En los finales de los 60 yo tenía 14 años. Mi vida transcurría y mi deseo era ser grande lo mas rápidamente posible.

Era bastante curioso y atento. Pero era en los veranos, durante las vacaciones en Uruguay, que aquel deseo tomaba cuerpo y fuerza, y en esas escasas cuatro semanas de febrero parecía acontecer.

En el 66 en Argentina gobernaba la dictadura de Onganía. En el país se prohibían muchas cosas, entre ellas algunas películas, libros, músicas. En Uruguay en cambio, se ofrecía todo lo que nos era vedado aquí. 

Ese viaje eterno en ferry a Colonia, con mis padres, mi hermana y hasta el perro, se volvía aún mas largo por aquel deseo irrefrenable de vivir sueños y aventuras que, yo sabía, me harían crecer más rápido. 

Para esa época mis viejos tenían el buen gusto, y también la posibilidad, de traer LPs franceses de Jacques Brel, Sylvie Vartan, Johnny Hallyday, Gilbert Becaud (mi prefreido), y música brasilera de Tom Jobim, Joao Gilberto, Sergio Mendes y Vinicius de Moraes. Y especialmente la música de una película llamada Un homme et une femme (“Un hombre y una mujer”) era mi banda sonora preferida de las músicas de mis viejos.

Recuerdo las charlas de los mayores en la playa sobre las películas que estaban prohibidas en Argentina (Hair, La naranja mecánica, Emanuelle, Jesucristo Superstar). Hablaron tanto de la inauguración del mítico Café Concert “La Fusa” con el gran Vinicius de Moraes, Toquinho y compañía, que yo aún hoy tengo la sensación de haber estado allí. Todo eso se mezcló en mi imaginario adolescente y empezó a forjarme como un joven romántico con ganas de crecer muy rápido.

En los febreros de Punta del Este, los hijos de padres progres debutaban sexualmente en un kilombo llamado Hiroshima, detrás del Cantegril, al que siempre amagué ir pero nunca me atreví a entrar. Porque yo estaba enamorado de una chica de mi edad, veraneante de enero, a la que, por supuesto, no veía durante el verano. Por eso una tarde entré al negocio de Dante, una especie de multi-rubro, tienda de ilusiones, con cosas de todos los lugares del mundo, desde champán hasta revistas Playboy y chocolates importados, y me robé un regalo para ella. Eran unas pastillas con forma de corazón. Pero me pescaron.

Unas horas más tarde estaba yo pagando y suplicando perdón a Dante, quien, lejos de enojarse, me prestó La Tregua de Mario Benedetti. Luego vinieron Gracias por el Fuego y otras. Eran lecturas totalmente diferentes a las que yo estaba acostumbrado. El Gráfico, Archie o Las aventuras de Tom Sawyer.  

Pero lo que marcó realmente a fuego mi romanticismo fue ver, de colado (era menor) la película de Claude Lelouch Un hombre y una mujer, de la cual yo ya conocía muy bien su música. 

Al lado del cine Fragata había un bar del mismo nombre y una puerta que siempre estaba cerrada pero que unía el cine con el bar. En las tardes de sol, cuando todo el mundo estaba en la playa yo me escapaba para ir a Gorlero a jugar a los flippers con mis amigos. Una tarde terminamos con otros entrando por esa puerta que aquella vez no estaba cerrada, y en la primera función de la tarde, quedé fascinado para siempre con Anouk Aimee y Jean Louis Trintignant. Cuando se prendieron las luces, mis amigos ya no estaban, se habían ido buscando otras aventuras, y yo hubiera querido volver a ver esa película otra vez, y otra vez, durante todas las funciones del día. 

Ellos dos, los protagonistas de Un hombre y una mujer, Anne y Jean Louis, eran padres que dejaban a sus hijos en un colegio pupilo en Deauville, a dos horas de París. Ella era script de cine y viuda de un doble de riesgo que había viajado mucho a Brasil, y por eso había sido fanático de Vinicius de Moraes. Para mí, ella era la mujer mas bella del planeta. El era corredor de carreras de auto, y viudo de una mujer que, presa de un fatal malentendido, se había suicidado al creerlo muerto en un accidente en las 24 horas de Le Mans. 

Luego de muchas miradas, de verse los viernes al ir buscar a sus hijos, y los domingos al dejarlos, una noche, él la invitó a llevarla de regreso a París, ya que ella había perdido su tren. Allí comenzó un romance apasionado y turbulento, ya que Anne vivía con mucha culpa esa relación. El recuerdo de Pierre Barouh, su marido muerto, los cuentos de sus viajes a Río de Janeiro, la bossa nova y el samba brasilero (“Samba Saravah” de Vinicius) regando las escenas de su pasado, atentaban contra el nuevo romance. Ella entonces puso fin a este nuevo amor y decidió volver sola a París la misma noche del adiós. Jean Louis fue con ella a la estación y se despidieron triste y melancólicamente. Pero luego con su auto y en su condición de corredor, llegó a París antes que el tren donde ella viajaba. 

En un inolvidable plano secuencia, (luego supe que la cámara estaba al hombro del propio Lelouch), él la espera parado en el andén de la Garde Du Nord, ve detenerse el tren, ve bajar a los pasajeros y de pronto la ve a ella, entre la gente, venir hacia él. Ella lo descubre y queda inmóvil, y entonces él avanza hacia ella y se funden en un abrazo interminable mientras la cámara gira alrededor de ellos. 

Nunca me cansaré de ver esa secuencia como un loop, la emoción de ella al descubrirlo entre la gente que va despoblando el andén, el abrazo interminable entre los dos y la cámara que les da vueltas alrededor infinitamente. Todo mezclando el blanco y negro, el color y el sepia, y todo regado de esa maravillosa música que compuso Francis Lai. 

Esa escena y también la de su primer encuentro en el Bar du Soleil de Deauville, en la que ella le hace notar que el mozo está molesto porque ellos (enamorados en su primera cita), solo piden agua. Entonces Jean Louis la desafía y le dice: “Quiere que le pida algo mas importante? Ella asiente y él llama al mozo y le pide una habitación. “Garcon! Vous avez des chambres?” (“Mozo... ¿tiene cuartos?”)

Nunca debuté en Hiroshima. Por suerte eso sucedió después con mi primera novia, la de enero. Esa tarde en el cine Fragata me sentí grande por primera vez.


Jean Pierre Noher es un actor franco-argentino de teatro, cine y televisión. Es sobrino nieto del famoso cineasta Max Ophüls. En 1984 debutó como actor de cine en Darse cuenta, de Alejandro Doria. Actúa en teatro regularmente y por su interpretación del escritor Jorge Luis Borges en la película Un amor de Borges, de Javier Torre, ganó premios en varios festivales internacionales cinematográficos. Actuó en la obra La Piaf junto a Virginia Lago. Ha filmado muchas películas, entre ellas Diarios de motocicleta y El nido vacío. Realizó el espectáculo Erik Satie y los otros con China Zorrilla recitando a Jean Cocteau, Apollinaire, Jacques Prévert y Borges. Como cantante integró la agrupación Veneno, banda de rock integrada por Walter Domínguez en guitarra, Javier Baldino en primera guitarra, Pablo Choruzy en bajo, Salvador Fernández en piano, Gabriel Botta en batería y Germán Palacios en acordeón; con la cual grabó un disco que permanece inédito. Actualmente está presentando el CD Her o Noher  con un homenaje a la chanson française de los años 60 en distintos shows en la ciudad de Buenos Aires.