y Dana Scully– da indicios de que la historieta de Matías Muzzillo se sumará en las páginas siguientes a la larga fila de las sagas sobre misterios inexplicables. Sin embargo, surge la vuelta de tuerca salvadora (aclaración: si el lector es de lo que gritan ¡spoiler!, aquí mismo puede abandonar la lectura). Promediando el final, Muzzillo nos revela que el verdadero brujo al que se le rinde adoración sectaria no es otro que aquel farsante que supo ensombrecer el poder en Argentina hace cincuenta años, ese demente que montara guarda en Puerta de Hierro, escribiera unos ilegibles textos misteriosos y dibujara triángulos convocantes con las tres letras A juntas. Sí, señor, el brujo argentino.
PREMIOS E INFLUENCIAS
Desde ese instante el lector deja el suelo estable de un relato clásico de aventuras, con largas y poderosas secuencias mudas de peleas que recuerdan los indios enloquecidos de Hugo Pratt, y empieza a sentir que está caminando sobre la siempre movediza arena política a la que la historia argentina nos tiene acostumbrados. La obra de Muzzillo logra en una sucesión de resonancias dimensionar la metáfora de los mitos populares para llenar de preguntas la cabeza del lector: ¿Dónde arranca el mal que asola a la Argentina? ¿Cómo podemos librarnos de una vez por todas del odio de esos malditos?
“Siempre tuve interés en los mitos y leyendas, las griegas, las nórdicas y las nuestras. Cuando empecé a pensar en dibujarlas me di cuenta de que no quería solo retratarlas tal como eran, quería encontrar algo más con que conectarlas. En la búsqueda fui situando las primeras historias en algo más cercano a nuestra vivencia cotidiana y entonces empezó a formarse la pregunta: ¿Cómo reaccionaría nuestra sociedad hoy si descubriera que ese mundo fantástico era en verdad real?”, comenta el dibujante porteño que desde hace más de una década reside en Tucumán.
Yilé recibió el premio regional del Concurso de Letras del Fondo Nacional de las Artes en 2020. Ese merecido reconocimiento no fue una sorpresa para lectores atentos, porque desde hacía rato la obra de Muzzillo viene llamando la atención sobre todo después de sus participaciones en antologías como Kaboom, Grafito y Spectra. Luego de haber creado con pulso sólido en potente blanco y negro la historieta Nación zombie (edición digital de Loco Rabia), y de haber formado parte de los finalistas del concurso Fierro Web en 2021. Estudiante de la escuela Garaycochea (en el curso de Historieta de Oswal), pasó el IUNA y realizó un curso de narrativa gráfica con los dibujantes Juan Bobillo y Marcelo Sosa.
Esta formación clásica está presente en Yilé, no sólo desde el guión, sino en su dibujo. Muzzillo es un dibujante clásico de los pocos que aparecen cada tanto, tan clásico que a veces ese mismo clasicisismo le impide librar (y liberarse) a la mancha, disfrutar de esa desprolijidad vital que le nace naturalmente sobre todo en escenas de acción neta. Pero sin dudas lo suyo es un buen comienzo.
Este sentido del relato clásico, Muzzillo lo trae desde sus clases con Oswal, quien le mostró el oro del que están hechos algunos pilares de la historieta argentina: Alberto y Enrique Breccia, Hugo Pratt, Domingo Mandrafina, y José Muñoz. “Todavía me pasa que antes de arrancar un proyecto, hago una previa de lectura de alguna de las obras del Viejo”, dice el dibujante. “Me fascina su libertad de poder saltar de un estilo gráfico a otro, de usar lo visual como parte de lo narrativo, de contar con un plano de negro lo que otros hubieran recuadrado como información”.
