El estancamiento relativo de la economía occidental es inocultable. Las estadísticas sobre un crecimiento débil y una tasa errática de empleo se repiten año tras años, luego de la crisis de 2008. Los gobiernos de los países centrales, impregnados por el marco ideológico e institucional neoliberal, usan mínimos instrumentos expansivos de política económica. Así, la política monetaria expresada por la “expansión cuantitativa” implementadas en Estados Unidos, Gran Bretaña, Japón y recientemente por el Banco Central Europeo ha alcanzado sus límites, sin que las economías hayan despegado.
Se acumulan ya nueve años en los que sistemáticamente el Banco Mundial y otros organismos que conforman la institucionalidad del orden global, realizan pronósticos económicos de crecimiento mundial que son desmentidos por una realidad mucho más anémica.
Los problemas estructurales de la globalización son sistemáticamente negados, y tapados con auto-complacientes diagnósticos de pronta mejora. Pero el impacto económico y político de una crisis financiera sin resolución no puede ser escondido, y se vuelve visible a través de numerosos eventos que ocurren con creciente frecuencia.
La deuda global sigue creciendo y sepulta la reactivación. Según la revista Forbes, el mundo adeuda 3,3 veces su PIB, o lo que es lo mismo, 217 millones de millones de dólares. La deuda global ha seguido acumulándose vigorosamente luego del estallido de la crisis financiera en 2008, a pesar del débil crecimiento registrado en el período. Tres cuartos de esas deudas corresponden a los países desarrollados.
Estados Unidos presenta uno de los endeudamientos más altos del mundo superando en 3,4 veces su PIB. La deuda federal sola es mayor que todo el producto anual del país (102 por ciento del PIB). El conjunto de las administraciones (federal, estatales y locales) ha incrementado fuertemente sus pasivos desde 2008 en un 80 por ciento. La solvencia del sector empresarial estadounidense se ha deteriorado durante 2016, especialmente en el sector no financiero.
La deuda total de la Eurozona alcanza niveles records del 405 por ciento del PIB. La deuda gubernamental de los 19 miembros equivale al 110 por ciento del PIB agregado. El Reino Unido, donde la realidad política se ha vuelto extremadamente fluida, debe casi cinco veces su PIB (465 por ciento). Tres cuartas partes de la deuda total británica corresponden al sector privado, mientras que el resto es del sector público (115 por ciento del PIB). Solo el sector financiero acumula una deuda que equivale al 190 por ciento del PIB nacional.
En Japón, sólo la deuda pública equivale a 2,5 veces su PIB, aunque en su mayoría ha sido contraída con prestamistas locales.
Esta acumulación riesgosísima de deuda se explica por las políticas monetarias fuertemente expansivas implementadas por los principales bancos centrales de los principales centros económicos mundiales, y por el crecimiento “vegetativo” de la enorme deuda contraída por el resto, a pesar de las muy bajas tasas de interés. Ese crecimiento vegetativo revela, a su vez, la imposibilidad de “manejar” esas deudas, que son explosivas. Un aumento de las tasas aceleraría inevitablemente el crecimiento de las mismas, sobre cuya cobrabilidad crecen las dudas.
Comentario aparte merecen las empresas “calificadoras de riesgo”, cuyas preferencias políticas por los países centrales y los gobiernos neoliberales son cada vez más difíciles de disfrazar de “evaluaciones técnicas”.
Advertencias
La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), en un documento oficial, ha señalado: “las pobres expectativas de crecimiento deprimen el comercio, la inversión, la productividad y los salarios”. El comunicado advierte: “las excepcionalmente bajas tasas de interés están distorsionando los mercados financieros y creando riesgos a lo largo del sistema financiero”.
Aún más explícito es el siguiente párrafo: “La desconexión entre las subas de bonos y acciones y la caída de ganancias y de expectativas de crecimiento, combinadas con sobrecalentados mercados inmobiliarios en muchos países, incrementan la vulnerabilidad de los inversores a fuertes correcciones en los precios de los activos”. “Fuertes correcciones” significa en el lenguaje mesurado del organismo, la explosión de las burbujas creadas por el capital especulativo.
Nadie puede decir que las advertencias no fueron hechas con claridad. Sin embargo el sistema global responde con la inercia, el silencio negador y la total ausencia de propuestas efectivas.
