Hay dos grandes preguntas relacionadas entre sí.
Puede haber otras, incluso más estructurales, del tipo de las que plantea el sociólogo Ricardo Rouvier en La Tecl@Eñe.
“¿Es transitoria esta reestructuración (del reformismo)? ¿O llegó para quedarse en un envase peronista y no macrista? ¿Se puede volver al camino del proyecto populista? (…) La sensación es que el pragmatismo de hoy es el fracaso doctrinario y político de ayer. Si no se construye fuerza propia, no hay más remedio que jugar con las reglas del otro”.
Mientras a largo plazo desafían retos como ésos, en el corto y mediano aquéllas preguntas comandan las hipótesis centrales.
La primera es si el rumbo y las medidas enunciadas por Sergio Massa no son, acaso, prácticamente lo mismo que los grandes objetivos expuestos durante la gestión de Martín Guzmán y el interinato de Silvina Batakis.
La segunda es si la gran y segura diferencia, consistente en que ahora se ratificaron o anunciaron cosas con muestras de unidad política, alcanzará para que el Gobierno sobreviva en condiciones de llegar competitivo a 2023.
A esto último, legítimamente puede retrucarse que, en medio de una inflación estratosférica, llega ser insultante especular con las elecciones. Pero la lucha por el poder funciona de esa manera.
Acerca de la primera pregunta y como es habitual, quien firma se exime de consideraciones técnicas. Pero no hace falta ser economista, ni muchísimo menos, para opinar sobre aspectos básicos que surgen de lo expuesto, lo intuido y lo ya experimentado. Después de todo, basta recordar que Massa tampoco es un profesional de la economía.
Como noticia en su sentido de novedad, virtualmente la única es que habrá un agregado en la segmentación tarifaria de luz y gas porque se establece un piso de consumo, desde el que precio o valor quedan completamente liberados de subsidios.
El anuncio da lugar a polémicas que difícilmente se salden hasta que lleguen las facturas. ¿Es un tarifazo? ¿Es un ajuste que sólo alcanzará a los consumos suntuarios, o también a los elementales?
Por lo pronto, pésima comunicación inicial al respecto. La cuenta de qué representan 400 kilovatios/hora en qué período, a partir de cuánto insumen tales y cuales electrodomésticos que se usan cómo, la sacaron artículos periodísticos antes que la eficiencia informativa de quienes tiene la primera responsabilidad: las autoridades.
Todo eso para no hablar de que ni siquiera hay información sobre el piso de consumo gasífero. Y de que las empresas del área energética continúan ignorando olímpicamente la presentación de su esquema de costos, siendo que se trata de oligopolios naturales regulados por las concesiones del menemato.
En otros términos, ya planteados desde el sentido común y hace tiempo: ¿cuál es el margen de ganancia de esas corporaciones? La guerra en Ucrania y la elevación del coste de la energía importada, que sin duda afectan en forma gravísima a las arcas públicas, ¿alcanzan para justificar que no se discuta -apenas eso- sobre el tema?
Dicho esto, ¿qué “anunció” Massa por fuera de lo que se conocía e implementaba?
Aquí es donde todo se simplifica o complejiza. Las dos sensaciones o certezas son válidas.
Dijo, textual o literalmente, que debe lograrse con prioridad absoluta la recomposición de reservas porque sin dólares capaces de afrontar demanda no ya especulativa, sino de mero funcionamiento de la economía, no hay tutía posible. Es inviable no estar de acuerdo con eso, pero no se ve la diferencia con las amenazas que rigen, desde siempre, frente al escenario de un país en vías de desarrollo que más tarde o más temprano sufre el estrangulamiento de las restricciones externas.
Dijo que debe avanzarse hacia el equilibrio fiscal y que se refuerza el compromiso de cumplir las pautas de déficit acordadas con el FMI. Guzmán full.
Dijo que se esperanza o asienta en un compromiso de los productores agropecuarios para que vendan sus pertenencias a los exportadores, vía estímulos del orden “dólar-soja”; más la probabilidad de acceder a nuevos créditos con organismos financieros internacionales. Y al parecer se sumará el intento de acceder a fondos qataríes (¿qué distingue a eso de las fantasías con un apoyo extraordinario de chinos y rusos?).
Dijo que se denunciarán aquí y en Estados Unidos las maniobras de subfacturación de exportaciones y sobrefacturación de importaciones: apenas un acentuado discursivo sobre lo sabido y machacado. En todo caso, es más “novedoso” que se lanzará un canje voluntario para los vencimientos en pesos de los próximos 90 días.
Dijo que habrá un refuerzo que ayude a los jubilados (fue la casi solitaria referencia que no apuntó exclusivamente a calmar a los mercados). Que se reunirá con sindicatos y cámaras empresariales para ver si se pueden recuperar ingresos de los trabajadores del sector privado. Que se revalida el congelamiento del empleo público y, se infiere, el manejo unificado, restricto, de las financiaciones a los organismos estatales (Batakis full). Y que se procurará una política para reordenar los planes sociales, durante los próximos 12 meses (un centro para la temática que ya había instalado CFK).
En esa apretada síntesis que tal vez resuma diagnóstico, intenciones y medidas anunciadas, ¿hay algo profundamente alternativo o alterativo, al comparárselo con el tono general de un Gobierno que, sin perjuicio de sus méritos en pandemia, vivió disparándose a los pies, hasta que el ataque de “los mercados” tuvo éxito y todos los referentes oficiales debieron sentarse a negociar entre ellos para, aunque sea, frenarse ante el abismo?
Cabría arriesgar que la respuesta es no, con aquella salvedad de que ahora se ha cumplido la condición tan insuficiente como necesaria: unidad política en el respaldo a lo mismo que, a grandes rasgos, venía haciéndose.
“Lo mismo” remite a lo nodal y no pierde de vista novedades escenográficas que en política son o pueden ser muy importantes: una “nueva” figura con peso propio; “nuevos” nombres (a quienes, sin embargo, no se estima de primera línea en el establishment) y la pretendida impresión de que comenzó una etapa de “relanzamiento”.
Desde esa base y atendiendo a la pregunta número dos, la de si alcanzará para que el Gobierno “sobreviva” en actitud y aptitud de evitar el arribo de una derecha directamente salvaje, cuadra un par de probabilidades.
Una es que el Gobierno no lo conseguirá porque es tarde para que esa derecha retroceda en su afán desestabilizador.
Eso sugiere (FMI incluido) asestar golpes ya definitivos, mediante otra corrida cambiaria.
O bien, en dirección análoga, que la apuesta es a seguir desgastando más de a poco para que el campo quede raso a fines de brutalidades con apoyo/resignación popular: shock devaluatorio, planes “estabilizadores” que recreen expectativas favorables al estilo noventoso, etcétera.
La otra es que el Gobierno sí tiene con qué defenderse porque, reiterado, por abajo no hay chances de 2001; el sistema financiero es robusto; la clase media, que es la que estipula el humor social, se recupera o estabiliza desde sus sectores de empleo formal que pierden contra la inflación pero no por goleada. Y porque, al fin o al principio, los cambiemitas no ofrecen garantías, ni ahora ni más adelante, de controlar una conflictividad masiva que el peronismo podría sujetar mejor.
Todas conjeturas que no pasan de ese rango.
Hacen volver a la real politik de que es esto o lo peor, lo cual ya suena marcadamente cansador, bajoneante y hasta cursi.
Pero, ¿hay alguna idea mejor que aferrarse a la posibilidad de eventuales soluciones dentro del Frente de Todos, y no afuera?