Es un hecho que en cada país, cada pueblo discute sus formas de vida comunitaria estribando finalmente en concepciones morales. Que son la regla más exigente para medir conductas, y que en la Argentina de hoy puede parecer un concepto del pasado.
Lo anterior quizás explique –es sólo una hipótesis– el silencio elusivo desde el que no se responden los grandes interrogantes. Como tampoco se cuestionan moralmente los cambios de posicionamiento, que en el caso argentino suelen parecer manías, reiteraciones históricas imposibles de justificar en cada momento.
El caso de los ríos Paraná y de la Plata, y del canal Magdalena y toda la costa atlántica, así como el inmenso registro de bienes y riquezas que este país atesora como pocos en el planeta, conforma un ejemplo exasperante de la desidia de generaciones de políticos camaleónicos que, cuando debieron mejorar la vida del pueblo (que de eso se trata finalmente la política) resultaron de una inutilidad exasperante ya que aquí, y en los hechos concretos, desde hace cinco siglos cualquier mercachifle del mundo viene y se lleva lo que quiere.
No es pequeña, por eso, la porción de compatriotas que considera tarea difícil, si no imposible, encontrar en la Historia Argentina un gobierno que se haya automenoscabado tan claramente y a bajo precio como el actual, que fue votado mayoritariamente ya dos veces pero sin más resultados visibles, hoy, que una desazón generalizada. Al punto que el Frente de Todos parece a punto de estallar a cada rato, y hoy mismo se lo ve como un rejunte de esquirlas sueltas. Pena y dolor a la vez, porque la ciudadanía apostó a un cambio y una recuperación que no se produjeron sino más bien lo contrario.
Lo dijo en sencillo una aguda legisladora porteña: "Cada vez que parece que Alberto ya no puede descender más, se las arregla para bajar otro cachito". Lo cual no es exagerado ni irrespetuoso a la luz del insólito cambio de orientación que, desde la semana pasada, ha llevado a su gobierno a representar, aunque suene exagerado, cada día más a los electores del macrismo, el larretismo y el radicalismo en extinción. Y no al pueblo peronista que lo votó.
Ahí están los señores Gabriel Rubinstein y Daniel Marx como muestra. El primero "un ferviente opositor al kirchnerismo en las redes sociales y que cuestionó al Presidente por el festejo de Fabiola Yañez en Olivos" como se escribió en La Nación. Y cuya concepción de la economía es similar a la del ultraderechista gurú Miguel Angel Broda, aunque en estilo vulgar y provocador onda Bullrich-Espert, y odio concentrado a lo Milei-Canosa.
Claro que sus entradas al gabinete presidencial de la mano del superministro Sergio Massa no dejan de ser coherentes, dado que el gobierno del FdeT ha virado tanto hacia la derecha que ya no sorprenden virulencias verbales de provocación a la Vicepresidenta como tuiteó más de una vez el Sr. Rubinstein, ni el apoyo entusiasta del inefable economista Carlos Melconian que aconsejó amistosamente al Sr. Massa.
En el caso del Sr. Marx, el agudo y siempre preciso especialista en Derecho y Economía Alejandro Olmos Gaona lo definió en un tuit esta semana como "emblema del endeudador" porque "archivó la investigación de la deuda en el BCRA, estructuró el Plan Brady y después fue empleado de Brady en los Estados Unidos. Participó del megacanje que aumentó la deuda en 2001 y volvió a endeudarnos".
En estos contextos el agravamiento institucional no deja de ser agudo. Mientras la Asociación Americana de Juristas (AAJ) pidió esta semana elevar a juicio político a los 4 integrantes de la Corte Suprema, el director de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado, Guido Croxatto –quien se ocupa de formar abogados con conciencia nacional– expuso en este diario la labor de esa escuela que forma abogados especializados en defender el interés del Estado y combatir fraudes al dominio público.
Aunque casi ignorada, la ECAE desarrolla programas específicos para la AFIP, la UIF y la ANSES, donde se necesitan juristas especializados en defender al Estado, y los cuales Macri dio de baja durante su corrupto gobierno. El objeto del fuero penal económico es investigar los innumerables y constantes delitos que cometen empresas multinacionales, grandes bancos y también el FMI, el Banco Mundial y decenas de organismos similares, actuando en conjunto y complejizando toda dinámica financiera.
Claro que en la Argentina no hay políticas criminales serias en este terreno y el delito es cosa de pobres, cuyo destino es la cárcel, donde se hacinan sin las garantías constitucionales que son apenas cacareadas. Se violan todas las normas y a nadie le importa la suerte de esos desdichados cuyo delito de base es la pobreza y no existen para el abominable sistema mentimediático que gobierna la Argentina y que fundamentalmente se ocupa de la defensa cloacal de ese mundo de las finanzas nunca condenado.
Siempre es temerario predecir hasta dónde puede llegar un gobierno, sea por audacia o por claudicación. Pero no está de más recordar que sería un enorme error delegar en las Provincias las cuestiones de geoestrategia y logística. Porque el resultado previsible será que el gobierno nacional, ahora manejado desde una cartera de Economía plagada de funcionarios cipayos, mire sin ver el saqueo generalizado, como ya sucede hoy con nuestras riquezas mineras.
Desde luego que ese modelo en disputa, opina esta columna, es coherente con el modelo de país que parece querer –y viene estimulando– Alberto Fernández. Al menos hasta ahora su concepción del Derecho parece centrarse en la férrea defensa de la propiedad privada de pocos sujetos y corporaciones, mientras no se aprecia similar énfasis en defender y custodiar los derechos colectivos de una Nación Soberana.
Quizás esto tenga que ver con una idea que esta columna ya ha expresado: hay cada vez más programas de estudios preñados de concepciones neoliberales en las Universidades públicas. Nadie ha refutado esto, que es gravísimo, pero ya se sabe que el silencio es una estrategia propia de colonizados. Y el hecho indudable es que esta penetración ideológica se está dando en las Facultades de Derecho de la UBA y de por lo menos una docena de otras universidades públicas. Lo que implica fuertes y claras deformaciones del pensamiento nacional, además de contradecir la Historia y la trayectoria del sistema universitario vigente desde 1949 y que dio grandeza y reconocimiento mundial a las universidades argentinas.
Y a todo esto hay que decirlo, además, porque hay muchos intereses, de afuera y también de intramuros, que impulsan la reconversión de la Argentina en un país monoexportador de soja y otros granos, lo que trazaría un futuro espantoso no sólo en términos sociales sino también, y ojalá esta columna desacierte, porque eso puede hacer peligrar la siempre necesaria paz social interior.
También por eso cuando se libran duras batallas de ideas y conceptos contra los poderes concentrados, es imperativo no aflojar. No hay peor derrota que la que se acepta sin luchar. Y en esta lucha no se rinde nadie.