“No hay nada más verdadero que la ficción. Una novela es verdad porque yo te digo que es una novela y la leés sabiendo que es una ficción pero ¿cuánto de verdad hay en el discurso político?” plantea Claudia Piñeiro. Ante esta incertidumbre, Pascal nos ofrece una imagen: un hombre con las manos atadas y la boca enmudecida, apenas como puede dice, “estoy hecho de tal manera, que no puedo creer. ¿Qué quieres qué haga?”, y una voz le responde: “aprende de quienes han estado atados como ustedes y que ahora ponen en juego todo lo que tienen. Sigue la manera como han comenzado; haciéndolo todo como si creyeran”.En otras palabras, Pascal propone: actúa como si creyeras y la creencia llegará sola. No hay nada que perder.
Así como la modernidad de la mano de la razón instrumental trajo aparejado un proceso de secularización y desencanto, de un tiempo a esta parte, la industria cultural se ocupó de reencantar el mundo y como resultado de este proceso, las fronteras de la fe se expandieron. Si la creencia sostiene la fantasía que regula la realidad social, tal como lo plantea Zizek, ¿qué fantasía nos ofrece la nueva política? Esta pregunta recorre Las maldiciones, la última novela de Claudia Piñeiro, cuya nota aclaratoria además de la tan mentada frase “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”, señala que “ni el escritor más talentoso podría superar la imaginación de algunos asesores de imagen y jefes de campaña”. ¿Nota aclaratoria o contrato de lectura?
Después de haber incursionado en el mundo privado de los countries con Las viudas de los jueves, el boom inmobiliario en la Ciudad de Buenos Aires con Las grietas de Jara y el funcionamiento de ciertas empresas periodísticas en Betibú, Piñeiro nos ofrece una vez más una novela que va de lo individual a lo colectivo y de lo público a lo íntimo. Novela coral, Las maldiciones cuenta la relación entre Fernando Rovira, un empresario del sector inmobiliario devenido líder de PRAGMA, un partido vecinal sin historia ni estructura partidaria con aspiraciones a representar a todo el país, y Román Sabaté, su secretario “más privado”, integrante privilegiado del GAP: Grupo de Amigos Personales, quien decide huir luego de haber descubierto algo que traspasa los límites de la relación. Contada desde un presente narrativo, como si de una road movie se tratara, mientras Fernando Rovira lo persigue, los protagonistas de los hechos dan su versión como así también lo hacen quienes se ven involucrados en la historia no tan secundariamente: la madre de Rovira, bruja y sanadora; el tío de Román, Adolfo, radical alfonsinista convencido de que “la política es otro mundo ahora”; Sebastián Petit, integrante del partido y amigo de Román con quien comparte una pieza de pensión; y la China Sureda, movilera de uno de los canales de noticias principales que investiga la maldición que carga sobre los gobernadores de la provincia de Buenos Aires.
¿Qué fantasía nos ofrece la nueva política? Un mundo donde nada escapa a la lógica del marketing y la rentabilidad: si para ganar una elección es necesario romper una o varias maldiciones, habrá que hacerlo. Todo vale con tal de conseguir los votos que aseguren el triunfo. ¿Todo vale? A esa pregunta debe enfrentarse Román Sabaté pero mientras él se debate en esa duda Rovira avanza hacia su objetivo, así sea imprescindible partir en dos la provincia de Buenos Aires. Nada mejor que un slogan para esconder una creencia. Ante el hecho irracional de la maldición: ningún gobernador de la provincia de Buenos Aires será elegido presidente por voto popular, el slogan permite disimular la ausencia de un discurso argumentativo. Sylvestre, el asesor de Rovira, lo sabe muy bien y no se cansa de decirlo las veces que haga falta: “la gente no necesita tantas explicaciones, solo convicción”. Por eso ha creado un slogan a la medida del éxito: “Vamos por dos Buenos Aires sustentables, para dejar atrás una Buenos Aires imposible”.
Lejos de ser un estado íntimo, puramente mental, la creencia encarna en las prácticas. La realidad social es en última instancia una construcción ética: actuamos “como si”. Como si creyéramos. ¿Pero acaso es posible hoy desconocer que detrás del discurso marketinero del bien común que sostiene la nueva política, se esconde el bienestar de unos pocos? Una de las formas que asumen los discursos sociales frente a los sentidos dominantes es la del rechazo, un tipo particular de rechazo al que Sloterdijk señala como cinismo: un rechazo popular de la cultura oficial por medio de la ironía y el sarcasmo. Este procedimiento consiste en enfrentar “las patéticas frases de la ideología oficial dominante con la trivialidad cotidiana y exponerlas al ridículo, poniendo así de manifiesto, tras la sublime noblesse de las frases ideológicas, los intereses ególatras, la violencia, las brutales pretensiones de poder”, recurso presente en más de una de las novelas de Piñeiro que permite entablar complicidad con el lector. “Yo no puedo creer que le hayan puesto el mismo nombre-le dice Adolfo, el radical alfonsinista, a su sobrino refiriéndose al GAP, el grupo de apoyo y seguridad personal de Salvador Allende- si no tienen nada que ver estos tipos con políticos como Allende. No creo tío- le responde el sobrino que no tiene idea de quién fue Salvador Allende ni de la existencia de su grupo de seguridad- si se lo pusieron debe ser por el buzo”. Guiño al lector, llamado a la industria cultural: las marcas hablan por nosotros mientras borran las huellas de otros signos. “GAP, buzos, remeras”, le aclara el sobrino ante la perplejidad del tío, quien se lamenta por el vacío ideológico en el que han caído los partidos políticos. ¿Vacío ideológico o giro político?
Todas las sociedades, desde la más pequeña hasta las más grandes, están atravesadas por relatos y la política se nutre de ellos. No solo se nutre de ellos, sino como dice uno de los personajes de la novela: quien tiene el poder puede cambiar el relato. Aunque puede salir mal, aclara también. Política, poder, discurso. Una relación indisoluble en la que los medios de comunicación tienen una importancia clave. Claudia Piñeiro logra captar y darle cuerpo al relato de la nueva política, un discurso sin significante, vacío de contenido, hecho de pura imagen y ausencia de ideas. La nueva política como una cuestión de fe. Y la fe no requiere de argumentos. Actúa como si creyeras y la creencia llegará sola. Pero cuando la fe se pone en duda tambalea todo y solo las explicaciones alcanzan.