OPERACIÓN MITO
Si en la historia Nación zombie (que puede leerse de manera gratuita en el sitio Behance.net, del sello Loco Rabia) Muzzillo hizo uso (y no abuso) consciente y sin pudor del blanco y negro heredado de Breccia Negro, es decir, de “Richard Long” a “La gallina degollada” y de Mort Cinder a Un tal Daneri. En esta oportunidad, dio un paso más allá explorando el color en Yilé, logrando de esta manera que la historia de Jorge y Bárbara, padre e hija, sobreviviendo a una invasión zombies en la Ciudad de Buenos Aires, quedara como un antecedente de lo que vendrá.
“En un principio, Yilé estaba realizada enteramente en un clásico blanco y negro. Fui agregando algunas páginas que cerraban un poco más la historia y algunos personajes que le daban más vida a ese mundo. El color nació desde una necesidad narrativa, para poder contar aún más, y no como un mero agregado estético. Cada historieta, al menos así lo siento, pide un estilo gráfico que sea el adecuado para contar cada historia. Y mucho de lo que pasa en Yilé pasa en un segundo plano, y con el color pude expresarlo de una manera que el blanco y negro no me permitía”, explica y luego agrega sobre la construcción de los personajes: “Cuando arranqué la historia tenía dos personajes principales, y uno era Yilé pero no era la versión que aparece actualmente. En esa versión primera, ella veía el mundo de lo sobrenatural por primera vez y servía para que el lector experimentara junto a ella los sucesos extraños. El otro personaje por cómo estaba escrito no era muy interesante, no tenía voz propia, y no tenía interés real por los demás. Pero Yilé sí. Y su mirada, su forma de actuar funcionaba mucho mejor con la historia que quería contar. Si bien empecé a escribir la historia unos años antes, la mayor parte fue escrita en los primeros meses de la Pandemia. Y sin notarlo, mucho de la fortaleza de Yilé, su forma de interactuar con el mundo violento alrededor suyo, y su interés por proteger y cuidar a quienes lo necesitan. Su gran sensibilidad se fue modelando gracias a una persona real que me acompañó en esos meses duros de aislamiento”.
El bestiario de los mitos populares alimenta la historieta argentina. La lista de obras que apelan a sus misteriosas apariciones es demasiado larga, acaso baste con señalar que es en las páginas dibujadas donde se realizó la mayor operación de desacralización de los mitos, es decir, donde los mitos encontraron nuevas de formas de ser contados y, al mismo tiempo, alimentaron la aparición de otros seres. Entre los muchos que hay acaso sea justo citar al mejor ejemplo de esta transformación: Mikilo, creación a fines de los 90 de Rafael Curci, Marcelo Basile y Tomás Coggiola, una saga que sigue viva: el sello Comic.ar acaba de lanzar nueva aventura titulada “El último Malón”.
“Conozco a Mikilo, claro. Yo siento que Yilé es una mezcla extraña de diferentes géneros que siempre me interesaron, desde policiales negros a historias de terror. En un principio sí, Hellboy y Constantine fueron las primeras influencias, pero solo en la idea de juntar lo sobrenatural y lo cotidiano. Quizás Mort Cinder sea una historieta que siempre consideré mucho más presente en la forma de mostrar la convivencia de lo extraño y lo cotidiano. Para escribir sobre los mitos, los rituales o lo que aparece sobre la cultura mapuche me basé en dos libros extraordinarios: el Diccionario de creencias y supersticiones argentinas y americanas de Félix Coluccio y Seres mitológicos argentinos de Adolfo Colombres. Respecto al lobizón en particular, siempre me pareció una creencia suficientemente conocida como puntapié de la historia. La figura de la bruja, la machi, encajaba perfectamente con quien Yilé era: alguien que está en el medio del mundo ‘normal’ y el ‘sobrenatural’, con la capacidad de proteger y que no busca poder sobre otros”, concluye el dibujante.
Sin dudas, en la prometedora obra de Muzzillo, Yilé será un punto de inflexión, un salto a recordar. Entre tanta historieta testimonial, aventurita bajo techo, el encuentro de una historia puramente aventurera a cielo abierto, es un festejo. Y que el diablo salve por siempre a las historietas de imaginación.