Hechos políticos de enorme relevancia muestran un cambio crucial en el estado de ánimo de la opinión pública mundial en relación al fenómeno conocido como “globalización”. Uno es el Brexit, es decir, la decisión de Gran Bretaña de salir de la Unión Europea, producto de un referéndum (junio de 2016) que imprevistamente ganó la posición favorable a la salida. Otro es el triunfo de Donald Trump (noviembre de 2016), en contra de la favorita del establishment económico de los Estados Unidos, la demócrata Hillary Clinton. Justamente fue ella quien explicó con realismo –antes de las elecciones–, la lógica de los votantes de Trump: “demasiados estadounidenses sienten como si hubieran sido excluidos y abandonados por nuestra economía, por nuestro gobierno. Yo entiendo su frustración y francamente incluso el miedo que algunas personas sienten que no está funcionando para ellos, y que están en busca de respuestas”.
El triunfo del candidato de centro-liberal Macron (mayo de 2017) en Francia ha sido presentado como una revalidación popular de la globalización liberal. Sin embargo, la simple suma de los votantes que cuestionan el estilo de ajuste y austeridad que impone la Unión Europea y la derecha neoliberal francesa, alcanzó casi el 50 por ciento de los votos en la primera vuelta. El contundente triunfo del candidato “moderado” en el ballotage debe leerse en el contexto del espanto que provocaba la alternativa representada por la derecha xenófoba.
La muy buena votación que obtuvo recientemente el laborista de izquierda británico Jeremy Corbin (junio de 2017) en su confrontación con el Partido Conservador, también se inscribe dentro del malestar con el ajuste y la transferencia de riqueza a los sectores más poderosos que se vienen practicando en el Reino Unido.
Concentración
Esta transformación del clima político que está observándose en diversos países centrales es la expresión de un malestar social creciente con características genéticas de la economía liberal: la concentración de la riqueza y la desposesión de las mayorías. La novedad es que hasta ahora los sistemas “bipartidistas” sin alternativas económicas al neoliberalismo parecían estables en aquellas regiones.
El llamado Brexit, o sea, la separación de Gran Bretaña de la Unión Europea es un hecho económico-político de enorme importancia que amenaza a su vez con desatar nuevos procesos políticos y económicos.
La Unión Europea ha decidido no favorecer una salida cómoda para el socio inglés. Necesita disuadir a otros miembros que pueden sentir la tentación de la separación, generando costos económico-sociales para Londres.
La primera ministra británica, Theresa May, apostaba a un proceso de completa separación de la UE entre 2017 y 2019. Su pretensión de negociar con “más fuerza” la desvinculación –que encubría una nueva vuelta de tuerca de recortes en salud y otros servicios públicos—, fue rechazada con inesperada fuerza por el electorado británico.
Trump propone una interpretación “nacionalista estadounidense” de la globalización: el estancamiento salarial, la falta de empleos industriales, el achatamiento del horizonte de progreso de los sectores medios sería “culpa” de los chinos y los mexicanos. Que las corporaciones estadounidenses hayan decidido desplazar sus fábricas hacia otras regiones buscando maximizar sus beneficios no entra en la explicación del multimillonario republicano.
La incógnita que se presenta es si Trump podrá avanzar a contrapelo de la lógica del capital global estadounidense, o si el establishment logrará “contenerlo” y adecuarlo a las normas “establecidas” de la globalización. En todo caso, el nuevo presidente añade otro factor más de inestabilidad global, ya que su futuro impeachment no es en absoluto descartable.
Contracción global
Al escenario de estancamiento y fragilidad que ha dejado la crisis de 2008, deben sumárseles las numerosas posibilidades de desestabilización política y económica global. La volatilidad político militar internacional tiene hoy muchos nombres: Siria, Yemen, Venezuela, Qatar, Turquía, Ucrania, Corea del Norte, el Golfo Pérsico, el Mar de la China. La presidencia de Trump añade imprevisibilidad interna y externa al escenario mundial.
Ante tantos detonantes eventuales, los países sudamericanos deberían prepararse para una contracción global, que podría impulsar la tendencia declinante de la demanda de materias primas. Una eventual suba de la tasa de interés también podría generar ese mismo efecto sobre el horizonte regional.
La aparición significativa de partidos y líderes progresistas como Sanders, Corbyn, Mélenchon, el gobierno de izquierdas en Portugal, Podemos, muestra el distorsionado recorte de la realidad planteado por la prensa conservadora global: sólo se puede elegir entre neoliberalismo o derecha xenófoba. Hoy se puede decir que ha surgido una contestación democrática, humana y social a la globalización neoliberal.
Aparece una agenda global que fue –hasta hace poco tiempo– un lugar común en Latinoamérica: garantizar derechos para sostener los mercados internos. Por otra parte, los derechos sociales sólo podrán concretarse con una fuerte redistribución del ingreso. Algo que no se puede esperar de los mercados desregulados desentendidos del interés general y del destino del planeta.
* Economista. UNGS-UBA.