Con los géneros populares de la música pasa algo parecido a lo que ocurre con los actores. Hay algo de la seriedad, del gesto adusto, reflexivo, relacionado al prestigio: a los actores serios se los respeta; a los cómicos… se los quiere. En la música se ha llegado a referirse a los géneros bailables con la etiqueta de “menores”, como si existiera una línea que separa a la diversión del disfrute estético más elevado. Y sin embargo el público masivo sigue eligiéndolos una y mil veces. Porque el goce es el goce. Y nada más lindo que bailar y festejar.
Las bandas que hacen olvidar por un rato las preocupaciones quedan instaladas en un lugar muy especial de los corazones: unidas a los recuerdos de momentos alegres, celebratorios, quizás excesivos, siempre felices. Los Auténticos Decadentes llevan ya 36 años de ejercicio de esa fiesta escénica exuberante y desmedida. El show del sábado en el Luna Park fue una demostración de que sigue siendo posible detener el tiempo en un instante que dure dos horas en las que cualquiera puede cantar. Y bailar.
En 2018, los Decadentes lanzaron Fiesta nacional, un Unplugged para MTV en el que grabaron sus temas más icónicos con arreglos especiales para la ocasión. Es como si se hubieran puesto frente a un espejo para mirar esas canciones que tocaron cientos, miles de veces, para diseccionarlas y reversionarlas con el foco puesto en momentos o detalles diferentes y devolverlas iguales pero bien distintas. Cuando apareció ese proyecto, tenían otro en marcha que dejaron en stand by y que retomaron en la pandemia: una serie de versiones de temas de otros artistas con las que el grupo siguió indagando y escarbando en ese espejo, pero esta vez apuntando hacia más atrás en sus vidas. ADN es el resultado de esa investigación introspectiva: tres discos de canciones que los formaron o los marcaron, un mapa genético en el que se encuentran algunos hitos musicales que dieron forma al estilo tan único de la banda.
Si en Fiesta nacional se miraban ellos al espejo, en esta oportunidad, como parte de una involuntaria semiótica de sí mismos, los espejos reflejan y proyectan a la vez. Así, muchas de las canciones que integran ADN (trilogía de la que de momento solamente se conocen las dos primeras partes) dan cuenta de un triángulo de influencias que se retroalimentan. Algunos ejemplos: “Fiesta”, de Alaska, la versionan con Miranda!; en “Golpes en el corazón”, de Los Tigres del Norte, participa Natalia Lafourcade; para “De nada sirve”, de Moris, invitaron a Sol Bassa. El show de ayer era la presentación de estos discos, pero fue también una excusa para volver a ofrecer en vivo esas canciones que los convirtieron en una de las bandas más queridas del país.
“Somos” rompió la tensión de la espera unos minutos pasadas las 21, con Gustavo “Cucho” Parisi como mascarón de proa de la interminable procesión decadente. “Pendeviejo”, “Enciendan los parlantes” y “Los piratas” terminaron de calentar el ambiente para dar pie al primer invitado de la noche: Roberto Pettinato tocó el saxo en la versión de “Los viejos vinagres”, con imágenes del videoclip en el que interpreta a un Mefisto del rock intercaladas con otras de Luca Prodan (recurso que se repitió a través de todo el show, en cada tema/homenaje). Tras “Golpes en el corazón”, Bandalos Chinos subió al escenario para compartir “Luna de miel”, otra de las canciones incluidas en A.
Fue entonces el turno de Jorge Serrano al frente de un bloque en el que hizo gala de ese talento que tiene para acoplar existencialismo y dulzura en una misma canción, con “Corazón”, “Amor” y “Viviré por siempre”, para pasarle luego el micrófono a Diego Demarco, que cantó “Besándote” y “El gran señor”. Esa es otra de las particularidades que hacen de esta banda un conjunto tan entrañable: la generosidad, la comunidad, el entramado en el que todos van cambiando, rotando, reemplazándose, arengando, cubriéndose, da como resultado una algarabía muy especial. Son como mosqueteros de la fiesta: todos para uno y uno para todos.
“El Murguero” contó con la participación de Las Princess Deisy y Sofi: dos niñitas de no más de 7 años que se presentaron como cantantes y bailarinas, murguearon durante el tema y se dieron el gusto de cantar una tierna versión a capella con la letra cambiada: “Acá las penas no tienen lugar/Los Deca son humildad y sencillez/ siempre se ponen la diez”. Un clima más íntimo de baladas se instaló con “Un osito de peluche de Taiwán” y “El pájaro vio el cielo y se voló”. Jorge Serrano y su tesis sobre la interpretación de la canción de amor como vehículo para el humor.
El siguiente bloque estuvo dedicado a temas que formarán parte de N, tercera entrega de la trilogía que todavía está sin estrenar, con “La ladrona”, de Diego Verdaguer, y “Costumbres argentinas”, de Los Abuelos de la Nada. Pipo Cipolatti se subió al escenario para, fiel a su estilo, ofrecer una participación desopilante y errática en “Por cuatro días locos”, de Alberto Castillo. A continuación, la seguidilla “Sigue tu camino” - “Beatle” - “Skabio” hizo feliz a más de un fan skapunk de las primeras épocas. “La bebida, el juego y las mujeres”, “No puedo” y “La guitarra” se unieron para un final con el foco puesto en los excesos, la diversión, la noche, la vagancia... en fin: la farra. Los bises comenzaron con el arrullo de “Loco tu forma de ser” para explotar una vez más en ese cuartetazo de espíritu murguero que es “Cómo me voy a olvidar”.
“Había una vez un grupo de amigos en el barrio/ Tenían una banda que nunca había tocado/ Y querían tocar/ Para no laburar/ Y casi ni ensayaron, de una se mandaron/ Eran muy caraduras y muy desafinados/ Y sonaban mal/ Y tocamos igual (...) Y salieron del barrio valientes mercenarios/ Salieron a ganar en cualquier escenario/ En el Festipunk/ En el Tropical/ En un Bar Mitzvah y en el Luna Park”, cantaron para el cierre, con esa celebración de su historia, su recorrido y su presente que es “Y la banda sigue”.
En el final sonaba la base musical de la versión de “Live Is Life” incluida en A. Habían pasado más de dos horas de show. La banda se extendió en un abrazo que ocupó por completo el frente del escenario. Las luces del estadio se encendieron para iluminar al público. Las pantallas reproducían la coreografía inmortalizada de Diego Armando Maradona en el estadio del Bayern Munich. La imagen que se proyectaba y se reflejaba era impactante en su reciprocidad. Era una postal de la alegría y el reconocimiento mutuo. El Diego, la banda, el público. Nadie olvida a quien lo hizo feliz.